Capítulo 7

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Narra Miriam

Nunca antes había pensado que iba a necesitar algo como necesitaba los besos de Ana.

Cada vez que nos separábamos ya tenía esa necesidad de volver a sentir sus labios sobre los míos.

Enmarqué su rostro con mis manos para profundizar más el beso que nos estábamos dando.

Quería disfrutar cada segundo de cualquier beso que me diera Ana, porque sentía que tarde o temprano iba a dejar de tenerlos.

La puerta del ascensor se abrió, pero ninguna de las dos nos inmutamos. Estábamos demasiado ocupadas saboreando los labios de la otra.

Se notaba que el único que quería meterse ahí dentro era Bambi porque, a pesar de ser pequeñito, consiguió tirar de su correa para que nos separásemos.

Ana sonrió al notar la insistencia de su perro y cogió mi mano para que fuera con ella.

Se cerraron las puertas. No pude evitar centrar mi mirada en los labios de Ana, los cuales estaban un poco hinchados por la cantidad de besos que no paraba de darle.

-¿Por qué me miras tanto? - preguntó divertida.

-¿Te puedo besar otra vez?

La canaria se sonrojó y miró también mi boca, mordiéndose el labio inferior.

-Eso no lo tienes ni que preguntar.

Sonreí ante la respuesta de la morena y volví a atrapar sus labios con mi boca.

Mordí suavemente su labio inferior, pasando mi lengua por él, y sonreí con satisfacción al arrancarle un pequeño gemido.

Bajé mis manos lentamente por su cuerpo hasta acabar en su trasero para apretarlo con ganas y pegar nuestros cuerpos.

Ana soltó una risa nerviosa y me abrazó tiernamente.

-Miriam... Que como se pare en algún piso y nos vea algún vecino así... - susurró en mi oído.

-Qué más da. Además, estamos ya a punto de bajar.

El ascensor llegó al cero. Bambi volvió a tirar de la correa y antes de que Ana se consiguiera separar de mí, le di un pico rápido, a lo que ella rodó los ojos con una sonrisa.

Salimos del edificio y estuvimos haciendo el recorrido que solían hacer Bambi y ella cuando salían a pasear.

No podía parar de mirar a Ana con una sonrisa tonta en los labios. La canaria también me miraba fugazmente y cuando nuestras miradas se cruzaban, apartaba su cabeza rápidamente, sonrojándose. Sonreía divertida al verla tan tímida.

A pesar de que ella quitara su mirada, yo seguía mirándola, fijándome en cada perfecto rasgo de su perfil.

Era preciosa.

-Deja de mirarme. - dijo en un hilo de voz y tapándose la cara.

-¿Por qué? Si estás preciosa.

-¡Qué voy a estar preciosa!

-Te lo voy a demostrar.

Me puse enfrente de ella, parándola. Le cogí las manos y se las aparté de la cara.

Si por mí fuera | Wariam Donde viven las historias. Descúbrelo ahora