Capítulo 10

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Día veintisiete. Ransom se dirigió a la mesa donde estaban desayunando Carolina y Alberto. Se sorprendió al no ver a Elena con ellos, aunque no le tomó importancia. Volvió a mirar a madre e hijo.

—Necesito que me limpiéis la ropa. Está hecha un asco y me estoy quedando sin nada —dijo, mirando a Alberto.

  Le miró con una sonrisa y se giró hacia su madre, hablando con ella en español. Intercambiaron un par de palabras antes de reírse y asentir. Alberto volvió a girarse hacia Ransom, encogiéndose de hombros.

—No tenemos lavadora. Lavamos la ropa a la antigua usanza.

—¿Cómo? —colocó sus manos en jarra.

  No daba crédito a lo que estaba escuchando.

—No muy lejos de aquí, hay un río —señaló hacia la puerta—. Coge la tabla de lavar que hay en el trastero, donde están las palas y lo que usamos para limpiar los establos y mantener el huerto —se explicó—. Metes tu ropa en una bolsa de basura, coges el jabón, la tabla y te vas al río —le dio un mordisco a su magdalena—. Sigue el camino de tierra que hay al salir de aquí, no tiene pérdida.

  Torció la boca y, alzando momentáneamente las cejas, asintió y se marchó. No le extrañaba que aquel hostal estuviera prácticamente vacío siempre -el servicio que ofrecían era pésimo. Lo único que podía salvar era la comida y la limpieza. Pero el servicio, las habitaciones… todo era de lo peor que había visto. Y eso que había parado en varios moteles en medio de la nada cuando vivía en Estados Unidos.

  Con el gran saco colgado al hombro -con toda la ropa, la tabla y los jabones-, había puesto rumbo hacia la nada, en realidad. Porque Alberto le había dicho que siguiera recto y ya está. 

  Comenzó a tiritar en cuanto su cuerpo entró en contacto con el aire frío de la mañana, y él encima no tenía abrigo porque lo había perdido. Sentía la mandíbula tensa, debido al enfado y al frío. Por culpa de aquel lugar iba a acabar trastornado del todo.

  Varios, demasiados, minutos después, volvía a estar en medio de la nada. Lanzó el saco de basura y colocó sus manos a ambos lados de sus caderas. Miró a su alrededor, sin pistas de dónde estaba el dichoso río.

  Y entonces, en medio de la nada, en completo silencio, un fuerte disparo le ensordeció y un gran dolor en el estómago hizo que se inclinara hacia delante. 

—¡Joder! —gritó, sujetándose la barriga con una mano— ¡Joder!

  Cuando agachó la mirada, vio un pequeño punto de sangre -que poco a poco iba agrandándose. Sus ojos se abrieron de golpe.

—¡Mierda! —gritó, alargando la—. Mierda, mierda, mierda.

  Dos hombres vestidos con ropa de camuflaje se acercaron rápidamente él. Ambos con escopetas en mano, ambos dispuestos a socorrerle y uno de ellos seguramente era el culpable.

  No tuvo mucho tiempo para reaccionar, ya que, tras balbucear un par de cosas en español, prácticamente lo empujaron hacia un Jeep negro que estaba a unos cuantos metros de ellos. 

  La mente de Ransom estaba trabajando a mil por hora. Seguramente eran caníbales y le iban a llevar a su cabaña en mitad del bosque para despellejarlo, descuartizarlo y comérselo de mil maneras distintas. O se iban a deshacer de él para que no pudiera denunciarles. En cualquier caso, era hombre muerto. El dolor, de repente, había pasado a un segundo plano. Y no tardaría mucho a pasar a un tercer plano, pues su vómito esparcido por el parabrisas había ocupado el primer lugar. Iba a morir y encima haciendo el ridículo. 

  Se sorprendió al ver que se habían metido en un pueblo en el que había bastante gente. Y pensó en lo imbécil que era en cuanto detuvieron el coche frente a lo que parecía un centro de salud. 

—Sácalo ya de aquí anda —dijo el conductor—. Qué asco.

  Ransom, ensimismado y mentalmente inconsciente, dejó que aquel grandullón le cogiera en brazos cual princesita y le llevara al interior. 

  Sabía que no aguantaba bien el dolor, lo que no sabía era que le provocaría alucinaciones. ¿Aquella chica sonriendo y hablando con el doctor era Gisela?

  Cuando llamaron a Feli a gritos, Gisela se giró también preocupada Aunque su cara se desencajó aún más cuando vio a Ransom en brazos de Tadeo. Corrió hacia ellos y le miró a la cara, asegurándose de que estaba bien. A pesar de todas las discusiones, podía ver que no era un tipo con tan mal fondo como quería hacer parecer. 

—Creo que voy a vomitar otra vez —susurró antes de desmayarse.

  Los cuatro se encaminaron a la zona de curas y Gisela se encargó de quitarle el jersey y la camiseta interior. Estaba segura de que, si no fuera por la cantidad de sangre, habría perdido el aliento -y otras muchas más cosas- al ver su torso desnudo. 

—Yo me encargo de esto, solo es un perdigón —se dirigió a Gisela y Tadeo—. Esperad fuera.

  Gisela se cruzó de brazos y le miró enfadada en cuanto cruzaron la puerta.

—¿Cómo ha pasado?

—Estaba en medio del coto de caza —se justificó—. Me distraje, la escopeta se disparó sola y vaya puta casualidad que le dio a él.

  Gisela suspiró, mirando al cielo agotada. Apoyó su espalda a la pared. ¿Qué hacía Ransom en medio de un coto de caza, tan lejos del hostal? 

—Por cierto, llevaba una bolsa de basura…

—Tráemela, me la llevaré yo.

—Y ha vomitado —siguió—, bastante. 

  Gisela bufó y sacó la cartera de su bolso. Dándole treinta euros para que pudieran limpiar el coche a fondo.

  Quince minutos después, ya sola y con la bolsa al lado, escuchó las indicaciones de Feli. El perdigón solo había perforado un poco, por lo que no corría ningún peligro ni le habían tenido que poner puntos. Pero que era buena idea que durante un día o dos guardara reposo. 

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  Ransom se despertó de golpe en una habitación que no era del hostal, aunque tampoco era su habitación. ¿Todo había sido un sueño que había tenido tras haberse acostado con una ricachona aburrida y sosa? ¿Qué mierda le habían echado en la copa? ¿Estaría la ricachona casada y debía salir corriendo de allí?

  Se sentó rápidamente sobre la cama y sintió un punzante dolor en el abdomen. Vio su camiseta manchada de sangre y, al levantarla, vio una venda. El disparo, los cazadores, el vómito, Gisela asustada… Todo estaba pasando por su cabeza de golpe. Rápido. 

  ¿Dónde narices estaba, entonces?

—Madre mía, como sea el doctor… 

  Entonces el miedo de que su virginidad trasera o bucal, pudieran haber sido mancilladas, ocupó todo el espacio de su mente.

  Oyó unos pasos acercarse a la puerta y rápidamente volvió a tumbarse. Cerró los ojos cuando oyó la puerta abrirse y esperó. La cama se hundió a su lado y una suave mano le acarició la frente.

—Sé que estás despierto —susurró.

  Esa voz…

—Te he oído hablar —repitió, apartando su mano de él.

—Qué dulce voz tiene la Muerte —Gisela rodeó los ojos ante su estúpido comentario.

—Te espero abajo, muerto viviente.



Os dejo por aquí otro capítulo. Espero que os guste

Hearts Out | RANSOM D. (Chris Evans)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora