Cap. 8

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  • Dedicado a Dulce C. López
                                    

Todos mis sentidos de vampiro estaban más despiertos que nunca, jamás los había sentido como los sentí esa noche, el instinto era más fuerte que yo, me dominaba, tenía hambre y el deseo de sangre era incontrolable, sabía que ocurriría, sabía que no podría hacer nada, que tan solo me calmaría bebiendo, sintiendo la cadencia de esos corazones que intentan luchar por su vida mientras se desvanecen... y ahí estaba mi víctima.

En mitad de un oscuro callejón solitario, había un hombre delgado y enjuto, vestido con sucias ropas militares que rebuscaba en el bolso de una mujer que yacía en el suelo inconsciente. 

La brisa me acarició la piel haciéndome estremecer, me acerqué en silencio hasta él entre las sombras, sigilosa, cerrándome sobre él con rapidez sin saber que aquel sucio lugar sería su corredor de la muerte.

Cuando estuve enfrente salí a la tenue luz que despedía una farola lejana y clavé mi mirada en sus negros ojos.

Su rostro se ensombreció, dirigió su mano al bolsillo y vi brillar el acerado filo de una navaja que no le dio tiempo de empuñar hacía mi persona pues en un abrir y cerrar de ojos estaba aprisionado contra la pared, los pies apenas le llegaban al suelo, y sus huesos crujieron al aferrarlo contra el ladrillo.

Hundí mi rostro en su cuello y clavé mis afilados colmillos en su débil garganta que se desgarraba mientras trataba inútilmente de deshacerse de mi abrazo. 

La sangre empezó a fluir por mis venas bajando suavemente por mi garganta inundando todo mi ser con su agudo sabor. El rostro del hombre se contorsionó en una mueca de dolor, los ojos se le nublaban mientras yo iba hundiéndome cada vez más, aferrándome desesperadamente a su quebradizo cuello, saciándome. Su corazón cada vez palpitaba más lentamente al contrario del mío con esa cadencia terrible que tan solo yo oía a la vez que él clavaba sus uñas en mi hombro hasta que no le quedo el más mínimo aliento de vida. 

Lo solté poco antes de que se le detuviera el corazón, se desplomó al suelo y golpeó el cemento sordamente. Estaba inmóvil, pálido y febril y el olor a muerte aún sutil, empezaba a revolotear sobre él. Mis ojos brillaron en la oscuridad, me agaché y recogí el bolso de la mujer y lo coloqué a su lado.  Salí corriendo de allí, ya no sentía paz alguna, corría tan rápido entre la gente que apenas notaban que les pasaba por al lado. Aún tenía hambre pero no quería volver a repetirlo, no quería acabar disfrutando de aquello, no podía.

Corrí y corrí sin ningún rumbo, sólo quería encontrar a Naigel y esconderme entre sus brazos pero... no sabía dónde estaba ni sabía si quería que me viera así. Me sequé los ojos y me obligué a detenerme sin pensar en nada, sintiendo solamente el sabor de la sangre que había robado y calentaba mi cuerpo.

Hubiera deseado que Naigel me acompañase pero me dijo que tal vez no me gustaría lo que podía ver ya que él también tendría que alimentarse y eso quizás me incomodase aún más. Por una parte tenía razón, prefería pasar ese mal trago sola pero por otra... quería sentirme acompañada, pero había algo más, no sabía que era pero no me acababa de creer su explicación. De todas formas seguramente que yo no tenía nada que ver con la refinada técnica de Naigel, él sabía como alargar el momento, jugar con ese oscuro poder que teníamos sin embargo, yo, era incapaz o demasiado buena en ello y me asustaba, prefería hacerlo no como un acto exquisito sino por la más pura necesidad. Al fin y al cabo todo eran formas de autoconvencerse, no era fácil pasar de ser la víctima al depredador, de un sensible y embelesado humano que sólo sabe sufrir a un semejante extraño que debe vivir a costa de ellos. La vida era muy importante para mí, era algo bello, innato y mágico, vamos, un misterio.

Pero más raro era para mí entender como podíamos estar nosotros en el mismo mundo. He de admitir pero, que yo, creía y sigo haciéndolo con más seguridad que todos los seres supuestamente fantásticos existían. El poder para mí era real, la magia en consecuencia también y confesare, que esta última ha regido toda mi vida. Quizás tenía algo de bruja.

En fin caminé de vuelta a casa, en silencio. Deseaba que me abrazara, ahogar mi dolor con él, sin mediar palabra, solamente que me acariciara, no me gustaba verme así, no soportaba ser débil pero... lo necesitaba. Necesitaba que me dijera “anda ven aquí” recogiéndome en sus brazos mientras en silencio, me mecía el cabello. Era una tontería infantil lo sé  pero a veces todos nos sentimos así.

Cuando entre en casa estaba nerviosa, había algo que me hacía sentir en peligro. A oscuras, subí las escaleras en silencio, lentamente, había alguien más en casa, y su olor.... Dos voces se distinguían claramente en el aire. La puerta de la torre estaba ajustada, el reflejo de la bombilla se colaba a través de la abertura dejando pasar ese olor extraño. Me acerqué, las sombras oscilaban alargándose amenazadoras, iba a empujar la puerta pero me quedé inmóvil, escuchando tras la puerta.

La luna brillaba a través de la ventana abierta de la cámara medio oculta bajo pesadas nubes negras que desgarraban el cielo, como si un monstruo gigantesco lo hubiera arañado con sus garras. Me asomé sigilosamente, aguantando la respiración, quería hacerme invisible como un gato entre los tejados. Pude ver a Naigel de refilón, de espaldas a la puerta, ajeno a mi presencia pero apenas podía ver a su interlocutor sin delatarme a mi misma. Era una figura masculina, de eso no había duda, era delgado y llevaba el largo cabello recogido en una cola. 

No sabía que me impulsaba a hacer aquello pero permanecí en silencio, escuchando. Apenas podía entender que decían, el lenguaje me resultaba algo familiar pero no lo comprendía, era antiguo, delicado y tenía algo de místico. 

De repente se detuvieron, mierda! Fui descubierta así que dude entre bajar las escaleras y salir de casa para fingir luego que no sabía nada o entrar directamente. Sabía que irme no serviría de mucho pero no tenía ganas de discutir ni pedir explicaciones sin embargo mientras yo pensaba todo esto el tipo desapareció en la nada, se desvaneció ahí, sin más. Empujé la puerta y entré. Miré alrededor, no había ni rastro pero aún me notaba extraña. Era como si notase otra presencia en la habitación, pero no veía a nadie más que a Naigel. Estábamos solos.

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