Mamá nunca fue alguien de muchas palabras, al menos no conmigo. La verdad es que, antes de que mi padre se marchara y toda ella se redujera a escombros, nosotros tampoco compartíamos demasiado. En ese tiempo, se me hacía fácil pasar las dificultades por alto. Si bien la vida era complicada y aún más cuando ibas con tres niños de la mano, ellos parecían hacerlo funcionar. Mi madre trabajaba como enfermera en el Hospital Universitario, mientras que papá era vigilante nocturno en un conjunto residencial en el sur de Cali. Se turnaban para cuidarnos, a Marina, a Diego y a mí. No conocíamos otros parientes además de la abuela, sin embargo, tampoco era como si lo necesitáramos.
Ser nosotros cinco contra el mundo era más que suficiente.
Mi hermana, que era la mayor de los tres, no dejaba pasar ni una sola oportunidad para pelearse con mamá. No importaba cuán pequeño fuera el problema, ella lo hacía crecer en proporciones descomunales. Yo la verdad no lograba entenderla. Casi no veíamos mamá, pelearse con ella era como desgastar el tiempo. Era una especie de aberración. A veces, cuando ella tenía turnos tan largos que se extendían hasta horas de la noche, yo la esperaba despierto. Recuerdo que mi cosa favorita era escuchar el tintineo de sus llaves justo antes de que abriera la puerta, porque luego venía su voz diciendo que ya había llegado aunque mi papá fuera el único dispuesto a esperarla en la sala. Yo pienso que, si los sonidos se sintieran así sea estando de lejos, los suaves pasos de mi madre se traduciría a una sensación de calidez extrema.
En ocasiones, cuando la veía agarrarse la cabeza a dos manos y murmurar cosas que un niño no quiere comprender, me preguntaba si la partida de mi padre la marcó más de lo debido, si alguna vez volvería a escucharlos en la sala dándose palabras de animo. Yo no lo sabía en ese entonces, pero quizás la ruptura del matrimonio era también un punto de no retorno para la familia. No importa qué hagas o lo mucho que grites, nada volverá a ser lo mismo.
Mamá se convirtió en una trabajadora a tiempo completo. No comía bien, no dormía lo suficiente. Las bolsas moradas bajo sus ojos no hacían más que oscurecer con el paso de los días. Se estaba cayendo a pedazos, pero sus labios permanecían sellados. No pasó mucho tiempo antes de que nuestra casa pasara a ser un cementerio de recuerdos, tan deshabitado e inhóspito que te helaba el pensamiento. Todos nosotros le rehuíamos a nuestra manera. Mamá con los turnos extenuante del hospital. Marina que cada vez pasaba más tiempo en casa de sus amigas. Y yo, que era demasiado pequeño como para salir a lidiar con la soledad por mí mismo, me sentaba en un rincón de la casa a abstraerme en los libros que papá me había comprado antes de irse.
— ¿Cuándo volverá él? — Le pregunté a mamá un día, mientras le ayudaba a fregar los platos.
Ella se pasó un mechón de cabello tras la oreja y suspiró. Un suspiro pesado, cansado. Volteó a verme con ese vacío en los ojos que llevaba últimamente y supe que las palabras no eran necesarios en esos momentos. Cuando papá cruzó la puerta por última vez, se llevó a Diego, una pelota vieja de fútbol y la esencia de mamá escondida en algún lugar de su equipaje.
Pasó alrededor de un año antes de que nuestra casa tuviera un gran anuncio de Se Vende pegado en la parte delantera. Las letras eran rojas y chillona, tanto así que lograba hacer que odiarlas fuera un poco más sencillo. Recuerdo que estaba viéndolas de reverso tras el grueso vidrio de la ventana cuando Marina le hizo la fatídica pregunta; ¿A dónde iremos entonces? Mi hermana estaba mirándola tan fijamente que se me hizo imposible no unírmele. Desde esa postura, mamá daba pena.
Decía, en el tono más lamentable que le oí jamás, que no debíamos preocuparnos, que todo estaría bien y que su hermana se pondría muy feliz de alojarnos temporalmente. Pero Marina no parecía estar convencida, y yo sólo enmudecí. No sabía qué decir o qué pensar en esos momentos. Tan sólo habíamos visto a Madeleine en fotos. No sabíamos absolutamente nada de ella. Pero es familia, decía mamá con voz rasposa. Es su tía, es mi hermana. Crucé mi mirada con la de Marina. Las palabras "Es una extraña, mamá" tampoco fueron necesarias.
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Cuando El Sol No Brilla (Gay 🏳️🌈)
Novela JuvenilCarter escapó una tarde de diciembre, cuando el sol se ocultaba por el horizonte y su mente se perdía entre la niebla. No tenía planes, ni un rumbo fijo. Se marchó cargando consigo un corazón herido y no más de trescientos mil pesos en efectivo. Las...