Pon tú las reglas.

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A la mañana siguiente estaba durmiendo tranquilamente cuando escuché golpes en la puerta. Si Oli era la que estaba aporreando la puerta de esa manera la iba a matar. Abrí malhumorada pero lo que menos me esperaba era ver al mismísimo Eric Walter en la puerta de MI CASA.

—Buenos días Gabriella. — No podía creer que esto estuviera pasando. — No creo que ese atuendo sea muy adecuado para ir a la oficina, cuando te dije que podías utilizar tu ropa no me refería a eso exactamente.

—¿Qué haces aquí? — Contesté malhumorada.

—No has venido a la oficina así que vine a buscarte. —Me acababa de despertar y llevaba un moño en la cabeza, mi pijama de amapolas y la cara sin lavar.

—Joder Eric...—Y me besó. Me comió. Sus suaves labios se posaron en los míos con fiereza. Con ganas, con posesividad. — ¿Cómo sabes dónde vivo?

—Tengo gente que se encarga de esas cosas Gabriella. —No paraba de besarme mientras me hablaba entre besos. Tenía que reconocer que tenerlo cerca era reconfortante, era cómodo y eso me asustaba.

—¿Me espías?—Conseguí separarme de él un poco para ver lo guapo que estaba.

—No, todavía.

—¿Por qué tanta insistencia en que trabaje para ti?

—Porque te necesito. —Me debatía entre echarlo de mi casa o vestirme para irme con él. —Vístete.

Una media hora después estábamos bajando por el portal y montándonos en el Mercedes del otro día. Cuando le contara esto a Oli iba a flipar, igual que estaba flipando yo o más.

Llegamos a la oficina y subimos por el ascensor directo a su planta, abrió el despacho y nos metimos dentro. Todo era de cristal pero tenía unos paneles japoneses para hacer que no se viese el interior del despacho, muy elegante como todo.

—Voy a intentar hacerlo de otra manera contigo. —Comenzó a decir bajo mi mirada interrogante. —Pon tú las reglas para que trabajes conmigo.

—Eric yo...

—No. ¿Te parece poco el sueldo?—Me enfureció que quisiera comprarme con dinero.

—¿Me estás intentando comprar con dinero? Esto si que no me lo esperaba. —Me iba a levantar cuando él se sentó en la silla de al lado y me cogió las manos.

—Gabriella, quédate. No se como hacerlo, si no necesitas más dinero. ¿Qué es lo que te impide trabajar aquí?

—No lo sé.—Contesté sinceramente.

—Pon tú las reglas.

—Vale. —Jamás vi una sonrisa tan sincera y bonita, se levantó de la mesa y se puso en su silla abriendo el portátil.

—Te he enviado a tu correo lo que tienes que ir haciendo. Marca tú el ritmo y acércate aquí si tienes alguna duda.

—No tengo ordenador Eric.

—Si que tienes uno.—Señaló la otra mesa de su despacho. La última vez que vi esa mesa estaba vacía y ahora había un portátil encima, una taza, una planta de decoración, un teléfono de mesa y algunos bloc de notas.

—Gracias.

Caminé hacia mi mesa, el portátil era bonito, al igual que la planta y el teléfono. Me volví a quedar asombrada con las vistas de Madrid. Los bloc de notas tenían la marca de la empresa y el nombre Walter inscritos. Esperé a que el ordenador se encendiera para ver qué me había mandado por correo. No me creía que estuviera aquí y que me hubiera besado con semejante hombre.

Mi equilibrio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora