BASTIAN
Terminé de leer la angustiante y reveladora carta que Harry me había escrito. Miré hacia mis costados, esperando verlo aparecer y escucharlo decir que todo era un simple sueño. Quería volver el tiempo atrás, al día en que lo vi por primera vez en los escalones de la Universidad, se veía tan… perfecto. Pero se había ido, estaba sola, y sabía que la razón por la cual me había abandonado, era el simple hecho de que él debía matarme. Sequé con el borde de mi buzo las lágrimas que caían como torrentes de mis ojos hinchados, jamás había pasado un día entero llorando, además del día en que mi hermana murió.
Al pensar en la situación en que me encontraba, descubrí que de todas formas, uno de los dos saldría perdiendo, él debía matarme, y yo tenía que impedirlo, eso hubiera sido fácil si esa persona no hubiera sido él. Si yo no lo hacía, si no lo detenía, Harry iba a matarme a mí y lo prefería mil veces, pero si yo moría, la Profecía no se cumpliría, y la humanidad, incluidos mis padres serían víctimas de los Vampiros el resto de la vida. Tenía la difícil decisión de elegir entre el amor de mi vida y el resto del mundo. Mi corazón estaba seguro de lo que debía hacer, debía dejar que Harry me matase, y que él siguiera con su vida. Pero mi cabeza me gritaba una y otra vez que no podía ser tan egoísta, tenía en mis manos el poder de liberar al mundo de los ataques constantes y sanguinarios de los Vampiros, no podía hacer ojos ciegos y voltear la cara, porque mi familia podía llegar a ser víctima de esos ataques en cualquier momento. Sin embargo, en mi cabeza todo estaba muy organizado, ir a Inglaterra, al Palacio LordKing como Louis lo indicó, cortar mi palma, decir la profecía, jurar la paz y luego cuando Harry intente asesinarme, matarlo. Muy simple. Pero el dolor me consumía por dentro, una y otra vez, si hacía eso, perdía al amor de mi vida, y la conciencia no me dejaría vivir. ¿Qué debía hacer? Creo que de lo único que en ese momento estaba segura era de que no iba a matar a Harry.
Me recosté de lado en la cama, sintiendo mi respiración agitada e irregular, cuando observé el reloj de la mesa de noche a mi lado, marcaba las dos de la mañana. A su lado, estaba la pequeña cajita que había olvidado investigar. La tomé en mis manos y encendí la luz de la lámpara. La pequeña cajita contenía una pluma negra del tamaño de mi dedo índice. La miré por unos minutos, estaba segura que esa pluma pertenecía a Harry. Lo había visto poner esa misma caja sobre mi placard, la noche en que me reveló sus recuerdos a través de sus cicatrices. La guardé en la misma caja, en donde cabía a la perfección y cerré mis ojos, tratando de refugiarme en algún lugar donde todo sea de colores, en donde todo el mundo sea feliz, en un mundo con Harry.
Abrí mis ojos a causa de la luz de la lámpara que había apagado hacía segundos, se había prendido, podía apostar que sola. Saqué mi brazo de debajo de las sábanas y estiré mi mano para volver a apagarla, cuando lo hice, escuché una voz susurrar algo a la perfección.
“Luci”
Me senté en la cama de un salto, era una voz de mujer, era la voz de mi hermana. Comencé a buscar sin miedo por la habitación hasta que la vi. Lola abrió la puerta de la habitación y entró en puntillas de pie, caminando hacia mí. Vestía un camisón blanco hasta los pies, una larga trenza rubia y para mi sorpresa poseía unas enormes alas blancas en su espalda. Lola sonrió al verme y se sentó a mi lado en la cama.
– Lola… – Murmuré sintiendo un nudo en mi garganta.
– Hola hermanita – Dijo sonriente, yo la miraba sin todavía podérmelo creer.
– Tienes… alas – Comenté apreciando las bellas y blancas plumas en su espalda, ella asintió.
– Soy un Ángel – Dijo firme, abrí mis ojos en sorpresa y ella rió.