Un día más caía la noche y salí a la calle con los primeros ápices de oscuridad. Fuera, la luna iluminaba las calles con su pálida luz. La gente iba y venia paseando tranquilamente ajenos a mi presencia. Yo les veía pasear y pensaba en lo despreocupados que lo hacían sin saber lo que realmente había entre las calles caminando junto a ellos, mezclándose en silencio entre la multitud, haciéndose pasar por uno más al igual que lo hacia yo al andar entre ellos. Eran felices así al igual que yo lo debería haber sido alguna vez. Sinceramente, los admiraba y me aterrorizaban a la vez por todo lo que eran capaces de hacer; pero sobretodo odiaba el mal que podían llegar a causar, me incluía en ello, pero la verdad era que ya no sentía el mundo como mío, ya no formaba parte de ninguno, estaba sola frente a la calle, mi hogar, viendo los coches pasar pero me daba igual, sólo sentía la dolorosa necesidad de mi cuerpo, estaba hambrienta y no soportaba ese momento.
Al llegar a la otra esquina me paré frente a un escaparate observándome como si fuera la primera vez que me veía, ni siquiera era capaz de reconocer mi imagen reflejada, parecía un fantasma que poco a poco se iba desvaneciendo en la nada, fue un instante fugaz pero me pareció eterno, todo me parecía lento, monótono y sin sentido. No encontraba respuestas pero eso ya no importaba tampoco. Y ahí estaba yo, plantada como una boba frente al cristal, con el cabello mal recogido, un sencillo vestido que más parecía un corpiño y una falda de aire gótico y pálida como la cera. Con la mirada perdida y con un brillo poco natural; demasiado claros o quizás era todo el conjunto el que me parecía desentonado, el cabello azabache enmarcando un fino rostro aniñado, la piel blanca, ojos... de un intenso verde refulgente, como un gato y los labios carnosos y enrojecidos. No, no me parecía una visión agradable; al menos yo no lo creía así al contrarío de los demás. Puede que si tuviera una cara hermosa, la mirada felina y profunda, casi traviesa además de un cuerpo lleno de curvas, perfecto, sensual y provocativo. Pero yo sabía lo que se escondía tras ello, conocía la verdad; me odiaba. Ellos sólo veían aquella atractiva imagen, perfecta, de ensueño, una chica hermosa pero no podían ver nada más, tampoco les dejaba. Pero la verdad… era que aquella chica era el arma más perfecta y mortífera que podía existir.
Me aproximaba al centro y mi cabeza no podía dejar de dar vueltas a todo, tenía un día de esos en los cuales te planteas cuestiones existenciales que no tienen respuesta, das vueltas y vueltas pero es como un gran círculo vicioso en el que nunca consigues llegar al centro. Todas mis ganas de comerme el mundo y cambiarlo habían desaparecido. (¿Pero...alguna vez las había tenido?).
Al llegar al paseo ya podía oír la música de los bares y discotecas que poblaban aquella zona, era verano, y las fiestas ya habían llegado, se notaba, sobretodo por la multitud de gente que había por todas las calles de la ciudad. Entre en uno de ellos y me senté en la barra observando todo cuanto había a mí alrededor. Me encantaba mirar el centro de la pista, desde ahí podías ver bailar a toda la gente, era algo muy erótico para mí ver como se movían al ritmo de la música y se relacionaban con los demás. Parecían una única persona, incluso daba la impresión de que todos estaban sincronizados, pero no, aquello simplemente era un espejismo. Cada uno iba por su cuenta, chicos, chicas... lo único que querían era pasarlo bien y desconectar un rato de todo.
Entonces pensé que realmente de donde vienes y a donde vas, es algo que no importa, ni siquiera quién eres, porque en la noche no hay caminos, ni siquiera esa estrella que lejana ves. Lo que cuenta es lo que ahí aquí adentro, ni siquiera lo que hagas puede dejar ver un ápice de ti porque no son tu reflejo, no es tu alma la que queda ahí reflejada sino una pequeña parte, un retal, una mascara... y si dentro no hay nada no eres nadie, por humano o dios que seas, entonces no eres más que yo o que cualquier otro. La fuerza y el poder vienen de dentro, no de un suplemento, no eres... y eso no te dará lo que quieres, no es más que una mera ilusión. Has de ser tu mismo, has de desear, querer, hacer. No sentir es estar muerto en vida; como yo lo estaba. Pero sentir demasiado duele y el corazón se resiente. El mundo gira, él no tiene compasión; te deja atrás; o eso debería ocurrir, pero no. Lo admitía, sabía que no debía hacerlo pero no ponía remedio, no podía aunque en el fondo me daba igual, ya había tenido suficiente al contrario de todos los que había en la discoteca, ellos sentían y querían sentir. Sufrirán, reirán, lloraran y vivirán hasta el fin de sus días.
Yo por el contrario estaba condenada y nunca nadie lo sabría, solamente unos pocos me conocerían pero nunca lo contarían. Podríamos decir que yo era la que desafiaba a todas sus leyes, a todos sus dioses. Yo era y soy la que sola camina, silenciosa, expectante, rondando y vigilándote para asaltarte en mitad de la noche.
Suspiré y me levanté para ir a bailar y me agaché al ver un papel medio doblado, lo cogí y no sé por qué lo abrí leyendo su contenido que decía: Ella, la que anda descalza, vigila y ronda sobre nuestras cabezas, sigilosa trae el frío a nuestros rostros empalideciendo hasta al más bravo. Señora titiritera del todo, lanza los dados decidiendo destinos, avanza sabedora de su victoria pues a la par de la oscuridad va. Nos mira y se ríe bailando al compás de sus imparciales listas. Mírala, ya suena la campana y rauda va, triste melodía la invitada de honor al baile de mascaras, la reina del jaque ella es. Los largos cabellos se peina con cepillo de marfil, llora alto al cielo y no me olvides dice, que, entre el mármol estoy y con pesar me ocultas tras jóvenes ojos. Que ella es la que pone orden y hace mundo al mundo hasta la eternidad, como un ave extraña sola va. Corre mientras puedas, oh inocente! antes que te alcance pues sus carnosos labios rojos besan suaves como la miel, sus profundos ojos de noche te atrapan cual inexorable sueño. Sus fuertes brazos te acogen calidos cual tela argentea de araña, pero ay… cuan traicionero es su beso mortal, Promesa eterna de belleza.”
Me dejó aturdida, era como si me hablara directamente a mí, mi curiosidad se despertó, quería saber quien había escrito algo así pero que le iba a decir: (Hola, me quieres soy yo, la muerte, porque me llamas, porque me buscas necio). Lo volví a doblar y lo deje sobre la barra. Una cálida mano rozo la fría superficie de mi piel, me estremecí y miré rápidamente a la persona que había hecho eso, quería coger el papel. Era un chico realmente atractivo, de pelo negro que le caía suavemente hasta la mitad de la nuca y que poseía un físico imponente. Entonces se giró, creí que me moría; jamás había visto unos ojos como aquellos, tan azules y profundos que casi podía ahogarme en ellos y esos labios, rosados, carnosos y húmedos que se abrían en una cálida y sensual sonrisa. Su piel bronceada era suave, fina y sus manos eran muy ágiles con largos dedos.
- Lo siento- me dijo.
Su voz era igual de cautivadora que el resto de su ser y su olor era tan sutil e indescriptible que me dejaba sin aliento. Era la primera vez que me sucedía algo así y también era la primera vez que encontraba a un hombre capaz de derretirme con una sola mirada, tenía algo de salvaje, dulce pero también de tristeza, no sabía cómo describirlo, algo… mortal.
- ¿Estas bien?- me preguntó pero yo seguía ahí, como idiotizada siguiendo el movimiento de sus labios al hablar hasta que reaccioné.
- Sí, perdona. Se te cayó- sonreí, y luego me aleje hacía la pista.
Me pareció oír que me decía algo, pero supuse que sería un gracias o algo así y empecé a bailar. Ya que estaba allí ¿que más podía hacer? Además, me gustaba hacerlo, se me daba realmente bien. Ya procuraría cenar algo más tarde, o no hacerlo aunque seguramente sino no lo hacía pronto acabaría perdiendo el conocimiento o sin poder contenerme y no quería eso. Reseguí con la mirada al chico de la barra y de pronto desapareció tras un grupo que pasaba, miré y remiré por todo el local pero no fui capaz de encontrarle. Suspiré y me resigné. Mejor así porque creo que sino desaparecía sería incapaz de dejar de observarle, lo deseaba tanto… había algo en él que me atraía de una forma un tanto especial.
Las horas me pasaron volando y no me quedó más remedio que largarme hacia casa y esperar al día siguiente. Me picaba el hambre, pero no quería caer en la tentación, quería luchar contra esa sensación que me hacía sentir mal conmigo misma.
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Gizhele
VampireLa historia de una vampira cuya sangre codician todos los suyos de la cuál ella desconoce el poder. Para Gizhele ya nada queda, hasta que una noche se cruza con Naiel, un chico de apariencia normal que le llama poderosamente la atención y que parece...