Frecuencia

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Un escrito viejo que encontré y retoque para colocarlo aquí. No tiene nada que ver con las otras historias enlazadas. 

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-Inhalé profundamente mientras estiraba mis brazos y mis piernas. Aproveche una envión más para estirar también, los dedos de mis pies.

El placer delicioso de los músculos al tensarse me hizo lanzar un leve gemido, apreté los ojos y provoqué a su vez, una leve sacudida corporal.

La luz de la mañana se departía por la cama, por la repisa y el tocador; la pelusa del cuarto brilla mágicamente en el aire, al atravesar el haz solar.

El aroma, una extraña mezcla de caramelo con toques de mandarina, no deja lugar a dudas que el cuarto no es mío.

Es tuyo.

Sigues durmiendo boca abajo, ajeno a todo y me nacen unas ganas de halarte las orejas o una mejilla, de tumbarte de la cama de un buen empellón o despertarte en un intenso ataque de golpes de almohada.

Tú sabes la hermana que puedo llegar a ser; y lo hermoso es que siempre, como un campeón, soportas.

Siempre soportas.

Creo que entre todas hemos logrado templarte ese carácter tan tuyo... tan dispar a tu edad.

Te dejo en paz, la mañana es tranquila y la sensación de bienestar que me da verte dormir me hace regresar a las sábanas, y abrazarte un poco.

Es curioso como la sensación cálida entre nosotros, marea. A mí me marea.

Dormiré un poco más, pequeño conejo blanco. –

Un fugaz beso en la frente, una inhalación silenciosa y la radiación del calor que choca entre nosotros se vuelve sofocante. Me pego más a ti, te estrecho en mis brazos...

-Me marea... tu calor...

...me marea mucho...-

Solo me estoy moviendo, no es que me acerque a propósito. Aunque es verdad que siento que nuestros alientos, al estar atrapados en las sábanas, me quema realmente como fuego la piel del vientre y del pecho.

No hay oxígeno. Mi respiración se aploma ahora que veo tu rostro tan cerca. Dueño de la impavidez del que duerme sin miedo, no me miras observar a detalle tu nariz, tus pecas desperdigadas, tu boca entre abierta y ese pequeño silbar al respirar.

Abro más los ojos y siento un escalofrío cuando sin poder detenerme poso la mano en tu delgada espalda,

y te mueves.

Siento una presión en la garganta, mi corazón puede reventar en cualquier momento ante el golpeteo inclemente, mi cabeza se pierde...

-¿L-Leni?- Dijiste entre sueños mientras que mi rostro, congelado en el pasado, se dejaba un espantoso vacío.

El calor se disipa.

El dolor crece.

Me abrazas más fuerte, y puedo sentir claramente como cientos de agujas de hielo me lastiman.

No es caricia para mí.

Luego, rematas citando entre dientes y aun sumergido en el sueño.

"Leni... te quiero..."

Y el cuarto es un pozo sin fondo. Cierro los ojos y me dejo caer en él. Un par de lágrimas corren a algún lado.

El vaivén del dolido no me sirve, no cuando tienes nueve espejos en casa.

Una de LoudsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora