Sexy señorrita.

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¿Cuánto tiempo más habría pasado desde que despertó por última vez? La droga corriendo por sus venas ya empezaba a arder y tenía la sensación de que su espalda no aguantaría más tiempo en aquella posición.

—¿Cómo te sientes? —A su lado, el bosquejo que sus ojos captaron era el de una fémina pelirroja, misma que se encontraba acariciando sus pómulos. La fina textura de su piel le hizo darse cuenta de que ella no debería pasar los 23; la muchacha se dedicó a tocar su piel, palpando cada facción de su rostro comenzando por la frente, en cierto punto llegó a delinear los labios con uno de sus pulgares.  El detective nuevamente empezó a abrir los ojos de manera lenta, tomando su tiempo con cada milímetro que era separado, incapaz de ofrecerle el panorama completo de las cosas, su miopía le ofrecía el bosquejo de manera borrosa—. ¿Estás bien? —Insistió la voz ajena.

Kunikida apenas y podía distinguir la delgada silueta  gracias a sus ojos recién aclarados. Por segunda vez sintió su cuerpo volver a reaccionar.

—¿Acaso eres un ángel? —Ante aquel cuestionamiento, no pudo evitar recordar todos esos requisitos que había escrito para su mujer ideal y que debieron haberse cumplido a pie de letra, tampoco evitó darse cuenta de que esa pelirroja por imposible que pareciera, lograba abarcar gran mayoría de ellos. Si tan sólo la hubiera conocido mucho antes que a Dazai... Volvió a confundirse con su patética situación, porque aquellos ideales que antes consideró el centro de su vida, en un efímero segundo habían pasado a convertirse en... Nada.

Papel y tinta mal gastado en su libreta.

—En realidad todos dicen que soy un demonio. —Algo ocurrió. La dulce voz de la dama repentinamente perdió todo su encanto, en su lugar se tornó con un sonido que aunque agudo era varonil.

No logro entender lo sucedido, por ello, terminó de abrir los ojos de manera brusca y se dió cuenta de una penosa realidad.

No se trataba de una hermosa italiana, ni siquiera era una mujer quien estaba a su lado. Era Chuuya.

—Qué vergüenza... —Musitó Kunikida perdiendo todo el encanto del contexto al instante.

—¿De qué hablas, eh? —Cuestionó interesado el otro.

—De... —Para mantener la poca dignidad que le quedaba, Kunikida eligió guardar silencio y no decirle a Chuuya nada de sus vagos pensamientos, ni que por cómico que pareciera, con un par de arrleglos minimos, él podría encajar a la perfección con su modelo de: mujer ideal—. Nada en lo absoluto —finalizó su frase.

—¿Sólo por eso no paras de comerme con la mirada? No soy un muerto que resucitó.

—Nakahara-san —espetó con tranquilidad Kunikida incorporándose en la camilla—, primer punto... —Chuuya rodó los ojos, era cierto que ya habían pasado siete meses, pero el tiempo que ellos habían compartido se resumía apenas a un par de horas y segundos. En lo que se podía decir, una pequeña convivencia, el mafioso ya conocía los sermones que su rubio acompañante podía soltar apenas con un par de palabra dichas por ti—. Sí eres un muerto que resucitó.

—¡¡EY!!

—Y punto número dos —puntualizó—, no te estoy comiendo con la mirada, tengo miopía y no puedo enfocar bien.

Ante la confesión de Kunikida, Chuuya no supo qué objetar, ni decir, desde que inició su viaje creyó que sus gafas simplemente eran para ayudarle a verse más atractivo.

Para su gusto, Kunikida se veia mejor sin lentes.

—Lo lamento —trató de disculparse el pelirrojo.

—¿Otra vez comenzamos con las disculpas?

Kunikida se ganó una mala mirada observándolo desde el sombrero de petit mafia. Su sangre se sintió helada al instante y un cosquilleo recorrió su columna. Cuando fue el idealista quien sintió la necesidad de disculparse, un montón de voces italianas al otro lado de su habitación se dejaron oír.

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