Capítulo 10 - Competencia de Bastardos (Parte 2)

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Tres sujetos venían detrás de ellos y se acercaban rápidamente, pero no podían dejarse atrapar. ¡Tenían que advertirle al Alfa!

Disparos pasaban cerca de ellos, casi dándoles, pero fallando a fin de cuentas clavándose en algún árbol mientras huían o pasándolos.

Aun así, los hombres no desistían de su tarea y continuaban dándoles caza, o las consecuencias por dejarlos escapar serían terribles.

Finalmente, después de correr, por lo que pareció una eternidad, en el bosque, una luz iluminó delante de ellos.

¡Una fogata! ¡Personas!

Sus rostros se iluminaron de felicidad, pero los sonidos de las pisadas de los hombres se escuchaban más cerca, en poco los alcanzarían.

— ¡Corre Esther, te daremos tiempo! —dijeron los dos niños, quedándose atrás y transformándose, plantándoles cara a sus persecutores.

Esther corrió, sintiendo las lágrimas comenzando a salir de sus ojos y apretó los parpados con fuerza, conteniendo el miedo que la embargaba.

Escuchó gritos, gruñidos, un par de disparos y luego nada.

Se arrojó hacia adelante y cambió, acelerando el paso, sintiendo su cuerpo más ligero y veloz, lo que le permitía deslizarse con mayor facilidad entre la hierba y avanzar a pasos agigantados, además de los grandes beneficios que tenía su aguda vista que le permitía ver todo el terreno delante de ella sin ningún problema.

Por un segundo pensó en regresar y ayudar a sus amigos, o al menos vengarse, pero negó fuertemente, luchando contra sus instintos salvajes.

No podía desperdiciar el sacrificio de sus amigos, ella tenía una misión, de la cual dependía toda su manada.

Corrió, dejándose guiar por su olfato y, en segundos, dando un salto con las patas hacia adelante, un gran grupo de hombres y mujeres en uniforme negro aparecieron delante de ella, todos armados, apuntando a ella con cautela y hostilidad.

Esther apretó los dientes, clavando las garras en la tierra bajo sus patas, dejando salir un leve gruñido de advertencia, adoptando su posición de ataque. Su pelaje se erizó y mostró sus colmillos no dejándose intimidar. ¡Ella era una were!

Uno de los hombres más cercanos—con una cicatriz desde la sien a la oreja—se lamió los labios, jugando con su largo cuchillo de 30 centímetros, dio un paso hacia ella, inclinándose. Pasaba el cuchillo de una mano a la otra, mientras balanceaba su peso de una pierna a la otra, buscando un ángulo perfecto para atacar y someter a la criatura salvaje.

¿Acaso sería la cena de estos hombres?

Esther ladró, dándole una nueva advertencia. Su cuerpo entero vibraba debido a la adrenalina y las comisuras de sus fauces temblaban, exponiendo sus largos y afilados caninos recién mudados.

¿A qué estás esperando? Pensaba la niña, impaciente. Ella no sería una comida fácil. Iba a pelear con todas sus fuerzas, incluso si eso le costaba la vida.

Pero antes de que alguno de los dos pudiera hacer un movimiento, el sonido de un disparo resonó y todos se giraron hacia el responsable.

Los ojos de Esther se abrieron de par en par y, de no ser porque estaba transformada, se habría arrojado a los brazos del grupo de hombres que estaban del otro lado, mirándolos con expresiones confundidas y serias.

— ¡¿Qué demonios está pasando aquí?! —preguntó el que había disparado, guardando su arma y acercándose, mirando a sus compañeros.

Cuerpo Frío, Corazón CalienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora