Capítulo 18.

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¡Hola mis bonitos lectores!

Muchas gracias a todas las personas que se toman el tiempo para darle amor a esta historia. El capítulo de hoy lo narra Ash, como siempre esta hecho con mucho esfuerzo. Espero que les guste.

Los amores eternos son los más breves

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Los amores eternos son los más breves.

Ayer lo tenía entre mis brazos. Hace un instante nuestras piernas se encontraban jugueteando bajo una frazada de promesas. Solo anoche esos labios me murmuraron un te amo.

—¡Siempre te estaré esperando! —En un soplo que se condenó a eternidad nos dimos nuestro último adiós.

Apreté con fuerza las sábanas. Lo sentía desvanecerse, sus pasos me mantenían despierto, la falta de su calidez había calado en lo más profundo de mis pesadillas para atraparme. No podía dormir, comer, pensar o respirar. Me lo habían arrebatado. Eiji era mi oxígeno. Yo sabía. Tiré de mi flequillo con nervio, temblando, ¡yo sabía que él se iría! Mis dientes se gastaron ante la presión que ejerció mi mandíbula, mis ojos estaban tan irritados que temí llorar rosas. Reí, aquella desquiciada melodía retumbó entre las paredes de un apartamento que debió ser nuestro. Ni siquiera tenía una maldita camisa para probarme que él había sido más que un sueño. Este dolor, me estrujé con arrebato el pecho, cicatrices se hallaban abiertas sobre mi piel, necesitaba arrancarlo. Rasgué y rasguñé queriendo despojarme del corazón. Ya no tenía. Solo habían espinas. Era abrumador siquiera moverse. Lo necesitaba para ver, él era mis ojos. Lo necesitaba para sonreír, él era mis razones. Lo necesitaba para vivir, él era mi alma. Yo...Quise sollozar, no obstante, de mí ya no salió nada.

Nada.

—No lo estoy dejando todo por ti. —Lo amaba—. Estoy construyendo algo nuevo contigo. —Solo lo amaba y lo quería de regreso a mi lado.

¿Una vida sin Eiji Okumura?

Boss. —La voz de Bones fue lo que me sacó de mis pensamientos—. Los chicos de Chinatown ya llegaron. —Aquella sonrisa se había esfumado con el recuerdo del primer amor. Ojeras fueron las que reemplazaron su brillo, tristeza la que se robó el encanto.

—Lo entiendo. —Me senté sobre mi cama, raquítico, me acaricié la frente, estaba afiebrado. Moriría sin él.

—Jefe. —Él se apoyó sobre el marco de la puerta antes de fruncir la boca, la tenía tan reseca que se le quebró hasta sangrar—. ¿De verdad cree que esto va a funcionar? —Sus palabras fueron un buque de desesperanzada.

—Bones.

—Nosotros... —Él no me miró, solo se quedó al frente, estático, sus puños pendieron carentes de voluntad—. Los traeremos de regreso, ¿no es así? —Hace un par de semanas ansiaba que él me decepcionase despacio.

—No tenemos más opción. —Hace un par de meses ni siquiera sabía quién era, ¿no fue cruel?—. No te preocupes. —Anhelarlo era una sensación tan dolorosa que me estaba drenando la vida. Extrañarlo era como caminar descalzo sobre vidrios rotos mientras espinas se incrustaban en mi piel. Despiadado y sofocante.

El amante del lince.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora