CAPÍTULO 9

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Miércoles 6 de mayo 12:13 P.M.

“Te amé, te amo y te amare hasta que mi vida termine”

Ailén recordaba aquellas palabras, provenientes del hombre que la hizo conocer el sentimiento más hermoso del mundo.

-¡Ai! – escuchó la dulce voz proveniente de la pequeña que la hacía sonreír por inercia – ¡Vamos a jugar! – su pequeña mano tomó el control y la guio hasta el área de juegos de River Park.

-Despacio, los juegos seguirán allí – caminó al ritmo de la niña, quien en cuanto se encontraba frente a un tobogán, soltó su mano y corrió para subirse junto a los niños que jugaban.

Ailén tomó asiento en una banca cercana, dónde al parecer era el punto adecuado dónde las madres jóvenes disfrutaban de una lectura tranquila mientras sus hijos se divertían. Ella podría estar disfrutando de un pequeño descanso después de su trabajo, pero la inesperada llamada de Cedric, pidiéndole de favor que cuidara a su hija por un par de horas, ya que su reunión matutina se había alargado más de la cuenta fue la causa de su cambio de horarios.

La risa de los niños jugando, invadía el lugar. Sacó un libro y comenzó a leer, dando miradas a Elayne solo para verificar que estuviera bien. Los minutos pasaron y poco a poco aquella risa se fue dispersando, Ailén se dio cuenta de la hora y era evidente que todos se retiraban para ir a comer, buscó con la mirada a la pequeña hasta encontrarla parada cerca de la valla de metal, mirando fijamente a un sitio.

Ailén siguió la dirección a donde la pequeña miraba y entonces entendió la causa de aquella triste mirada. Los niños corrían a los brazos de sus madres, quienes limpiaban sus mejillas y acariciaban sus cabezas con una sonrisa, otras incluso los elevaban hasta darles un fuerte abrazo. Elayne, sentía aquel vacío provocado por su pérdida y era suficiente para desear algo que no volvería.

-Ely – la llamó a unos cuantos metros, una sonrisa casi maternal se dibujo en el rostro pálido - Vamos a casa – extendió su mano para recibirla.
La pequeña corrió en busca de aquella calidez, iluminando su mirada y sonriendo feliz de saber que alguien estaba esperando por ella.

-¡Vamos a casa! – hablo casi en un grito, encontrándose ya con su mano entrelazada. Ailén se arrodilló y limpió la mejilla con rastro de tierra, para finalizar acarició tiernamente la pequeña cabeza de la niña. Dudaba si haber imitado las acciones de las madres  había estado bien y entonces, una radiante mirada acompañada de una sonrisa genuina, le hizo saber que había hecho lo correcto.

-¿Qué sucede? – pregunto a la pequeña, que se estampó en sus piernas tratando de rodearlas con sus cortos brazos, enterrando su rostro en un costado.

Elayne movió la cabeza de un lado a otro, dando como respuesta un “nada” – Ai, ¿Quieres ser mi mami? – aquella inesperada pregunta, hizo que la chica arqueara las cejas demostrando su duda.

-¿De que hablas? – colocó sus manos en la espalda de la niña, haciendo que se alejara un poco para después mirarla con los ojos más brillante que haya visto.

-Quiero que Ai sea mi mami.

-Eso – sonrió nerviosa – No es algo que tú puedas decidir – esa respuesta parecía no haberle alegrado mucho a la pequeña.

-¿Por qué no? – pregunto con su voz entrecortada, señal de que comenzaría a llorar en cualquier momento - ¡Ai no me quiere! – el llanto comenzó, las lágrimas caían a chorros y los sollozos eran audibles para casi todos los que se encontraban cerca, quienes miraban a Ailén como la peor persona del mundo al no controlar aquella situación.

-Tranquila – se arrodilló, tratando de calmar a Ely – Si lloras, te verás fea – aquellas palabras parecían tener el efecto contrario en la infante, quien lloraba aún más fuerte.

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