Parte 14

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Era consciente de cada aliento que tomaba, cada movimiento que hacía mientras se esforzaba por no hacer nada para atraer su interés o despejar su lujuria.

Quizá simplemente quería ver su habitación infantil para demostrarse a sí mismo que en efecto había reclamado su casa. A pesar de todo, era compresiva con eso. Esperaba que esa fuese la razón de su presencia en su cama, y que una vez satisfecha la curiosidad, la dejaría. Al menos había pasado un cuarto de hora mientras estaba sentada erguida en la cama. Las estrellas que había fuera de la ventana eran una útil distracción, mientras el sonido regular de la respiración de Darien la avisó del hecho de que se había quedado dormido. Lo miró con sorpresa, la vista de ese curtido guerrero, durmiendo en paz a su lado, era como mirar una niebla que se movía en sueños.

No parecía real. Darien "El León" no podía ser posiblemente ese hombre en su cama, que había sido un niño pequeño una vez, durmiendo en esa misma habitación, acunado quizá en los brazos de su madre. Se reclinó más cerca para estudiar su cara. No había nada feroz en él ahora. Los duros ojos estaban cerrados, la expresión era serena. Sus ojos iban a la deriva desde el cuello, y luego de los anchos hombros hasta el broche de plata prendido en el plaid. Miró el kilt y supo lo que había debajo. Un día usaría esa parte de sí mismo para reclamar los derechos maritales sobre su cuerpo. Se tendería desnudo sobre ella y la obligaría a ceder. Sintiendo un aumento de pánico, puso una mano sobre la cama para calmarse, y se dio cuenta de que era una inesperada oportunidad. Su conquistador estaba dormido y vulnerable junto a ella. ¿No era su obligación tomar algún tipo de acción contra él? Estaba considerado invencible, aunque ella conocía aquellas historias que eran cuentos de hogar y leyendas.

Sin embargo, ¿podría dar resultado en realidad si intentaba matarlo? ¿Tendría el coraje? Suavemente y con cuidado, rodó hasta el borde de la cama hasta que pudo sentir el cuchillo que había puesto debajo del colchón aquella mañana. Los dedos localizaron la empuñadura, y envolvió toda la mano sobre él. Despacio, se acercó hacia Darien. No se había movido, la respiración no había cambiado en los últimos segundos. Era totalmente posible que pudiese clavarle el cuchillo en el corazón, o degollar el cuello, y triunfar al liberarse a ella misma y a su clan.

Lo miró a la luz de las velas, desnudo, con el cuello vulnerable. Podía ver el fuerte latido del pulso. Una intensa oleada de nauseas le sobrevino. Nunca había matado a nadie, y no estaba segura de que pudiese hacerlo ahora, a pesar del hecho de que era su enemigo y que lo había visto matar a docenas de los hombres del clan aquella mañana. ¿No iría al infierno por matar a un hombre desarmado y dormido a sangre fría? No era una lucha justa, pero era en defensa propia, si uno podía extender la definición para incluir generalidades, como la necesidad de protegerse de un matrimonio no deseado. De repente se abrieron los ojos.

En un movimiento relámpago, le cogió el cuchillo y la tiró de espaldas. La hoja afilada presionaba ahora contra su garganta, y se encontraba inmovilizada en la cama, incapaz de respirar, con el corazón latiendo aceleradamente de puro terror.

―Deberías haberlo hecho cuando tuviste oportunidad ―dijo con un susurro peligroso―. Podrías haber acabado con mi vida y ahorrarte el horror del desfloramiento. ―Lo miró en shock.

―Nunca he matado a nadie antes. Ni siquiera podría hacértelo a ti. No soy un guerrero.

Estaba completa y absolutamente acobardada. Los ojos azules enfocados en sus labios, entonces presionó el pálido borde de la hoja bajo su barbilla.

El terror latía por las venas mientras miraba la cólera recién despertada, sintió la ajustada empuñadura de la mano sobre su hombro. Su cuerpo era pesado, presionándola en la cama. Después de un largo y agonizante momento, se inclinó sobre ella y puso el cuchillo en la mesita de noche.

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