Capítulo VIII

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Me llevé una mano a la boca. El jarrón se rompió en mil pedacitos, ¿qué iba a hacer ahora? Como se enterase su padre...

- Has visto que ha pasado, ¿Iván? Si no te estás quietecito voy a tener que castigarte sin cenar, ¿me oyes?

- Pero si se ha caído solo...

- ¡Que te estés quieto ya! Voy a recoger eso.

Fui a la cocina a coger la escoba y volví al salón para barrer aquel desastre. Lo tiré a la basura y puse las flores en otro jarrón que había por ahí.

Acabé de hacer la cena y nos sentamos los dos juntos. Cuando Iván comía, hacía caras raras, no le debía gustar la verdura.

- No quiero más - dijo Iván apartando su plato.

- Come diez cucharadas más, que ni lo has probado.

- ¡Si que lo he probado! Pero no me gusta.

- Venga Iván, come un poco más o cambio de canal.

Probó dos cucharadas más, y me dijo que no quería terminárselo. Yo no quería discutir, así que me llevé su plato.

- ¿Me das un helado?

- No, porque no te has comido la verdura.

- ¡Yo quiero helado! - me gritó.

- Niño, no me grites que te mando a la cama, ¿eh?

- Pues cuando estés durmiendo voy a coger un helado. - Me sacó la lengua y se fué corriendo.

Menudo crío... Estaba a punto de perder la paciencia. Escondí la caja de los helados en la parte más profunda del congelador, así no los encontraría.

Ya eran las diez y cuarto, de ir a la cama.

- Iván, vamos a la cama.

- No tengo sueño.

- No empiezes como antes, ¿eh? Me voy a enfadar mucho si no me haces caso.

- Es que no quiero dormir.

- ¡Venga a la cama ya! - grité con todas mis fuerzas.

- Vale vale... - dijo levantándose y yendo a su habitación.

Le puse el pijama y lo acosté. Cerré su puerta y fui a la habitación de invitados, donde iba a dormir yo. Me vestí y me maquillé, y muy sigilosamente me asomé a la habitación de Iván para ver si dormía. Estaba dormidito... así ya no parecía tan travieso. Salí de casa y me dirigí al Disaster.

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