Capítulo 19.

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¡Hola mis bonitos lectores! Les hablo de lo que debió ser el peor día que he tenido en la practica hecha una bolsita de penita, pero como subir un capítulo siempre me anima here were are ilegalmente desde mi turno en el hospital. Muchas gracias a todas las personas que se tomaron el cariño para leer. El capítulo lo narra Ash.

¡Espero que les guste!

Estábamos suspendidos en una cadena

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Estábamos suspendidos en una cadena. No éramos destinados, sin embargo, qué pecado era la condena de las almas gemelas. No era una promesa dorada la que se hallaba tatuada, no obstante, él me amaba. Sino lo hacía hoy tal vez podríamos desafiarlo mañana. En esta desbaratada cadena que llamábamos vida en lugar de odiar y liderar, yo prefería amar y morir.

Él estaba entre mis brazos, sus piernas se encontraban extendidas sobre nuestro sofá, sus manos sostenían un libro, su espalda se fundió a mis latidos, la mía se hallaba en una batalla de fricción con el brazo del taburete, el alarido de mi respiración fue la melancolía que entonó Nueva York. El aroma a café había inundado el apartamento. Mi cabeza sobre su hombro, su esencia en mi cordura, me restregué contra su cuello, su cabello fue una sensación reconfortante encima de mi nariz, me fascinaba su aroma. Cerré los ojos, la mañana era una bruma de irrealidad dentro de aquella sublime tranquilidad. Colores se pintaron en la desesperanza. Chispas se entremezclaron con polvo de estrellas. Sus pestañas aletearon para devolverme a la realidad. Eiji. Mi Eiji. Él estaba acá. Me aferré con fuerza, él se removió, dejando aquel manuscrito encima de su regazo.

Una sola vida ya no sería suficiente.

—¿Qué ocurre? —Su aliento bamboleó hacia mi mentón, apreté los párpados con nervio. Un atronador palpitar destrozó la tensión—. ¿El pequeño Aslan quiere atención? —Él sonrió al pronunciar aquello, sus dedos se enredaron a mi flequillo. La sensación fue tan reconfortante que quise llorar. Él estaba acá. Realmente.

—La quiero. —Había tratado tantos meses de apartarme de él: de advertirle, de espantarlo, de que me detestase. Que sencillo habría sido si él me hubiese podido repugnar como yo me odiaba a mí mismo—. Quiero tu atención. —Fui en piezas hacia él, esperando herirlo.

—¿Qué es esto? —Pero él las recogió sin importarle lastimarse—. Te estás comportando como un niño mimado. —Él me extendió las suyas para que yo me profesase completo.

—Tengo derecho a hacer berrinche. —En la crudeza comprendí que él era mi hogar, eso me aterró—. Estuviste demasiado tiempo lejos. —Saber que aunque volviese a amar ya nunca sería con la misma fervencia, fue una sensación paralizante. Era adicto a este chico, tan dependiente. Si él se iba...

—Ash. —Que me llevase con él—. ¿Estás bien? —Él se quiso dar vueltas, sin embargo, no lo pude soltar. Me restregué contra su espalda, como si impregnarme de él significase algo. El silencio del apartamento era memorias.

—Yo... —Escuché su libro caer, sus pies se deslizaron de los cojines del sillón para rozar esas ridículas alfombras de Nori Nori, él me apartó, yo lo imité. Uno al frente del otro—. Estoy preocupado. —A cientos de kilómetros en el Kilimanjaro. Extendí mi mano hacia su nuca, deteniéndola en el aire.

El amante del lince.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora