Epilogo

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Esa noche había sido la más bipolar de mi vida. Amé bailar con ella y odié hacerla sufrir. Habían pasado dos semanas desde ese día y todavía dolía como si fuera el primer instante. No tenía reparos en querer morirme, en querer dejar este mundo terrenal y por fin terminar con mi dolor.

Aunque aquello era verdad, no podía hacer eso, más que nada porque tenía una razón por la cual vivir, y estaba en casa.

—¿En dónde pongo esta maleta? —preguntó Nathaniel cargándola.

—En la cajuela del auto —respondí señalándola.

Sí, así es, ahora mi hermanito estaba conmigo, estaba a mi lado para cuidarlo y protegerlo contra todo mal, lucharía contra viento y marea para evitar que algo malo le pase. Pasé y pasamos por tantas cosas malas que nada ni nadie nos separaría.

—Choca esos cinco —dije alegre.

Él hizo lo mismo y ambos reímos. Amaba hacer esto con él, lo amaba con toda mi alma. Nos iríamos de vacaciones, por lo que estábamos poniendo todas las valijas en al auto. Instantes después vi a Ámbar acercarse casa.

—Nat, entra a casa y ve por otra maleta.

El niño era muy obediente, así que hizo lo que le pedí. Lo había pedido eso por dos razones concretas, la primera porque no sabía como es que pudo localizar mi casa, y segundo, porque sabía que era por el tema de Daphne.

—¿Puedo ayudarte en algo? —pregunté.

Ella en un momento, y sin esperarlo, me dio una bofetada, fue tan dura y fuerte que me había removido hasta mis ideas.

—¿Qué demonios te sucede? —dije enojado.

—¿Cómo te atreves a hacerle daño a Daphne? Tuve que rogarle para que me dijera la verdad. ¿Sabias que ha estado llorando en su habitación inconsolable por días? Eres un asco.

—Lo sé, tienes razón, soy un asco y merezco ser golpeado,

—Ella te amaba, en serio lo hacía, le hiciste ver que el amor es una basura, y más porque nunca había sentido por nadie como lo hizo por ti. ¿Sabes algo? No quería decirme porque se sentía triste, ni siquiera le dijo a Dahyun lo que hacías, ¿sabes por qué? Para no hacerte daño.

—Perdón por hacerle daño —agaché la cabeza.

—Ahora se mudó de la ciudad, no te diré a donde, pero no quiero que la busques nunca, has de cuenta que nunca existió en tu vida, no quiero que le vuelvas a hacer daño.

Eso había sido muy doloroso. Se había mudado para no tener nada que recordarme a mí. Sí que había sido un asco.

—Oye, Ámbar...

—¿Qué quieres?

—¿Podrías decirle a Daphne que la amo? Que la amo mucho y nunca dejaré de amarla.

—Eres un hipócrita, Andrew —finalizó negando con la cabeza.

Inmediatamente se dio la media vuelta y se alejó. Me sentía tan miserable y deprimido, que la basura es la única cosa con la que me podría comparar.

Al poco tiempo arribó Albus junto con una señorita. Él era un hombre mayor, con barba recortada y cabello canoso, pero iba demasiado bien vestido, con un traje bastante formal. La señorita era alta, usaba tacones, además de una vestimenta de oficinista, sus ojos eran azules y su cabello oscuro.

—Andrew, ella es Mía, es una contadora y llevará todos tus registros –dijo.

—Vamos, Albus, di lo tuyo —respondí sin ánimos.

—Es momento que te hagas cargo de FarLes.

—Supongo que este momento llegaría más temprano que tarde.

Bien, ahora tenía que ocuparme de manejar la empresa familiar. Mi vida cambiaría drásticamente y tendría que afrontar más retos, muchos de los cuales eran más riesgosos. Debía de convertirme en una mejor versión de mí mismo.

Y, por cierto, mi historia con Daphne apenas ha comenzado.

Venganza con amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora