La Importancia de las Herramientas.

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De cómo se descubren desde mentores hasta némesis.

El frío matutino golpeaba las mejillas del cuarteto que volaba a toda prisa desde Londres. Como ex atleta y como espíritu libre, Harry disfrutaba de esos momentos cada vez más escasos: volar en su escoba a varios miles de metros de altura, a velocidad supersónica y equipado con una burbuja mágica de aire para respirar. El sol se asomaba apenas en el horizonte, y varios cientos de metros debajo de ellos, las nubes eran dejadas atrás como manchas borrosas en amarillo eléctrico y plata.

Ginny hizo una señal con su varita, indicando al resto que ya sobrevolaban su destino. Ella, Ron y Harry hicieron una elaborada pirueta el ser los tres practicantes de Quidditch, para dejarse caer en picada y atravesar las nubes, mientras que Hermione fue más conservadora y comenzó a descender en espiral. Cuando atravesaron por completo el grueso mar de nubes, apareció lo que buscaban. El lago destellante, el Bosque Prohibido y, por supuesto, el imponente castillo, Hogwarts los recibía esa mañana. Atravesaron el campo de Quidditch, donde los alumnos regularmente estarían practicando, pero estaba vacío y silencioso, y siguieron hasta la torre de astronomía, donde finalmente aterrizaron.

Un viaje de nostalgia total mientras recorrían los mismos pasillos que los vieron crecer y en sus más grandes aventuras, los mismos donde tuvieron sus primeros romances, sus primeras travesuras, y sus primeras batallas. Cerca de la gárgola que custodiaba la oficina del director, los cuatro se detuvieron, mostrando particular respeto a un gato que meneaba la cola con indiferencia.

—Tanto tiempo, Directora McGonagall.

El gato anduvo lentamente hacia ellos, convirtiéndose a medio camino en una bruja ya algo entrada en años.

—Dicen que todos los que estudiaron aquí, eventualmente volverán a terminar los asuntos que hayan dejado pendientes. —Sonriente, la directora abrazó a los cuatro—. Vengan, iremos a las mazmorras para charlar con calma.
—¿No deberíamos ir a su oficina, directora? —Preguntó Ron, un poco contrariado.
—En condiciones normales, sí. Pero creo que esa oficina será ocupada por alguien más. —Tomó a los hermanos Weasley y a la ministra, guiándolos por el pasillo—. ¿No es así, jefe Potter? —Se acercó y susurró la contraseña a su oído.

Harry los vio perderse por el pasillo, mientras Hermione le hablaba a la profesora sobre la reanudación de actividades de la Orden del Fénix, y el jefe auror encaró a la gárgola que daba acceso a la oficina del director. Le dijo la contraseña y la escultura saltó a un lado, dejándolo subir por la escalinata.

En ese más que en cualquier otro momento sintió una enorme nostalgia. Esa misma oficina donde tantas veces compareció ante uno de sus mentores más importantes, donde recibió reconocimientos, reprimendas y hasta amenazas de muerte. Caminó a lo largo de la oficina que no parecía tener más que cosas viejas, y los colores propios de Gryffindor. Así, llegó hasta el escritorio de aquella habitación ahora solitaria, para comenzar la entrevista.

—Vaya que has crecido, Harry. —Dijo una voz avejentada, pero alegre desde la parte alta del muro—. ¿Cuánto tiempo habrá pasado?
—Casi tres décadas, profesor Dumbledore. —El hombre sonrió afectuosamente hacia el óleo en el cual se mostraba la efigie del ex director fallecido.
—Veo que pudiste echar raíces luego de irte de aquí. Tus hijos fueron muy especiales... modestia aparte, creo que fue aún más especial mi tocayo.
—Es un gran chico.
—Con todo y que es un Slytherin, es valiente como un Gryffindor.
—Valiente como un Potter. —Corrigió Harry. El viejo en la pintura sonrió—. Un placer hablar contigo, Harry. Iré a reposar un rato a mi pintura en casa de Aberforth. Le daré tus saludos. Algo me dice que no soy el ex director con quien deseas... o necesitas hablar.
—Muchas gracias, profesor.

Odisea de los Amantes de OrienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora