Larga Vida Al Joven Rey

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Aunque su construcción distaba demasiado de la típica cripta, ya que parecía más una prisión con todos los puntos de acceso, cerraduras y los sistemas de seguridad que la mantenían vigilada. Además de encontrarse completamente asegurada y fortificada por enormes puertas de acerco de más de 5 metros de grosor, seguía siendo una instalación funcional.

El paso del tiempo le había afectado y sin nadie que le diera mantenimiento era más que claro que el lugar no estuviera en las mejores condiciones, polvo por acá, suciedad de los contenedores esparcida en los pisos, goteras de las tuberías, una que otra raíz salvaje que se había colado a través de las paredes llenas de grietas y las telarañas.

Abandonada, esa era la mejor forma de describirla. Parecía olvidada y que nadie podría estar dentro de ella, por la nula actividad, pero en realidad era hogar de alguien y más que un hogar, era su propio santuario, alejado de los temores y peligros del exterior.

Como todos los días, el sistema comenzaba su protocolo de retroalimentación diario.

La luz dentro del lugar se encendió e iluminó toda la habitación, pero algunas lámparas se habían descompuesto y las que quedaban titilaban continuamente, presagiando que su vida estaba llegando a su fin. Los mecanismos de seguridad comenzaron a reestructurarse, mientras el sistema de alimentación iniciaba sus tares. Toda crujía o rechinaba, además de las nubes de humo que salían de algunas máquinas que trabajaban a máxima capacidad.

La única cosa que no fallaba era aquel enorme contenedor cilíndrico que se encontraba en el centro de la habitación y a la cual iba todos los conductos, filtrando el agua por una nueva, suministrando medicamentos que serían administrados en breve y actualizando la temperatura al notar el cambio en sus signos vitales.

Cuatro nuevas esferas de cristal aparecieron del suelo, aún recubiertas por una pequeña capa de hielo y comenzaron a girar alrededor del contenedor, deteniéndose. Dos de ellas eran carmesí y las otras dos estaban vacías, lo que indicaba que el suministro se había acabado y esta era la última dosis de alimento que quedaba.

El mismo sistema detectó la anomalía y seleccionó una de las que si tenían algo y acercó una de ellas, haciéndola rodar a través de la cinta transportadora, hasta que llegó al contenedor y una mano mecánica la cogió con mucho cuidado. La levantó y la colocó en un compartimiento con la misma forma. Se encendió todo el tanque, una larga aguja salió y se clavó dentro de la esfera, perforándola, y la extracción comenzó.

La sangre pasó por el largo camino, siendo analizada una última vez antes de ingresar al paciente, cerciorándose de que no estuviera contaminada—hasta que pasó la prueba—y subió por una manguera que estaba conectada en su pecho. El sujeto percibió la sangre y se agitó suavemente, pero fue momentáneo, un reflejo.

El cronometro estaba a la mitad, indicando que era hora de ir apagando sistemas nuevamente, hasta la siguiente sesión—aunque estaba consciente que no se llevaría a cabo—cuando los sistemas detectaron una anomalía en el paciente. Su actividad cerebral mostraba indicios de que algo le pasaba, pequeños picos que comenzaban a ser más constantes. Movía la cabeza de un lado a otro, inquieto, mientras apretaba los parpados y la boca, agitándose con violencia dentro del contenedor, llenándolo de burbujas. Casi se podía escuchar el rechinar de sus dientes y sus extremidades intentaban liberarse de los tubos y sondas clavados.

¡Alerta! ¡Alerta! El paciente se encuentra en peligro. —dijo una voz mecánica a través de un altavoz y la habitación se puso roja. —Administrando sedante intramuscular. —explicó.

Se había quitado el tubo de la garganta y gritaba dentro del tanque, golpeando con fuerza el cristal. Su puño impactó contra el cristal y una enorme telaraña de grietas apareció.

Cuerpo Frío, Corazón CalienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora