No valgo la pena

108 15 6
                                    

Chuuya tenía un serio problema, bien, en realidad tenía muchos problemas pero éste en particular le causaba molestias.

Aún se hallaba fuera de control, y por consiguiente no tenía conciencia del caos que estaba provocando en Palermo. Ya había dejado fuera de combate a diez helicópteros que se atrevieron a perturbar su momento de crisis y también apaleado a un sinfín de hombres entrometidos; entre las víctimas se hallaba el hermano de Anna y el inspector Phillippe.

En medio de la plaza de Palermo, exhausto y con el aura rojiza que le servía de escudo se encontraba Nakahara, cesando después de enfrentarse a todos ellos.

Sabatini llegó un poco después, sin embargo, a pesar de su habilidad como artista marcial y sus excelentes reflejos tuvo el mismo destino que aquellos más que se enfrentaron a Chuuya. Rafael se encontraba tendido sobre una banca que rompió con su propio cuerpo luego de que el rey de la gravedad lo pateara con fuerza, y éste a su vez, se hallaba caminando nuevamente hasta él para repetir el proceso, cómo si de repente Sabatini se hubiera vuelto una pelota. Ya en ese estado el mencionado  no podía hacer mucho, más que esperar una, y otra vez, los golpes y las patadas que Chuuya arremetía contra él. Tras un rato más, parecieron llegar los refuerzos italianos; otro centenar de polizias intentaron detenerle, y sólo bastó de usar corrupción para dejarles formados en el suelo junto a los demás.

Nakahara parecía y estaba cansado, ya harto de la situación y de que ninguno de ellos, llenara el vacío que acrecentó en su pecho luego de enterarse de la destrucción de Yokohama.

Una lágrima escapó de entre sus ojos, pero sólo fue la primera de un mar de molestas gotas que sin pedirle permiso huyeron de entre sus párpados y amenazaban con inundar la ciudad Italiana.

Aunque golpeado, Sabatini aún pudo ver la escena, le llamó la atención ver el rostro lloroso del japonés y no pudo entender porqué estaba así.

Pero se sintió culpable de ello.

Cuando el ejecutivo alzó su pierna y volvió a patearlo, el italiano volvió a rodar esta vez topándose con un árbol del parque. Chuuya volvió a caminar hasta él, cuando Rafael cerró los ojos aceptando su destino, los abrió después de seis segundos, extrañándose de no haber sentido el golpe.

Entonces halló a Chuuya con un cuchillo negro entre sus manos y cerca de su garganta.

—¿Hay alguien de quien debas despedirte? —Como si no fuera realmente él quién estaba hablando, el mafioso gesticulaba un tono tétrico que jamás había usado en su vida, ni siquiera en su propio trabajo, porque no era propio de él.

Rafael aún estaba anonado, con el cuerpo dormido por todos los golpes que recibió y las muñecas fracturadas que fueron las primeras que el rey de la gravedad inmovilizó para que no pudiera defenderse, suspiró con pesadez y trató de gesticular los labios de un golpeado rostro.

—Umberto... —Musitó con dificultad—. S-sólo... Dile que... Lo lamento mucho.

—Me encargaré de eso —Chuuya malabareó con el cuchillo tomando impulso en el aire para encajarlo finalmente en su carotída.

Y lo enterró a fondo.

.

.

.

.

Pero no fue en la garganta de Rafael, mucho menos en otra parte de su cuerpo.

La sangre estaba escurriendo transformando el verde color del pasto en un carmesí pintado. Los zafiros de Chuuya amenazaban con salir de sus cuencas cuando contempló el acto y por instinto, soltó el cuchillo enterrado alejándose al instante.

ExplosiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora