Capitulo 11

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Mientras, en la ciudad de Arena...

Desnuda, Kyra se hundió en las tibias y calmante agua de la piscina de su cámara.

Sonrió a Giselle que ya estaba en la piscina, su hijo de tres años Kalïq sentado entre sus piernas mientras le peinaba el pelo.

—Tiene los ricitos más dulces. —Sonrió—. Es un infierno sangriento trabajar con un peine de cristal a través de ellos.

—¿Le llevarás con nosotras?

Negó con la cabeza.

—No. Lo dejaré aquí con el resto de los niños ahora que está destetado.

Los ojos de Kyra se movieron rápidamente sobre el bebé, luego al otro lado de la piscina donde Zy'an y Zari reían tontamente y se salpicaban una a la otra. Suspiró.

—Gis...

—No nos arrastras a nada —interrumpió sin alzar la mirada de su trabajo. Asintió definitivamente—. Mary y yo hemos hecho nuestra elección. —Alzó la mirada—. Además, no es como si no tuviéramos protección. Esos guerreros Wani... —Sonrió—. Wow.

Kyra sonrió.

—Wow está bien. —Se mordisqueó el labio y miró a lo lejos—. Pero, me siento un poco culpable.

—Zar —llamó Gisella—, ven y coge a Kalïq. —Dejo el peine de cristal a un lado de la piscina y suspiró mientras miraba a Kyra—. No lo hagas. Dari y Jana son mis sobrinas también, de Mary también. Y si podemos ayudar a tu hermana mientras las encontramos, entonces mucho mejor.

—Espero que la encontremos —murmuró Kyra, su mirada lejana—. No sé porque supongo que voy a encontrarla, solo que lo haré. —Subió a una suave piedra gel y se tumbó sobre su estómago, con cuidado de los engrosados senos sosteniéndose en los codos.

Gisella besó la cabeza del bebé antes de entregarlo a su hermana mayor y a su prima.

Zari y Zy'an vadearon con él hasta el otro lado de la piscina y le pusieron en una versión

Trystonni de un juguete flotante. Sonrieron tontamente mientras él sonreía y salpicaba el agua, sus pies pataleando enérgicamente debajo de él.

En ese momento Mary entró, con una sonrisa arrogante en su cara. Desechó rápidamente su qi'ka y vadeó en el agua, parándose en la suave piedra donde Kyra se repantigaba. Frunció el entrecejo hacia sus senos, murmurando algo acerca de gigantescas manzanas flotantes.

—¿Bien? —preguntó Kyra.

Mary sonrió.

—Bien, mis queridas, acabo de hablar con Jor y todos estamos listos.

Kyra se mordió el labio.

—Mierda, me siento tan culpable mintiendo a mi hijo.

—¿Lo cual es por lo que no lo has hecho y yo sí?

—Todas nosotras tenemos permiso para visitar Morak, siempre con nuestros guardias para escoltarnos —una ceja se levantó—. Nuestros guardias, ese día serán, por supuesto, Tulip, Gardinia y Flora.

Kyra dejó escapar el aliento.

—Buen trabajo —murmuró—. Espero que Jor no se meta en problemas con el gran zoquete si nos cogen.

—No lo hará. —Mary ondeó la mano—. Pensaremos algo. Kyl siempre me acusa de ser manipuladora y astuta, así que en este caso estaré segura de serlo.

—¿Y Geris? —preguntó Gisella—. ¿Has hablado con ella hoy? ¿Ha resuelto la manera de huir de Dar y encontrarse con nosotras en el punto de reunión?

—Sí. Te lo dije, estamos listas. —Mary sonrió—. Esto es tan jodidamente estupendo.

Los labios de Giselle se curvaron hacia arriba.

—Como Thelma y Louise excepto que, ya sabes, somos cuatro. —Ante la mirada desconcertada de Mary, ondeó una mano con desdén—. No importa. Olvidaba que es posterior a tu época.

—Subvirtiendo el paradigma dominante —dijo Mary nostálgicamente mientras se subía a la piedra-gel al lado de Kyra—. Demasiado malo que no tengamos un porro para llevarnos.

Kyra rió entre dientes.

—Quizás no, pero Death envió algún matpow luz de luna hace tiempo. —Meneó las cejas—. Lo he estado guardando para la ocasión correcta.

—Fantástico. —Mary sonrió mientras se tumbaba—. Tráelo, hermana.

Zara se sujetó las manos sobre las orejas, la llamada mental del macho inferior conduciéndola a la locura. Durante una noche fort había estado llamándola, y cada salida de la luna había llegado a ser más dura que la siguiente para resistir el cebo de visitar el

Hoyo de los Cautivos.

Lo quería.

Violentamente. De manera posesiva. Locamente.

Pero había... algo raro acerca de él, algo demasiado extranjero acerca de la idea de emparejarse con él.

Algo que le advertía que cambiaría su destino para siempre si lo montaba.

Zara se puso de espaldas sobre la cama elevada y empezó a masajearse frenéticamente el coño, la necesidad de culminación más grande que la necesidad de respirar.

Gimió. Con seguridad algo no estaba bien

Sin Miedo (H.S) 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora