Capítulo 4

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  Un fuerte choque hizo que casi todo el mundo que dormía en el hostal se despertara de un salto. Gisela, que estaba preparando sus cosas para volver a marcharse, fue la primera en salir de la habitación. Y poco después, salieron Carolina y Elena, su hija. Carolina se ató el batín y bajó corriendo las escaleras, seguida de Elena y Gisela. Esperaba con todas sus fuerzas que a su hijo no le hubiera pasado nada. Aunque, cuando salió y vio lo que había ocurrido, tuvo la sensación de que si su hijo moría aquel día, iba a ser a manos de ella.

—¡La madre que te parió! —exclamó, acercándose aún más a su hijo.

Alberto parecía angustiado y muy preocupado. No creía que conducir una moto iba a ser tan difícil hasta que cogió la de su padre. Ni siquiera fue capaz de arrancarla, cuando salió disparada hacia aquel precioso Mercedes casi nuevo. La rueda delantera incrustada en la luna y el resto de la gran moto hundiendo el capó hacia dentro. Aquel día la había liado bien.

Gisela, al intuir de quién podía ser aquel coche de gama alta, no pudo evitar reírse de la situación. Tras una fulminante mirada por parte de Carolina, dejó de reírse lentamente.

—Lo siento, es que... —señaló el coche con ambas manos— Verás el subnormal cuando se levante —volvió a reírse.

Se miraron entre ellos, extrañados de que el fuerte ruido no le hubiera despertado y que siguiera durmiendo como si nada.

Intentaron pensar la mejor manera de explicarle qué había sucedido y que ellos le harían el arreglo gratis. Al fin y al cabo, Pedro, su ex marido, era mecánico. Pero Gisela les interrumpió. Sabía que aquel tipo, cuando se encontrara con aquella situación, iba a armarla grande.

—Quita la moto de ahí, y escóndela —se dirigió a Alberto—. Ese gilipollas es capaz de denunciaros y putearos. Hacedme caso. Le debe salir la pasta por las orejas, así que pagar esto —señaló el coche destrozado— no le debe costar una mierda. Cuando se levante y se encuentre con el percal, que haga lo que le dé la gana.

Alberto, con la ayuda de su hermana, comenzó a bajar la moto del capó. Aquello parecía sacado de cualquier comedia absurda, algo que nunca creyeron que les podía acabar pasando. Tras bajar la moto, limpiaron las huellas de zapatos que pudieran haber dejado al subirse al capó y metieron la moto de nuevo en el garaje donde estaba, cubierta con una lona negra. Mientras que Gisela y Carolina volvieron a entrar. La primera, para llamar a Pedro y contarle lo sucedido. Y la segunda, esperando que su ex marido estuviera en el pueblo para poder ayudarles.

—Me da a mí que hoy la panadería del pueblo va a abrir un poco más tarde —se rió, quería ver la cara de aquel tipo—. Voy a ir haciendo el desayuno.

Los camioneros de la noche anterior se habían marchado bastante pronto, antes de que todo aquello sucediera, por lo que el desayuno iba a ser solo para cinco -dudaba bastante que Ransom se despertara para desayunar, de todos modos.

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Diez y algo de la mañana. Al fin el señor Drysdale se había despertado de su profundo sueño y, tras vestirse con la misma ropa del día anterior -no pensaba ducharse en aquel lugar ni de broma-, bajó a desayunar.

Cuando entró en el comedor, todo estaba recogido: mesas limpias, sillas sobre estas, todo estaba reluciente. Volvió a la recepción y, casi aporreando el mostrador, comenzó a llamar a quien fuera que estuviera disponible en aquel momento. Tras la insistencia de Carolina, Gisela fue la que salió a ayudarle.

—¿Algún problema, señor?

Aquella chica parecía estar cachondeándose de él. Ransom tensó la mandíbula y la miró cabreado.

Hearts Out | RANSOM D. (Chris Evans)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora