Palermo

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El sonido del tacón impactando con el mosaico del piso, producía una agradable y perfecta sinfonia a oídos del italiano, quien caminaba con espalda recta y aura imponente. Una tras otra vez sus zapatos de cuero relucían aún en la oscuridad de ese pasillo sin ventanas.

—¿Tan rápido ya te retiras? —Pasando desapercibido gracias a la falta de luz, el hombre no se percató de que había dejado atrás por pocos pasos a un bien conocido compañero. 

—Ah, eres tú Rafael —le restó importancia retomando su camino hacia la salida.

—¡HAS CASO CUANDO SE TE HABLA GREGGIO*¹!

—Bien, pues,  ¿qué quieres? —Girando el cuerpo por completo para confrontar a su compañero le miró a los ojos con aparente furia.

—¡Hála! —Y habiendo obtenido lo que quería, Sabatini sonrió victorioso a sabiendas de que podía hacerlo enojar aun más—. Lo siento mi querido Niccolò, es que me he percatado de tu molestia cuando en nuestra reunión tocamos el tema de Alessandro y su posible enamoramiento. ¿Hay algo que deba saber?

—No hay nada que te interese saber —aseguró el más alto de ellos dando por terminada esa conversación.

Insatisfecho por la respuesta de Ammaniti, Rafael llevó sus dos brazos hacia atrás y agachó un poco la espalda adornando su extraño compartimiento con una sonrisilla sinica. Acto seguido levantó la cabeza un poco y con ésta misma buscó incomodar al otro haciendo que sus caras toparan muy de cerca.
Niccolò no reaccionó en ningún momento, ni siquiera cuando el respirar de Rafel se sintió en sus pómulos por lo cerca que estaban.

—¿Tu subordinado aún no logra hallar a esos dos? Haber si entiendo. —Al empezar a hablar, Rafel se alejó considerablemente—. Ese muchachito tuyo que ascendiste es un completo inútil que sólo sabe esconderse tras las faldas de su hermana —restó importancia—, aunque he de admitirlo, supo dirigir nuestra armada.

—No te metas en mis planes, pacó*²  —exigió el otro sin mucho interés presente—, no busco usar a Astor para encontrar a esos sujetos.

—¿Qué?

—Busco usar a Astor para atraer a Anna —confesó—, esa pequeña tonta haría cualquier cosa por salvar a su adorado hermanito. Una vez la tenga, daré con esos japoneses y todo habrá acabado.

Sabatini no sabía cómo reaccionar puesto que jamás imaginó semejante plan, caviló un poco en el asunto y hasta eso entonces, cayó en cuenta de que tenía sentido. Usar a Anna y su posible traición para dar con Nakahara y Kunikida era un plan semiperfecto, pero no iba a detenerse para decírselo al creador. Inclusive hasta sentía un poco de envidia por Niccolò y su barato ingenio. ¿Acaso por esa razón había permitido que la muchacha resguardara la seguridad de un terrorista? No bien por él, después de todo habían escapado del hospital y cuando él mismo Rafael trató de capturarlos ni su propia habilidad en combate le fue suficiente, o quizá se había confiado, quién sabe.

Poco más tranquilo, fue el propio Rafel quien dió por concluido su encuentro y se encaminó hacia un rumbo completamente contrario al de Niccolò.

—Sé que esta facción está a tu cargo —masculló sin dejar su caminata—, pero he recibido información bastante confiable sobre la ubicación de nuestros fugitivos —Detuvo su caminar para hacer énfasis en las palabras que a continuación diría, de antemano era consiente de que el peso de éstas mismas habrían de servir como detonante en el corazón ajeno—. Y pensaba que podrías acompañarme, claro... Por si quieres encontrarte con el hombre que te está robando el amor de tu hembra.

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