Da Giulietta al suo Romeo

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No sabía si lo que estaba sucediendo en ese momento era obra del destino o de su cansada mente. Porque desde el hospital en el que los italianos lo habían tratado luego del primer accidente, Kunikida no dejaba de encontrarse a pelirrojas hermosas que le hacían dudar de su compromiso con Dazai.

Justo en ese instante mientras su cabeza daba de vueltas por el golpe que le habían metido en la nuca, estaba viendo de forma borrosa la silueta de una hermosa mujer de cabellera rojiza que le sostenía entre sus brazos mientras gritaba algunas cosas que no eran comprensibles para él porque después de todo, sus oídos también estaba zumbando.

—¡HIJO DE PUTA, SIGUES CON VIDA! —Lo que finalmente le hizo reaccionar fue la bofetada que la misma señorita arremetió contra él después de un par de segundos de consiencia.

Para reaccionar, lo primero en lo que Kunikida pensó fue en apartarse de ella aunque seguía aturdido por los dos golpes. Y de un momento a otro dejó de recibir el apoyo de la señorita pelirroja.

—Estaba intentando explicarle a usted que no le hice nada, no la toque y ni siquiera me atreví a mirarla más de dos segundos —el rubio comenzó a levantarse poco a poco del piso mientras llevaba una de sus manos a la parte de la cabeza que había sido golpeada mientras intentaba que su visión dejara de jugarle malas pasadas y decidiera enfocar un poco—. ¿De qué rayos está hablando? ¿Quería matarme a caso? —Le hechó un último vistazo a los fragmentos de silla que se quedaron por el piso luego de que la misma fuera destruida por su cabeza.

—Vete a la mierda Kunikida, ya sé que hubieses deseado no haberme conocido jamás pero ¡oh sorpresa! Una estúpida momia con vendas viejas nos hizo trabajar juntos, ahora no finjas demencia —le reclamó con claro enojo mientras cruzaba los brazos y le daba la espalda.

—¿Qué? —Las palabras llegaron a Kunikida de forma repentina y el shock instantáneo fue evidente. Sus ojos se abrieron más de lo normal y al final contempló de forma detallada la silueta de la mujer que le estaba dando la espalda—. ¡¿Chuuya...!?

Al otro lado del cuarto solo se escuchó un bufido de enojo.

—Ahora que me has visto sal de aquí inmediatamente —asintió su pregunta solo para dar a entender que realmente era él con quien estaba hablando. 

El rubio tragó saliva, siempre había pensando que Chuuya tenía una silueta que de cierta forma resultaba femenina pero jamás creyó que el pelirrojo tuviera voz delicada, caderas anchas y cintura pequeña además de una enorme cabellera que llegaba hasta la cintura. 

''El cabello no puede crecer tanto en poco tiempo a menos que esas sean extensiones'' pensó para sí mismo para evitar abrir la boca y conseguir que Chuuya se enfadara aún más con él, ahora que lo pensaba... ¿Por qué estaba tan enfadado si no le había hecho nada? Había tratado de ser un compañero ideal justo comportándose como su libreta verde lo exigía. 

—¿Por qué estás enfadado conmigo Chuuya? —se atrevió a preguntar aún sin acercarse por completo hasta ese lado de la habitación para no incomodarle—. ¿Y por qué estás vestido de esa forma?

La pelirroja por su parte ni siquiera tomó atención a sus palabras, estaba completamente enfurecida como para que las palabras del hombre de la habitación hicieran algún efecto, Chuuya siempre solía escapar de sus sentimientos, enojarse con Dazai era muy diferente a enojarse con Kunikida. 

De cualquier manera la relación del soukoku era completamente diferente. 

A Kunikida no podía mandarlo a la mierda y después hablarle como si nada, y por supuesto que si Kunikida lo mandaba a la mierda no se sentiria de la misma manera en la que se sentiría si Dazai lo hiciera. 

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