Capítulo 7.

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¡Hola mis bonitos lectores! No pude subir mi actuación siempre fastidiosa pero bien intencionada el día que quería porque soy del porcentaje débil que se enferma con facilidad y tiene una salud bien precaria, pero estoy viva y acostumbrada. 

Este fue el capítulo que más modificaciones le metí pero ya a nivel de historia, nada que cambie el curso pero quien lo leyó lo notará, estoy segura, perdón. Muchas gracias a las personas que se toman el cariño para leer, este capítulo es de Eiji.

¡Espero que les guste!

Me enamoré del mar pero ambos rompimos en llanto, fuimos de espaldas, sin embargo, me persiguieron los pedazos de la remembranza, ahora que soy un navío en el océano de la desolación puedo ahogarme en los susurros de la confusión

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Me enamoré del mar pero ambos rompimos en llanto, fuimos de espaldas, sin embargo, me persiguieron los pedazos de la remembranza, ahora que soy un navío en el océano de la desolación puedo ahogarme en los susurros de la confusión.

Me alcé en la punta de mis pies, los huesos me tronaron cuando traté de llegar más arriba, di un pequeño salto solo para volver a caer, ni siquiera pude rozar la tapa del libro. Suspiré, buscando una escoba para empujarlo o algún taburete para subirme. Esa mañana me había escabullido en una de las habitaciones prohibidas del segundo piso tras haberle robado la llave a Ash. El cuarto constaba de un escritorio, decenas de libreros, cajoneras con folios de papeles y un ordenador, no había que tener 200 puntos de IQ para adivinar que ahí guardaban lo relacionado a la investigación. El aroma a suciedad me revolvió las entrañas, me volví a estirar solo para que una mano más grande me arrebatase el manuscrito.

—¿Este era el que querías? —Un escalofrío recorrió cada fibra de mi alma cuando su voz se amartilló contra mi nuca. Apenas me di vueltas la altanera sonrisa de Arthur me recibió bajo el murmullo del sol, el libro pendía con orgullo entre sus dedos.

—Ese era. —No vacilé antes de arrebatárselo, él elevó una ceja para encarnar la petulancia. Ególatra.

—No sabía que tenías permitido estar aquí. —Con una actuación de papel me dirigí hacia el escritorio para seguir apilando el material de mi investigación. La torre se tambaleó tras acomodar mi nueva adquisición, aspiré, orgulloso de esos documentos.

—No sabía que tú tenías permitido estar aquí. —Sus pupilas chispearon repletas de altanería frente a semejante confrontación—. ¿Lo tienes?

—No lo tengo. —Sus manos se deslizaron por mi cabello, la caricia fue reconfortante—. Pero te he estado siguiendo toda la mañana. —La estática se perdió bajo la tenue fragancia a cigarrillos camel entremezclada con gasolina. Ya se había vuelto costumbre ahogarme en tan masculina presencia, casi familiar.

—No sabía que eras un acosador, Arthur. —Mi atención pendió desde sus palmas ensangrentadas hasta sus ropas deshechas, hubo un mal presentimiento en la nitidez de ese añil.

—No lo soy pero me preocupaba que te metieras en problemas. —Lo supe por el palpitar taladrando mi cabeza, por el sudor corroyendo mi cordura y las desoladas palabras de un príncipe enjaulado en una niebla de compulsión.

El amante del lince.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora