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—Es demasiado dinero— comentó Carla después de ver todos los gastos del mes.

En ellos se habían agregado por separado las clases particulares que Eren necesitaba, la psicóloga y el fonoaudiologo que debían pagar aparte.

—Estoy haciendo turnos extras, me lo pagarán a fin de mes, no te preocupes— continuó Grisha —sé lo que estás pensando, pero si tú también empiezas a hacer algo más debería ser en casa, alguien necesita quedarse con Eren.

—Tienes razón— dijo pensativa mientras hacía a un lado la calculadora y las facturas —Tal vez podría vender comida, ya sabes, antes lo hacía.

Así fue como Carla comenzó de nuevo con aquel emprendimiento, vendiendo pasteles y demás a los vecinos del barrio. A veces, Grisha la llevaba a repartir en su auto cuando no estaba trabajando y muchas otras, tomaba su bicicleta con Eren bien sujetado en la parte de atrás y marchaba haciendo un equilibrio enorme para que ningún alimento o alguno de ellos terminara cayendo.
Eren había comenzado sus clases con una maestra especializada a los nueve años. La mujer llamada Petra, iba de lunes a jueves y en ese horario Carla se dedicaba a cocinar, lavar la ropa y a veces limpiar un poco.

Al principio tenerlo en casa había sido un completo desastre, Eren al no ir a la escuela se había vuelto demasiado hiperactivo, caminaba por todos lados, solía acercarse a cualquier electrodoméstico y varias veces lo había salvado de cortarse los dedos con el ventilador, salía a buscarlo por el vecindario cuando tomaba sus llaves y se escapaba e incluso había tenido que quitarle los juguetes al perro porque el niño había encontrado sumamente divertido el morderlos y romperlos.

Las sesiones con la psicóloga y el fonoaudiologo habían ayudado bastante. Lo primero que recibió Carla por parte de la profesional fue un sermón del porqué no debía ser tan sobreprotectora con su hijo.

"—Eren puede aprender absolutamente todo. Él lleva un ritmo más lento que los demás pero por ello no quiere decir que no entiende lo que está pasando a su alrededor.
Por lo visto, no habla mucho y cuando lo hizo no pudo decir ni una palabra coherente. Señora Jaeger, ¿Su hijo dice algunas palabras?

—Sí, claro. Sabe decir mamá, papá, Tom que es el nombre de nuestro perro y hace muy poco empezó a decir agua.

—¿Y cómo le hace saber cuando quiere algo?

La mujer se removió incómoda, pero contestó su pregunta.

—Él hace mucho berrinche, normalmente lo hace a base de sus gestos, como cuando quiere comer, se toca la panza y ya sabemos que tiene hambre.

—¿Y usted le da lo que quiere cuando lo pide de esa forma?

—Por supuesto, lo entiendo a la perfección.

—Señora Jaeger, voy a pedirle algo y este va a ser un trabajo en familia. Eren entiende y si puede hablar estoy segura que podrá expresarse muy pronto con una gran variedad de palabras para hacerse entender a los demás. No le den todo lo que pide ante el primer gesto que haga, inciten a que empiece a pedir lo que quiere hablando, no les estoy diciendo que sea de inmediato porque no lo hará. Al menos con las cosas básicas, como comer, decir que tiene sueño o si quiere jugar.

—De acuerdo, entonces simplemente, ¿Debo ignorarlo y enseñarle a pedirlo?

—Puede intentarlo, estar pendientes a él solo hace que no se esfuerce por conseguir algo más. Él entiende mucho, hoy he hablado y ha hecho todo lo que le he pedido. Pero deben trabajarlo juntos".

Carla y Grisha realmente se esforzaron, cuando comenzaron a hacer lo que la psicóloga les había comentado, su marido tuvo que detenerla muchas veces en salir corriendo y darle todo lo que su pequeño necesitaba, con el correr de los meses, Eren aprendió a decir que tenía hambre, que estaba cansado y muy pronto, gracias a Grisha, terminó por decidir que ya no quería pañal para dormir, corría al baño a encerrarse y salía después de lavarse las manos para mostrarles que lo había hecho totalmente solo.

