Volver a hablar con alguien luego de tanto tiempo se sentía... extraño.
El sábado en la mañana, Alex me dejó en la entrada del conjunto. Insistió en llevarme hasta ahí cuando me percaté que había olvidado la tarjeta del MÍO dentro del apartamento. Si bien no me gustaba dejar que la gente viera mi propia debilidad — y menos tratándose de él —, la idea de caer en coma en medio de la acera por tratar de caminar más de tres kilómetros en pleno sol y con guayabo no me entusiasmaba demasiado.
El orgullo podía tomarse un descanso.
— Y ahora resulta que tienes carro. — Exclamé. Alex sonrió con picardía y abrió la puerta del copiloto.
Me metí con cierta incomodidad, creyendo que sería un tanto grosero sentarme en los asientos traseros.
— No es exactamente mío, pero lo manejo la mayoría del tiempo. Las cosas no son del dueño, sino del que las usa. Es una ley universal. — Sus manos, acostumbradas a los cambios, se movieron casi que por inercia para sacar el auto del estacionamiento. — ¿Qué esperas? Vamos, ponte el cinturón. Está allí atrás.
— Ya sé dónde está. — Murmuré.— No tienes que decírmelo.
Alex alzó las cejas y pisó el freno. Quedamos exactamente en la mitad del estacionamiento.
— Bueno, entonces póntelo. Porque no pienso arrancar hasta que no lo tengas.
— Agg, no te pongas en ese plan ¿Cuándo te volviste tan cansón? Pareces una mamá primeriza. — Espeté, abrochándome el cinturón con rapidez. Aunque no hubieran carros detrás, me daba vergüenza que por mi culpa se detuviera la circulación. — Una mamá primeriza y neurótica.
— ¿De las que no te dejan comer melcocha porque te puedes quebrar un diente?
— Peor aún. De las que ponen cinta en todas las puntas medio filosas de la casa porque "¡No vaya a ser que te descalabres o te saques un ojo!".
Ambos soltamos a reír. De ahí en más, no hicimos otra cosa que no fuera hablar de nimiedades. La incomodidad de antes se disipó, dejando que las palabras fluyeran con tanta normalidad que me asustó. No dije nada comprometedor. No hice preguntas sobre su vida, o solté alguna cosa sobre la mía. Estaba decidido a que aquel fuera nuestro ultimo espacio juntos. No sabía si yo era o no capaz de cortarlo de tajo nuevamente. Sin embargo, de lo que sí estaba seguro era que no haría nada para que aquel encuentro echara raíces.
Ese era el plan, al menos lo era hasta que Alex sacó su celular y me pidió mi número. Decidí echarle la culpa a mi estupidez, junto a la sorpresa del momento, cuando me percate de que estaba dictándole el último dígito.
Incluso el tiempo tiene problemas para oxidar la nostalgia.
***
Me sobé la cara con fastidio, en un vago intento por espabilar. Mis parpados pesaban horrores y mi cabeza empezaba a sucumbir a la fuerza gravitatoria. Aunque tomara sólo un cuarto de dosis, los efectos de la Zopiclona seguían haciendo estragos en mi interior. Cada que la usaba en la madrugada, como medida desesperada por no poder conciliar el sueño, el extraño del espejo me susurraba al oído que estaba condenándome a otro día inmerso en la somnolencia.
— Dios, este salón parece una nevera. Me estoy cagando de frio. — Le escuché decir a Felipe en a lo lejos. Su voz sonaba distorsionada. — Ah, no jodas ¿Te estas durmiendo?
Me tallé los ojos.
— ¿Me crees si te digo que no?
— Ay, qué asco. Ya hasta estas empezando a babear, límpiate ese labio. — Exclamó él, colocando de nuevo su vista en el frente. — Si te duermes, te voy a sacar una foto y la voy a enviar al grupo. Primera advertencia.
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Cuando El Sol No Brilla (Gay 🏳️🌈)
TeenfikceCarter escapó una tarde de diciembre, cuando el sol se ocultaba por el horizonte y su mente se perdía entre la niebla. No tenía planes, ni un rumbo fijo. Se marchó cargando consigo un corazón herido y no más de trescientos mil pesos en efectivo. Las...