Día 26.

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En el transcurso del día, Lexa abrió los ojos varias ocasiones, sin embargo, era incapaz de entender lo que sucedía a su alrededor, desde los sonidos, el malestar en su garganta, la pequeña molestia que incrementaba poco a poco en su pecho conforme iba y venía de su estado inconsciente. No se enteró de las visitas de su padre, ni los chequeos metódicos de su médico cada par de horas, no sintió los cuidados de las nuevas enfermeras que la tenían bajo su cargo, sin embargo, tampoco le importaba demasiado.

Su mente flotaba entre múltiples sucesos. Recordaba vagamente haberle contado a Augustus sobre su primer beso, de haber estado realmente consciente o menos temerosa de haber alcanzado la conclusión de su corta existencia, probablemente nunca lo habría dicho o se habría sonrojado tanto que su padre no dejaría de estar asustado por días enteros. Sintió un poco de remordimiento cuando Anya le recriminó haber hecho eso, ponerse mal cuando debería estar festejando la cumbre de su adolescencia, no obstante, lo que más le impacto fue la afirmación de que su madre aún no quería reunirse con ella, de cierta manera, lo percibió como si fuera la propia Rebecca quien se negaba a recibirla tan pronto.

Después de eso, todo se volvió placenteramente borroso, quizá víctima de los medicamentos que necesitaría a donde fuera que la llevaran. Más allá de ello, su último recuerdo nítido con Clarke fue lo que predominó sus sueños que continuaron mientras todo el mundo fuera estaba experimentando la pesadilla e infernal incertidumbre de su estado.

De hecho, esas horas Alexandra Woods sólo soñó una cosa: Nieve y sus ojos azules.

Se vio a sí misma acostada al lado de esa bonita chica rubia de mirada cálida. Al igual que muchas veces en los días previos, se atrevió a observar sus rasgos que la hacían tan única, la manera en la que torcía su sonrisa cuando coqueteaba con ella- algo que le costó a Lexa entender bastante-, cómo alzaba sus cejas asombrada, sobre todo cuando la descubrió micras de segundo después de su primer beso. Porque sí, para Lexa, ese sería el que contaría como el primero. La forma en la que ese pequeño sentimiento que refugió en su pecho e incluso se atrevió a negar por días enteros, se acumuló tanto que al concretarse como algo tangible y correspondido, sólo pudo explotar en múltiples sensaciones que estaba segura deseaba repetir tantas veces como fuera posible.

En el pasado Clarke la hizo sentir viva y emocionada por ello muchas ocasiones. Esa sería una más para la lista y colección privada de la castaña. Deseando tener el tiempo necesario para hacerle llegar su enumeración y agradecimiento por estar ahí. Por permanecer aún cuando estuvo tan negada a ofrecerle nada que no fuera amistad.

Revivió sus pasos sobre el hielo, la inseguridad en ellos, la confianza que Clarke le obligaba a tener. Las ganas de lograrlo sólo para que su chica de ojos color celeste se sintiera orgullosa de ella. No le importó caerse, a pesar del dolor que pudo haber sentido, la sonrisa de Clarke esa tarde sería su analgésico favorito, de alguna manera, incluso sentir eso era una ventaja más de estar presente. Y le fascinaba.

El calor que la mano de Clarke desprendía tomada de la suya era sumamente real incluso para ser un sueño.

"Podría quedarme aquí contigo", repitió sus palabras.

"Y yo contigo", respondió esa Clarke con su forma tan particular de sonreírle sólo a ella.

Por horas- al menos bajo la percepción de Lexa- se quedaron recostadas, sólo que no veían el techo de la pista de patinaje, en su lugar estaba el grandioso cielo estrellado del que ambas fueron testigo apenas un par de días atrás, en algún punto de su perpetua y perfecta vista, le pareció mucho más similar al panorama que tenía desde su habitación en el piso de pediatría más que al que cubría la playa en la que cumplió el más loco de sus sueños hasta la fecha.

27 días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora