22. ¿Eso es todo?

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Tim.

A pesar de tener un buen intelecto, me costaba procesar la información que acababa de recibir.

¿Cómo se lo diría a los chicos?
¿Cómo se lo diré a Camile?

Sea como sea, la decisión estaba tomada, y no podía echarme para atrás.

Ahora ya nada me atará, viviré con mis propias riendas. Ni siquiera mis amigos me mantendrán aquí.

Colgué el teléfono que no me había dado cuenta que en todo este tiempo aún lo tenía en la mano, y fui directo a mi cabaña.

Camile.

— ¡No te muevas que aquí se escucha bien! – le susurré/grité a Cecyll.

— ¡Shhhhhh! Nos van a descubrir – me susurró de vuelta sin dejar de mirar a la cabaña.

¿Cómo es que habíamos acabado 4 horas en este arbusto?
Pues... Nos tomamos lo de vigilar a Chloe muy en serio. Pero estábamos seguras de que había sido ella.

No tengo pruebas pero tampoco dudas.

— Me toca usar los binoculares – declaré poniendo una mano sobre los mismos.

— Apenas y los he usado, espera un rato – me respondió acomodándoselos.

— ¡Préstamelos! – murmuré un poco fuerte.

Bueno, quizás no lo tomamos taaaaaaaan en serio. Es que he de admitir que me emociona todo este rollo de ser espías. Claro, no es nada divertido escuchar una discusión sobre si es mejor un vestido color blanco hueso o blanco nieve. ¡Los dos colores son completamente iguales! Y eso es lo malo, en todo este tiempo no había ni indicios ni pistas sobre algo de la carta. No han hablado nada que no sea moda, ropa, maquillaje y demás cosas de chicas fresas.

Lo siento Sherlock, te he decepcionado.

— ¿Y si vamos a la cafetería? Muero de hambre – habló de repente sacándome de mis pensamientos.

— No podemos irnos, eso es lo que ellas quieren – señalé a la ventana que estábamos viendo –Están esperando que nos vayamos para conspirar sobre la carta.

— Relájate chica – me miró rodando los ojos – Ya por hoy hemos hecho suficiente, mañana si quieres volvemos a vigilarla otras 4 horas.

— Bieeen... – acepté a regañadientes, pero no lo iba a negar, también tenía hambre.

Me levanté y tomé el aparato que teníamos para escuchar conversaciones a distancia, Emineko tomó los binoculares y las bolsas ya vacías de algunas papas fritas que comíamos.

En lo que caminábamos, noté que Chloe y su grupo de zorr- digo digo, de amigas, salieron de la cabaña, y por reacción empecé a darle manotazos a Cecyll para que también se diera cuenta.

— ¡¿Pero cuál es la agresividad?! – sin dejarla responder la empujé al escondite más cercano: un tronco.

— ¡Ahí van el grupo de oxigenadas! – susurré y le mostré por dónde iban – No pueden ver que venimos del mismo lado.

— A la próxima solo dime sin golpes – habló para sí misma lo suficientemente fuerte para que yo la escuchara.

Tim.

— ¿Cómo que te vas? – preguntó de nuevo Alex cómo si no me hubiera escuchado las anteriores 80 veces que se lo dije.

— Eso fue lo que escuchaste ¿No? – contesté mientras aún recogía mis cosas en mi maleta.

Campamento AlawalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora