Cap. 9

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  • Dedicado a Vanessa Lucas Morante
                                    

__¿Qué haces aquí? – preguntó Naigel.

__Acabo de llegar...- iba añadir algo más, pero mis sentidos me previnieron de hacerlo así que guarde silencio. 

Además esa era mi casa.

No sabía como salir de esa situación, para mí muy incómoda, me hacía pensar que Naigel me escondía algo. Pero no quería discutir con él, así que decidí olvidarlo (de momento) y cambié el curso de la conversación.

__He salido a comer algo. ¿Has comido ya?

__No. Saldré ahora.

__¿Puedo ir contigo?

__Creo que será mejor que no. – dijo observándome de una forma un tanto peculiar.

__¿Por qué?

__Tengo un par de asuntos que resolver y preferiría no implicarte.

Naigel estaba inquieto, tal vez la visita que había tenido era la causante de esa angustia que le roía y le hacía estar diferente. Pero lo único que sabía era que Naigel salió de casa apresuradamente, como si tuviese prisa. Y yo no pude resistir la tentación de salir detrás de él, a escondidas.

Atravesamos toda la ciudad, hasta llegar a una especie de hangar. Estaba situado en un polígono cerca de los muelles. Todo estaba bastante oscuro, únicamente la luz de la luna iluminaba tímidamente los alrededores. Hacía frío y la niebla invadía la zona. Me acerqué sigilosamente a una ventana por la que pretendía observar el interior sin ser descubierta.

Dentro estaba oscuro. De pronto se encendieron un par de luces. Eran las de un coche. Y Al pie de este se alzaba un hombre de aspecto rudo, pelo corto, rubio. Bestia totalmente de negro. Éste abrió la puerta trasera del coche por la cual salió un anciano; a su vez se abrieron las demás puertas del vehículo y bajaron dos hombres más. Todos ellos tenían más o menos el mismo aspecto del que debía ser el chofer. Altos, rubios de pelo corto y vestidos de negro. Avanzaron hasta situarse enfrente de los faros del coche. El viejo parecía el cabecilla.

Poco después pude ver a Naigel avanzar hacia el coche. Se detuvo sin llegar a él, parecía querer guardar una cierta distancia con los “alemanes”. Cual fue mi sorpresa cuando vi que Naigel no estaba totalmente solo. Allí a su lado derecho estaba aquel hombre de cabello largo el cual había visitado a Naigel esa misma noche.

Entonces pasó por mi cabeza que quizá era un amigo, que le había venido a avisar de algo. Empezaron a dialogar. Sólo hablaban Naigel y el viejo. No podía oír lo que decían, pero no había otro lugar seguro donde poder escuchar sin ser descubierta. 

La conversación pareció subir de tono, y uno de los tipos descubrió una enorme espada que llevaba oculta detrás de su larga gabardina. Era enorme! Éste la sostenía firmemente por la empuñadura, parecía muy antigua. El compañero de Naigel no dudó en hacer lo mismo, su espada era igual de grande, con la empuñadura revestida de cuero, parecía ser una espada bárbara. Dio un paso adelante, como si quisiera atacar, pero fue detenido por la mano de Naigel. Izó un No con la cabeza y éste se tranquilizó, aunque no enfundó la espada haciéndola girar sobre sí misma, mostrándosela al enemigo, advirtiendo que no dudaría en utilizarla.

Al cabo de un rato Naigel dio media vuelta alejándose de aquellos individuos y su compañero hizo lo mismo, eso sí sin dar la espalda al que debía considerar un enemigo.

Decidí volver a casa sin mucha convicción, temía que sucediera algo y yo no estuviera allí para almenos intentar algo. Estaba enfadada y preocupada a la vez, además no es que estuviera orgullosa de mi comportamiento de esa noche pero tampoco me avergonzaba, algo de motivos tenía, eso confirmaba mi sospecha de porque no había venido conmigo. De todas formas lo echo, hecho estaba, no había marcha atrás.

Me moría de ganas de preguntarle por su “amigo” y por todo lo demás pero me mordería la lengua, igualmente... no podía evitar pensar si le conocía lo suficiente como para haberle dejado entrar en mi vida tan abiertamente. Suspiré y me metí en la cama pesé a saber que no podría dormir, estaba demasiado nerviosa para ello y seguramente no dejaría de ver  todo lo sucedido una y otra vez en mis sueños.

Cuando desperté sobresaltada la noche siguiente me quedé inmóvil, Naigel estaba al pie de la cama, mirándome y no me hacia falta verle para saber que estaba enojado. No recordaba haberme dormido y menos sentirle llegar pero ahora estaba segura de que él sabía lo que había hecho. Estiró la sabana y sin rozarme me apartó el pelo de la cara, seguía en silencio, era como si no quisiera hablarme y una punzada de dolor me atravesó el pecho, estaba tan lejos... me estremecí, no pude evitar esconder el rostro entre mi cabello esparcido por la blanca almohada. Me mordí el labio inferior.

Me sonrojé, me sentía violenta pues aún sentía la presencia de aquel hombre, estaba en casa, quizá alrededor pero le notaba en cada poro de mi piel, casi noté su aliento en mi nuca pero no estaba, sólo estaba Naigel, quieto, mirándome medio sentado. Esperaba que dijera algo, intenté hacerlo pero tan solo entreabrí los labios en la misma posición mientras tiraba lentamente de la sabana descubriéndome muy lentamente. Opté por soltar el aire despacio entre mis labios, sentarme y echarme el pelo hacia atrás, tenía la voz algo ronca por el sueño.

__¿Sabes? Anoche soñé… que podía andar a plena luz del día.

Su mirada refulgió haciendo encoger todo mi interior que pareció dar un respingo. Fuera llovía, el agua repiqueteaba contra los cristales de las ventanas, un trueno resonó por toda la ciudad y un rayó iluminó la oscura habitación. El viento ululaba violento azotando los portones mal ajustados, los rayos se ramificaban iluminando la estancia hasta que las apelmazadas nubes grises se transformaron en viejos jirones que corrían rápidamente para mostrar una perfecta luna llena de color rojo. 

- No debiste hacerlo.

GizheleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora