La bendición también condena

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—La persona que le apuñaló lo hizo con muchísima fuerza.

—¿Quedará la cicatriz en su abdomen?

—Así es —Afirmó el joven médico asintiendo con la cabeza mientras le dirigía una mirada un tanto preocupada a su paciente rubio—, aunque podríamos colocar un parche de silicona que ayudará a aplanar el tejido de la cicatriz y reducirá los cambios de coloración en la piel.

—Es suficiente, la tomo —dictó con seriedad el de cabello azul haciendo que uno de sus subordinados entregara al médico un maletín, que solo abrió frente al doctor para que viera la cantidad de euros que había dentro, y que seguramente, era más de la necesaria pero Manzoni Alessandro agradecía el gesto del silencio y el hecho de que en esa clínica, ningún trabajador abriera la boca con la embajada japonesa.

—M-me encargaré personalmente de que su paciente se rehabilite cuánto antes... —Balbuceó aquél joven, con cierto nivel de nerviosos e ilusión porque nunca había visto tanto dinero junto, y si debía tratar una simple anemia acompañada de una hemorragia externa, él con gusto lo haría—. ¡A trabajar! —Exigió casi de inmediato mientras palmeaba sus manos haciendo ruido y así alertando a todo el cuerpo de enfermería que habría de acompañarlo a quirófano.

Alessandro solo pudo suspirar cancinamente mientras se tumbaba con los brazos cruzados en una de las bancas de espera viendo como todo el personal sanitario se alertaba y corrían preparando todo para la operación de Kunikida, solo porque el riesgo de muerte acrecentaba a pasos lentos pero no imposibles mientras más segundos pasaban.

Para el peli-azul la cirugía fue demasiado larga y el sólo contempló con sus amatistas esperando a que la puerta del quirófano se abriera, aunque desesperó en varias ocasiones supo esperar por la salida.

Hasta que el doctor salió con su típico traje de cirugía a darle las buenas nuevas.

Doppo Kunikida estaba bien, perfecto es más. Y en menos de nada pudo ir a su habitación hospitalaria a visitarlo.

Al ver inconsciente al hombre y tendido por segunda vez, solo pudo acercarse con sentimiento, como si hubiera estado esperando a por esto muchísimo tiempo; por eso, una vez que el médico salió de la habitación se dejó caer en su pecho con un llanto amargo, mientras colocaba sus rodillas en el frío mosaico.

Aunque no se entendía porqué el líder de la marsellesa estaba haciendo aquello. Pero lloraba amargamente sin hacer ruido para perturbar a los alrededores.

—¿Cómo terminaste así? —Preguntó con una extraña e incomprensible cercanía—, supongo que pudo ser diferente, en serio pudo ser diferente. Todo esto... Kunikida... Si tan solo no hubieras seguido con aquella actitud tan...

—Mhphm... —El jadeo de dolor del rubio le hizo detener su discurso amarillista, esta vez contemplando con asombro al idealista.

—Ya no importa... —Alessandro suspiró con pesadez y ligera tristeza, limpió ambas mejillas de un llanto amargo que se había formado en lágrimas leves para después levantarse sin mucha dificultad y retirarse de aquella sala de hospital. Volvió a suspirar con cansancio mientras miraba alrededor, sus hombres se encontraban esperándolo afuera de la habitación y volvió a retomar su postura actual tratando de disimular la voz rota por haber llorado levemente—. Necesito que se encarguen del trasporte del sujeto, que llegue a Roma conmigo de una manera cómoda.

Apenas acabar de hablar el equipo se hizo cargo de aquello mientras el testa buscaba un lugar en el que pudiera estar a solas para pensar, a paso lento caminó hasta los sanitarios y tras entrar en un cubículo dejó caer sus rodillas sobre la tapa del inodoro. Un grito en alto salió de ese lugar mientras apretaba los ojos para evitar que más lágrimas salieran y dejasen sus ojos rojos, aunque aquellos gritos desgarradores seguían saliendo de su garganta al punto de llamar la atención de un par de enfermeros que estaban ahí.

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