De las cagadas se aprende

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Antes de comenzar:

1) Esto no es un capítulo, es algo así como un especial (Parecido a "Una Carta y Dos Confesiones"). 

2) Es narrado en tercera persona, desde la perspectiva de Alex. 

3) No se salten las notas al final <3

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Alex

Era el único supermercado abierto a esa hora. Las luces bajaban y subían de tono y el aire caliente estaba cargado de un fuerte olor a límpido acompañado de algún ambientador barato. Delante de él, Sebastián se metía las manos a los bolsillos y hacía muecas extrañas, como quien trata de determinar cuánto dinero tiene sin necesidad de sacarlo. Alex levantó la vista al techo atestado de tubos plásticos y dejó que el brillo blanquecino de las luces le encandilara las retinas. Las tripas se le estrellaban unas contra otras, rugiendo furiosas por el hambre y la incertidumbre que cargaba desde que puso un pie fuera de los baños de la disco.

El suave sonido de una canción de jazz rebotaba en las paredes blancas del lugar. No era de las que estresaran el oído, pero él no la consentía. Ya desde hace un rato se le había metido la idea de que aquel ruidillo apacible le escarbaría bajo la piel, irrumpiría en su flujo sanguíneo y terminaría por derribarlo ahí mismo, sobre la pila de desodorantes Rexona y botellas de Coca-Cola litro.

A mitad del pasillo de lácteos, Sebastián sacó las manos de los bolsillos y le regaló una sonrisa de éxtasis, la más latosa y estúpida que le había conocido jamás. No pudo evitar preguntarse en qué parte de la noche había dejado el cerebro.

Quizá se había quedado alguna parte entre la barra y los lavados, al igual que el suyo.

— No sabía que te iban los hombres. — Exclamó su amigo, destapando una lata de cerveza. Alex no dijo nada. Se quedó contemplando cómo las pequeñísimas pompas de gas afloraban y morían súbitamente. — En serio, de haber sabido que eras gay te habría llevado a una disco temática. Siempre quise ir a una, pero no tenía con quién.

Abrió la lata que tenía entre manos y se la llevó a la boca sin miramiento. El sabor no se le hizo familiar.

— No soy gay. — Respondió. Sebastián no pudo evitar reír.

— ¿Entonces qué eres?

— No lo sé.

Una revelación se le plantó de repente, dejándole saber que el asunto de hace unas horas y la conversación improvisada que estaba a punto de tener con Sebastián serían de esas cosas que la mente nunca olvida. Seguirían allí, ardiendo al rojo vivo, cerca del lugar en que guardaba su arrepentimiento. De nada servía esconderse tras tapujos inventados o explicaciones de segunda mano. Si tenía la intención de echar los recuerdos a ninguna parte, el nauseabundo perfume que traía impregnado en las fosas nasales no se lo permitiría.

La cajera no dejaba de mirarlos con cara de desaprobación. Antes de pasar las bebidas por la registradora, le pidió a Sebastián la identificación. Él no tuvo mayor problema en sacarla del bolsillo delantero de su jean gastado y tendérsela, pero la malicia de la mujer era hábil. Los examino con los ojos acusadores de una madre escandalizada, como si sólo le bastara un escaneo fortuito para predecir su futuro lleno de miseria. Porque qué hacían dos jóvenes a esa hora, obviamente nada bueno ¿Sus padres estarían enterados? Ay, Dios. La generación de ahora. Pobres chicos sin aspiraciones.

No importaba el lugar, la gente siempre tendría esa mirada.

— Espere. Antes que pague ¿Puede pasar esos Cheetos también, por favor? — La voz de Alex se escuchaba atorada. La cajera tomó el producto del estante que estaba tras ella y elevó un par de mal pintadas cejas.

Cuando El Sol No Brilla (Gay 🏳️‍🌈)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora