Parte 8

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En el instante en que la puerta se cerró detrás de Serena y la llave daba vuelta en la cerradura, ella cerró los ojos. Tuvo que luchar contra la abrumadora necesidad de gritar a todo pulmón y golpear con sus puños contra la puerta. Se sentía tan desesperada como para hacerlo, pero por desgracia, nunca había sido el tipo de mujer que sucumbía a las rabietas. No conseguiría nada. Además, Darien ""El León"" no le parecía que fuese el tipo de hombre que se conmoviera por tales muestras infantiles. De hecho, dudaba de que cualquier cosa lo conmoviera, porque su corazón parecía de acero forjado. No había nada amable en él, nada en absoluto. Ella no había notado un solo indicio de ternura o de compasión en su carácter.

Él la había tratado como un objeto. Se esperaba que le temiera y le obedeciera, y él dejó claro que si no, iba a usar su cuerpo para enseñarle lecciones sobre insubordinación. También pretendía usarla para criar un niño con propósitos políticos, y tal vez para satisfacer su lujuria salvaje.

No importaba lo que había sucedido, no importaba lo que su conquistador le hiciera a ella, no se vendría abajo. No sucumbiría al poder que había ejercido sobre ella en la sala en ese momento, cuando habían sellado su pacto con un beso. La había tomada por sorpresa, eso era todo, y no volvería a ocurrir. La próxima vez estaría preparada para su tacto y las sensaciones que le despertaba, no estaría bajo su hechizo. Que viniera ahora, y ella cumpliría con su parte del trato con valor, dignidad y decoro.

Sonaron pasos en el corredor, y una llave dio la vuelta en la cerradura. Su vencedor entró en la habitación, y de pronto se encontró deseando que el destino no le prestara tanta atención a sus elevadas aspiraciones. Ella se puso de pie.

―Te dije que me esperaras en la cama. —Hizo un gesto hacia ella con una mano—. Sin embargo, estas aquí delante de mí haciendo lo contrario. ¿Eres ingenua, muchacha? ¿O simplemente eres inepta a la hora de cumplir órdenes?

―Yo soy la hija de un gran Laird, no de uno sus secuaces.

―Pero pronto serás mi esposa.

―Pronto, tal vez —respondió ella— Pero todavía no estamos casados, ni nunca lo será, si continúas comportándote como un salvaje. Con una nota de advertencia en sus ojos de acero, lo vio moverse lejos de la cama.

—¿No aprendiste nada en el salón hace un momento? No voy a ser empujado, ni voy a tolerar una esposa desobediente.

―¿Y qué vas a hacer conmigo si te desafío? ¿Vas a golpearme? ¿Matarme? Con eso no conseguirás al hijo que deseas. Él la miró con interés creciente.

—Hay una docena de formas en las que podría tenerte sobre tu espalda en un instante, muchacha, estuviéramos casados o no, y con ninguna de ellas seria suave o caballeroso, te sugiero que refrenes esa lengua afilada tuya.

Se volvió hacia la ventana, desesperada de nuevo.

—¿No has tenido suficiente violencia por un día? Además, ¿no sería más agradable para ti si yo estuviera dispuesta, y con ganas? Que Dios la ayudara, estaba raspando el fondo del cañón ahora. Dio unos pasos hacia adelante, poco a poco

—Eso suena interesante. ¿Cómo podría hacer para que estuvieras ansiosa? Dame un ejemplo. Era demasiado inteligente, demasiado intuitivo, ya que debía saber que ella no tenía la menor idea de cómo transmitir "deseo" una vez que comenzara la temida desfloración. La pregunta la sacó, por completo, fuera de sus cálculos.

―Vamos —dijo—. No seas tímida. ¿Dime qué hago para que estés ansiosa? Se humedeció los labios y sintió que su interior comenzaba a temblar de nuevo.

—Eso depende de lo misericordioso que seas. Estaba bastante orgullosa de la forma tan sagaz con la que había desviado la pregunta.

―Eres una consumada actriz. —Caminó a zancadas acercándose, su pesada espada rebotaba ligeramente contra su cadera, y ella tuvo que armarse contra los efectos desalentadores de su visión. Era alto y fuerte, y la perfección de sus rasgos dorados, la hacían de alguna manera, que se distrajera de sus más degeneradas intenciones. Se encontró estupefacta observando sus suaves labios y sus intensos ojos azules, se preguntaba cómo tanta perfección era posible en la forma humano-villana.

―Voy a ser franco contigo —dijo, tocándole la mejilla con el dorso de un dedo

— Misericordioso o no, te tendré en mi cama, puede ser posible que tengas la tonta esperanza de que voy a ser fácilmente manipulado o disuadido por tu preciosa inocencia, o por tus generosos encantos femeninos. No soy partidario de los ruegos o suplicas. No vas a debilitarme ni vas a suavizarme, ni ablandarás mi corazón con esos fútiles intentos de distracción. En realidad no hay mucho más que un corazón que trabaja, por lo que no te molestes en perder el tiempo. Simplemente acepta que las cosas son así. No voy a ser duro o cruel contigo, siempre y cuando recuerdes que no debes cruzarte en mi camino, y puede incluso que encuentres que hay ciertas cosas que tal vez disfrutes.

―¿Hay ciertas cosas? ¿Cómo cuales, exactamente? ¿Tu cuchillo en mi garganta cada noche? Algo brilló en sus ojos, algo que no había visto antes, y se preguntó si él se estaba divirtiendo.

―Eso es un poco dramático —dijo—. Creo que podría darles un poco más de poder a mis armas. Pero no te preocupes, muchacha. Voy a guardarlas cuando hago el amor contigo.

―¿Hacer el amor? ¿Es así como vamos a llamarle?

―¿Prefieres que use otra expresión? Estaría feliz por complacerte, aunque no me parece que seas del tipo que le gusta decir "echar un polvo" o "f..."

―¡Basta ya! ¡Por favor! —Retrocedió, tropezando con sus pies— Eso no es apropiado... No vamos a llamarlo nada. Prefiero no hablar de ello en absoluto. Sus ojos brillaban con un renovado interés, él la siguió a través de la habitación.

—¿Por qué no? ―Porque no hay manera de hablar de ello sin ser ofensivo o vulgar. Caminó hacia la cama en un alarde depredador, y apoyó el hombro contra el poste de la amplia cama

—No estoy de acuerdo. Algunos hombres pueden ser cualquier cosa menos vulgares cuando se trata de seducir a una muchacha tan hermosa como tú. Yo no soy uno de ellos, pero si te gusta, creo que podría tratar de ser romántico con un soneto.

―Ahora te estás burlando de mí.

―Si —Sus ojos eran fríos y severos— Te lo dije antes, no soy del tipo romántico. Ella levantó la barbilla

—¡Como si supieras algún soneto de todos modos!

―Mm, tienes razón. Por encima de todo, soy un bruto analfabeto. Todo lo que sé hacer es conquistar. Y saquear, saquear, saquear... Su visión comenzó a desdibujarse mientras caminaba hacia ella. Ella retrocedió y dijo

—Si pudiera, me gustaría convocar a mi padre desde su tumba para que te ejecutara. Y si él pudiera lo haría también. Este fue su dormitorio, sabes, y él era un gran guerrero. Cuanto más se acercaba, más desesperada se sentía.

―Estoy seguro de que lo era, y admiro tu devoción a él, muchacha, pero fue la disciplina la que ganó este día, no los fantasmas. 

Reclamada por elDonde viven las historias. Descúbrelo ahora