Entre mentiras y engaños.

237 22 18
                                    

—Pensi che sopravviva? —Lo primero que Kunikida oyó al comenzar a recuperar sus sentidos era la dulce voz de una mujer italiana que seguro no pasaba los 21.

Non posso dire niente

Fa così tanto male vedere i giovani pazienti soffrire in questo modo

Inoltre non mi piace guardare scene come e, ma non c'è niente da fare.

Ya que el detective había estado estudiando italiano desde que subió al avión la noche anterior, lograba captar un poco de lo que esas personas hablaban.

—El director de facción ya sugirió que se le dé la inyección letal para evitarle más sufrimiento...

—¿Qué?

—Eso.

—¡No pueden hacerlo!

—La embajada japonesa no logra identificar al sujeto, por tanto no hay familiares, por tanto no hay permisos, por tanto sería ilegal.

Siendo lo único que logró percibir, de nuevo se perdió entre la comodidad de un cálido sueño del cual desconocía final. Oyó la entrada y salida de muchas personas a las cuales no podía ver porque sus ojos se negaban a abrirse. También escuchó a un montón de doctores dándole pocas esperanzas a cierta persona de la cual oía mucho pero parecía conocer poco. ¿De quién se trataba?

—Es él —pareció señalarle otra italiana que se acercó demasiado, de no ser así, no habría sentido el calor de su mano sobre la propia.

—¿Cuál de los dos crees tú qué intentó suicidarse? —¿Suicido? En sus 22 años de vida la idea del suicido jamás rozó por su mente y se consternó bastante al escuchar que le estaban confundiendo de esa forma.
Quiso abrir los ojos para ver a quién le pertenencia tan imponente voz masculina.

—No lo sabremos a menos que le preguntémos directamente a alguno —habló otra vez la italiana—, pero... —Creyó recordar algo—. Testigos afirman que él estaba sujetando al pelirrojo.

—El paciente A intentaba detener al paciente B —supuso el hombre entre malas conjeturas—, sin embargo, paciente B siguió en su necedad y acabó arrojándose del rascacielos, ahí fue cuando paciente A saltó para sujetarlo sin mucho éxito y terminó cayendo junto a él.

—¿Y que papel tiene aquí la pistola de cables? —Preguntó la fémina sin ocultar su curiosidad.

—Espere señorita... Paciencia por favor, aún no armo bien mi rompecabezas —el hombre italiano parecía sabio y no perdía la calma con facilidad.

Si ese italiano resultaba ser un detective, Kunikida rogaba al cielo por no ser cómo él dentro de unos años.

—¡Inspector! —Kunikida pareció oír una tercera voz, se trataba de otra muchacha entrando. Ya que no tenía nada que hacer mientras su cuerpo se desperezaba, él empezó a intentar descifrar la personalidad de las personas en base a su tono de voz. Y si tuviera que descifrar el de aquella muchacha nueva... Diría que se parece a Atsushi—. Inspector... —Estaba cesando, quizá retrancada en el marco de la puerta mientras recuperaba aire luego en una larga persecusión—. Es... Es... ¡Es el joven!

—Anna, vamos... Respira con calma...

—¡EL JOVEN DESPERTÓ! ¡EL JOVEN DESPERTÓ! ¡EL JOVEN DESPERT-

—¿¡QUÉ!? —Se alarmaron al unisono el inspector y la enfermera.

—¡EL JAPONÉS PELIRROJO DESPERTÓ! —Volvió a repetir la chica que aparentemente se llamaba Anna.

ExplosiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora