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1988

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1988

Eran cerca de las siete de la noche, lo marcaba el reloj en la pared del comedor mientras ella lo miraba sentada desde la mesa. Tenía un enorme tazón de cereal frente a ella y disfrutaba de cada cucharada en su boca; parecía comida de un millón de dólares después de haber pasado el día entero sin nada en el estómago además de alcohol barato.

The Beach Boys sonaba en la sala a un volumen moderado y ambientaba la casa completa, su madre se encontraba aspirando la alfombra y su padre estaba en el piso de arriba. Escuchó cómo hablaban, su padre entró a la cocina mirándola con una sonrisa sutil y se sentó frente a ella.

—¿Quieres un poco? —ella le preguntó empujando el tazón hacia él y él negó, por lo que lo regresó a su lugar y siguió comiendo.

—Entonces... —su papá dijo— ¿No vas a cambiar de parecer?

No parecía enojado, estaba más bien esperanzado a que ella cambiara su respuesta. Pero después de decírselo mil veces, había llegado a un punto donde su punto de vista era irrefutable.

—Papá, es lo mejor... ¡Piénsalo! —le animó— Ustedes van a España, se establecen y después voy yo.

—No necesitamos establecernos, Marie, tenemos todo lo que necesitamos.

—Tienen dinero, sí, ¡pero no sabes cómo es vivir allá! No sabes si te gustará, más importante, no sabes si a mamá le gustará —le señaló, sabía que su padre intentaba complacer a su mujer en todo—. Tal vez vayamos y en cuestión de meses estaremos de regreso, y yo habré perdido el año escolar en vano.

Su madre apareció en la puerta de la cocina, apagando la aspiradora, haciendo que su padre la mirara desesperado por ayuda. Desde que le ofrecieron transferirlo a España para dirigir la sucursal nueva de la empresa, su pequeña hija, la única que quedaba bajo su techo de sus cinco hijos, se había rehusado a dejar el país y para su mala suerte, parecía tener todo resuelto.

—Mira, falta una semana para que terminen las clases. Empezaré a buscar una escuela de idiomas y comenzaré tan pronto como pueda. Si deciden quedarse allá permanentemente, tendré que hablar al menos algo de español. Sabes que no sé ni una sola palabra, ir así e inscribirme a la escuela será como nunca haber ido, sólo que tendrás que pagar por ello.

El hombre respiró y como tardaba en formular respuesta, ella aprovechó para seguir poniendo cereal en su boca. Su madre tomó el hombro de su padre y habló por él.

—Cariño, no es solamente que no queremos dejarte aquí, es que no puedes quedarte sola... ¡Tienes diecisiete!

—¡Mamá! —le miró con la boca abierta— Como si fuera la gran cosa, ¡hay chicos menores que yo en la calle, sin dinero, ni un lugar donde dormir y les va muy bien!

—Suena como que les va bien —rio su mamá y ella resopló sin formar una sonrisa completa.

—Saben de qué hablo.

—Sí, ¡pero no me importa ninguno de esos niños! Me importas tú.

Y aquí venía, su padre iba a jugar la carta de "eres mi pequeña". De hecho, la había guardado por mucho tiempo, Marie la esperaba desde la primera vez que había sugerido todo eso.

—Eres mi niña, ¿cómo se supone que voy a estar en otro continente si te dejamos sola aquí? —preguntó con aquellas típicas arrugas en su frente.

Cuando lo escuchaba usar ese tono, que no era muy seguido, recordaba exactamente de dónde había salido esa actitud manipuladora que ella misma tenía. No era una coincidencia que su padre fuera tan bueno en su trabajo, pero tampoco lo era que ella siempre se saliera con la suya.

—Papá. Estaré bien —su mano se colocó sobre la de su padre, su mirada demostraba cuánto anhelaba quedarse. Con rapidez buscó apoyo en su madre—. Mamá, sabes que soy responsable. Sé hacer todo lo que necesito, ¡nada va a pasarme!

—Dios, Marie... Lo sé bien, pero no pienso dejar que corras peligro. Si te quedas, tiene que ser con alguien más.

Tan simple como eso. Una vez que su madre había soltado esas palabras, sabía que era cuestión de tiempo para que su padre aceptara y sin importar qué, ella no iba a irse.

—Voy a ir a ducharme, estoy exhausta.

—¿Cómo estuvo la película?

—Bien. Deberian ir a verla —mintió al levantarse.

Después de lavar su plato, Marie subió las escaleras hacia su habitación pero en vez de entrar al baño, se detuvo detrás de la puerta para escuchar a sus padres.

Una parte de la familia de su padre vivía en España, los que vivían en Estados Unidos tenían familias tan grandes que no eran una opción y la de su madre estaba por todo el país, igual que sus hermanos. Probablemente no la enviarían con su hermana mayor que vivía en Canadá, tampoco con la que acababa de tener a su segundo hijo y mucho menos con el que seguía estudiando aunque ya había terminado la universidad.

—Llamaré...

—Para dejarla allá, nos valdrá lo mismo dejarla sola.

—Deja de hablar así. Estará bien.

—Es California. Es...

—Para.

¿Había escuchado bien? ¿Planeaban mandarla a California?

Casi fue imposible no pegar un grito. Era un sueño, el de cualquier adolescente que estuviera inmerso en la ola cultural que azotaba el final de los ochentas. Dejó de sonreír por un momento.

Para su corta edad, su vida corría como un tren fuera del riel, pero sabía que había casos mucho peores y se conformaba con ello. Sin embargo, también sabía que tenía que parar. Su vida no reflejaba los valores que sus padres y su familia le habían dando. Cada vez que regresaba a casa escabulléndose por la puerta trasera o la ventana, un sentimiento de culpa la invadía, y no quería seguir de esa manera.

Por supuesto, la barrera del idioma había sido la excusa perfecta para sus padres, a quien no podía engañar era a sí misma: necesitaba cambiar. Planeaba alinearse, y entonces mudarse a España sería comenzar desde cero.

 Planeaba alinearse, y entonces mudarse a España sería comenzar desde cero

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Sweet Little Sister | Sebastian BachDonde viven las historias. Descúbrelo ahora