Día 23.

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Día 23.

Los primeros rayos de sol se colaron por el enorme ventanal de la cocina cautelosamente, bañando la comida que Clarke pulcramente acomodó en una bandeja con dos porciones de todo, cada una acondicionada a la estricta dieta que el médico de Lexa le recomendó seguir al pie de la letra. Se esmeró como nunca lo hizo antes, basándose en colores que le fascinaban para decorar los platillos, si bien no era tan buena como la cocinera del hospital o Gustus o Anya, al menos Lexa podría decir que tampoco era pésima. En uno de los platos puso avena decorada con frutos rojos en la cima, bañados con un poco de miel para darle brillo, un poco más de yogurt natural en un contenedor pequeño para no rebasar lo permitido, sirvió dos vasos con jugo verde que, si bien a ella no le encantaba, la castaña parecía tomarlo con mucho agrado. Cubrió el menú con cuidado y lo encaminó hasta el final del pequeño muelle que había en la finca, donde más temprano dispuso dos mullidos cojines enormes que solían decorar la terraza superior, una mesa justo a la mitad para poner el motivo de invitación.

En su vida Clarke se había levantado a las cinco de la mañana, se le antojaba a tortura evitable. Por lo regular su madre era su despertador en casa, casi siempre a las siete para alcanzar a arreglarse y salir al colegio sin prisas, aun con tiempo para esperar a Octavia y pasar por Raven a su casa. En vacaciones, pensaría estar consciente antes de las diez, salvo que tuviera un proyecto artístico o algún plan agendado al que estuviera obligada a acudir. Sin embargo, desde que Lexa estaba en sus días, su despertador estaba sincronizado al suyo, sabiendo las horas en las que despertaba a tomar sus primeras pastillas, cuando desayunaba y tomaba su colación, sabía sus siestas y duración de cada una. Conocía el hábito de pretender independencia y evitar despertar a su cuidador en turno mientras se dirigía al baño para llevar a cabo su higiene matutina, sabiendo que, si no lavaba sus dientes antes de hablar, se comportaba extraña, hablando mucho menos de lo normal.

Por otro lado, siendo honesta, Clarke no pudo conciliar el sueño la noche anterior. Víctima de la culpa, la incertidumbre y ansiedad. Su plan e itinerario se basaba en que Lexa se mantuviera al margen de los sentimientos de Clarke, pero no exteriorizarlos antes que ella. La petición de besarla salió tan de la nada que la rubia no pudo siquiera pensar en que no debía hacerlo, no en ese momento, no cuando la premura predominaba, no cuando sus planes le querían dar a Lexa un recuerdo que valiera la pena. Su ambición por ese primer beso era demasiada como para registrarlo bañadas de la luz de la luna, un poco de intimidad prestada y la suave brisa costera que las acompañaba.

Sí. Hubo y habría más momentos perfectos como ese.

Evitarlo le costó una noche en vela y la tristeza en los ojos de Lexa cuando se inclinó y le regalo un insulso beso en la mejilla, prometiendo que mañana recompensaría su espera, que valdría la pena. Lexa asintió defraudada por el rechazo tajante de Clarke. No evitando el temor naciente en sus entrañas de que, quizá, era demasiado poco para Clarke lo que pudiera ofrecerle.

"Deberíamos ir abajo, debes cenar un poco antes de que Octavia entre y quiera victimizarte en un juego clásico de viajes en su compañía", quiso desviar su atención. Si decía cualquier cosa, arruinaría las cosas, diría demás o diría algo imprudente que terminaría por romper el corazón de Lexa irremediablemente.

"Me gustaría estar un poco más aquí, ¿si no te molesta?", pidió Lexa.

"O no... Podemos esperar a que Octavia nos llame", respondió Clarke.

"Me gustaría estar sola", replicó Lexa sin mirarla, conteniendo sus expectativas mientras su mandíbula demostraba su molestia al apretarse más de lo usual.

"Claro, yo... iré por un par de mantas, hace un poco de frío", esas palabras la atormentarían hasta el pasillo donde se tomó un par de minutos para respirar mientras buscaba en el armario de blancos algo que pudiera serles útil.

27 días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora