Después del matrimonio de Marie Antoinette y Louis XVI, Fernanda (la hermana menor de Marie) llega a Francia con el fin de quedarse a vivir en Versalles, conociendo de esa manera a Oscar François, la Comandante Imperial que protegía a su hermana. Es...
Habían pasado cuatro días desde que Fernanda había enfermado misteriosamente. Los doctores que Marie Antoinette había contratado para que atendieran a su hermana hacían lo posible para lograr que mejorara, desde provocarle vómitos hasta administrarle medicamentos fuertes. Poco a poco había comenzado a mostrar mejorías, pero estaba tan débil físicamente que no había puesto un pie fuera de la cama.
Oscar la visitaba cada que podía durante su jornada laboral y, después de la insistencia de la princesa austriaca, había permitido que André acompañara en pequeños lapsus del día a la joven con la condición de que siempre hubiera alguna mucama cerca para evitar malentendidos en la corte de Versalles.
-¿Cómo se encuentra, Princesa? – Preguntó André entrando a la habitación acompañado de las dos mucamas que cuidaban de Fernanda, quienes comenzaron a ordenar y limpiar los muebles en silencio. El castaño tomó una silla para sentarse al lado de la cama de Fernanda, quien lo miró con una sonrisa.
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-He de imaginar que mi terrible semblante responde por sí solo a tu pregunta, André. – Respondió Fernanda tratando de mantener una sonrisa en su rostro, pese a lo mal que se sentía.
-Todos los días dice lo mismo, pero yo sigo viendo a la princesa hermosa y radiante de siempre. – Agregó por inercia con una risita, pero después de procesar lo que dijo aclaró su garganta algo apenado. – Lo lamento, fui demasiado descortés al decir eso. –
-No me molesta en realidad. – Respondió Fernanda mirándolo fijamente. – Me hace feliz saber que hay alguien que puede hablar honestamente y sin problemas conmigo. –
-Solo soy un empleado más de la familia Jarjayes, por lo que no entiendo el por qué ha pedido que sea yo quien le haga compañía. – Dijo André mirando a la rubia, algo inquieto repentinamente. - ¿No cree que sería algo inapropiado frente a la corte francesa que un simple siervo como yo esté aquí con usted? –
-Nunca me ha importado en realidad lo que dicen los demás sobre mí. – Confesó con una mirada levemente decaída. – Todos esperan que sea perfecta todo el tiempo al ser hija de la Reina Marie Teresa y la hermana de la futura Reina de Francia...pero la verdad, y si te soy sincera André, nunca me ha gustado esta vida...me siento...como si no perteneciera al mundo de los nobles. – Agregó soltando un suspiro, dirigiendo su mirada nuevamente hacia el joven. – Pero, por alguna razón, tu presencia me resulta reconfortante...no lo entiendo muy bien, pero disfruto mucho de tu compañía, André. –
Por alguna razón, aquellas palabras provocaron un leve sonrojo en las mejillas de André, quien tuvo que desviar rápidamente su mirada para evitar que Fernanda lo notara. Su corazón se había acelerado y repentinamente se había sentido nervioso, solamente le había pasado una vez en el pasado, pero en esta ocasión el sentimiento era más fuerte. ¿Se debía a que era una princesa quien se lo había dicho? ¿O el simple hecho de que no lo esperaba en realidad? No encontraba la respuesta, pero justo cuando quiso responder a las palabras de la austriaca alguien tocó a la puerta, informándole de que Oscar lo solicitaba en los jardines con urgencia.