Eren también había tomado la costumbre y tal vez esos eran los únicos momentos en que se quedaba sentado, era en observar a su madre cocinar y a veces, cuando llovía, observar las gotas que caían, algo que hacía sin excepción cada vez que se daba la oportunidad. Se reía ante ello y pronto había querido ayudar a su madre en la cocina, alcanzándole fuentes, cucharones y todo tipo de cosas que le pidiera.

Cuando cumplió los trece, ya sabía contar, ya hablaba mucho mejor e incluso cocinaba. Repartía la comida junto a su madre y se encargaba de cobrarles. Había agarrado cierto amor por la música y como regalo de Navidad le habían hecho más de diez cd's con sus canciones favoritas. Eren las cantaba y también las bailaba.

Fue en el verano cuando Eren cumplió sus dieciséis años que Grisha llegó con buenas noticias. El alquiler que tenían era demasiado alto y las cosas se habían complicado un poco. Él había pedido un traslado al pueblo vecino, donde antes había vivido su madre. La casa había quedado en herencia para ellos y cuando aceptaron al hombre en el hospital de Sina, no tardaron en finalizar el contrato y empacar sus cosas.

La última noche su hijo los había sorprendido cuando se había echado a llorar hasta el cansancio. Y a la semana cuando terminaron en el auto con sus maletas y un camión de mudanza por detrás, Eren había acabado bastante callado y cabizbajo en la parte trasera del auto.
Era la primera vez que lo veían mostrar tristeza alguna.

El viaje fue realmente corto y cuando Carla dio unos cuantos pasos fuera del automóvil con la brisa veraniega golpeando su cuerpo había sonreído como años atrás.

—¡Mira Eren! ¡Tiene un patio enorme y podremos elegir tu habitación antes que la de nosotros!

Solo con la última mención había logrado llamar su atención, Eren se había bajado a sus espaldas y observaba la casa con recelo. Su cabello estaba un poco largo y sin embargo, no había dejado que se lo cortaran, le gustaba así por lo cuál Carla le había enseñado a hacerse una coleta para que no le diese demasiado calor. Era alto y delgado, un poco desgarbado, pero había mejorado muchísimo su postura con la ayuda de su padre.

—Mi habitación— repitió mientras veía a Grisha ayudando a los hombres de la mudanza con un viejo sillón.

—Sí— su madre aplaudió un poco y Eren sonrió levemente —. Vamos a dejarla muy bonita, puedes elegir la que más te guste.

Aquello pareció conformarlo, porque incluso ayudó a sus padres a entrar un par de cajas. Solo duró unos pocos minutos en ello, porque pronto se distrajo con las escaleras y terminó en la planta alta abriendo puertas y curioseando.
Pasó por dos habitaciones y en la tercera, realmente dejó ver una enorme sonrisa.

Le había gustado que fuese tan grande y con las paredes azules, le gustaba el azul, su color favorito. También le gustaba la ventana, porque desde allí, podía ver el patio cercado y a su viejo amigo Tom que estaba recostado sobre el césped. Le gustaba esa habitación, hacía que su corazón latiera muy rápido y sonriera. Ya no tenía que dormir con sus padres y como le había dicho la señorita Petra en un principio ahora tenía su espacio.

Salió corriendo hacia las escaleras y se detuvo en la barandilla, sus manos rodearon su boca haciendo una especie de carpa y comenzó a gritar.

—¡Mamá, mamá! ¡Habitación linda, habitación!

Carla dejó la caja que contenía los libros y miró hacia arriba sonriente.

—¿Ya encontraste una?

Eren asintió enérgicamente.

—¡Es linda, linda!

—De acuerdo, luego armaremos tu cama allí para que puedas estrenarla esta misma noche.

Aún les quedaba demasiado por hacer, pero Eren había terminado jalando la camiseta de Grisha hasta que el hombre se decidió por armar la cama de su hijo, el joven se quedó a su lado moviendo sus pies intermitentemente por toda la habitación hasta que estuvo lista. Luego les dio el espacio suficiente a sus padres para que terminaran con sus cosas, se acostó mirando el techo de la habitación y volvió a sonreír mientras que en su cabeza, formaba las últimas palabras que le había dicho Petra.

"Tienes que tener tu espacio, como los chicos de tu edad".

—Mío—. Susurró antes de quedarse profundamente dormido.

Dulce (Riren) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora