EPÍLOGO

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—Estoy feliz de haber cumplido mi promesa — Cedric hablaba sonriente, mirando el techo de la habitación.

—¿Qué promesa? —  preguntó sosteniendo la arrugada mano de su amado esposo.

Él la miró levantando con pesadez su mano para acariciar la mejilla de su esposa — De haberte amado y hecho feliz hasta el final de mi vida — una sonrisa adornó el rostro envejecido del escritor y un último suspiro anuncio el final de aquella vida.

Cedric había muerto con 86 años de edad. Su vida había sido hermosa, fue esposo de Ailén por cincuenta años y fue padre de cuatro maravillosos hijos, abuelo de doce nietos y amigo de muchos.

Ailén recorría su casa aquella que compartió con su difunto esposo por décadas. Las fotografías de la pared eran los recuerdos de aquella vida llena de felicidad, algunos de sus amigos se habían adelantado y otros aún permanecían junto a ella. Tomó el retrato familiar en dónde Cedric y ella sonreían alegremente.

—Han pasado ya once años desde que te marchaste — caminaba hasta el muelle para sentarse en la banca que compartió muchas veces con su esposo — Elayne sigue insistiendo que vaya a vivir con ella y sus hermanos también quieren eso — sonrió sintiendo la brisa en su rostro — Vendrán en un par de horas, pero la verdad ya estoy muy cansada.

El amanecer comenzó hacerse presente, el viento fresco de la mañana combinado con la brisa hacía que fuese una mañana agradable. Cerró sus ojos sosteniendo el cuadro entre sus mano y cayó en un profundo sueño.

—Despierta — escuchó aquella dulce voz junto a ella y sin abrir los ojos sonrió al saber de quién se trataba — ¿No crees que me has hecho esperar demasiado?
Ella comenzó a reír y por fin abrió los ojos para encontrarse con el rostro de su amado Cedric — Señor Blacke, creo que es una virtud mía.

—Si, estoy seguro que lo es — la envolvió entre sus brazos y la besó con tanto amor que desbordaba — Te extrañé — dijo entre lágrimas — Te amo.

—No sabes lo mucho que desee escuchar de nuevo esas palabras — sonrió.

Cedric se puso de pie ofreciéndole su mano — Vamos, nos esperan.

A lo lejos en aquel hermoso campo de flores con un sol radiante, sus amigos y sus padres la esperaban con una sonrisa.

Ella tomó esa mano que tanto había anhelado sentir de nuevo — Vamos.
Caminaron juntos tomados de la mano con una sonrisa. Sus vidas habían llegado a su fin, pero su amor sería por siempre eterno.

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