Parte 53 -Fin

935 92 19
                                    

Esa noche, el León acudió a Serena en sueños. Un hermoso espíritu dorado avanzó a través de una exuberante pradera verde. Se sentó entre la alta hierba y esperó a que ella se acercara. Serena se arrodilló a su lado y sonrió, acariciando su suave y leonada melena. El león olisqueó su oreja y acarició su cuello. —No sé por qué estás tan enfadado conmigo —le dijo al león— No hice nada malo. Entonces el león rugió entonces en su cara. Fue tan fuerte, ella sintió el estruendo retumbar en su pecho y tuvo que taparte los oídos y cerrar sus ojos.

Serena se sentó y miró a su alrededor, en la alcoba. Todo estaba oscuro. Su corazón latía desenfrenado. —¿Darien? ¿Estás ahí? Pero la puerta estaba cerrada y la habitación en silencio. Confusa, volvió a apoyar la cabeza sobre la almohada y trató de volver a dormirse.

Sammy Tsukino fue expulsado del castillo de Kinloch al día siguiente en un carro con barrotes que hacía las veces de prisión. Serena se situó en las almenas sobre la Torre Este, viendo cómo su hermano era escoltado por el coronel Worthington, varios soldados a caballo y un pequeño contingente de soldados de a pie. Una parte de ella se sentía insoportablemente avergonzada porque había orquestado la captura y detención de su hermano; sin embargo, su parte más lógica sabía que había sido la decisión correcta. La tragedia se habría abatido sobre su clan si hubiera permitido a Sammy continuar con sus egoístas ambiciones de asegurar un ducado para sí mismo. Tenía que pensar en el bienestar de su pueblo, así como en su hijo que estaba por nacer, y no había dudas en su mente de que era absoluta e incondicionalmente leal a su marido. Esperaba que algún día Darien lo entendiera y comprendiera que ella quería las mismas cosas que él. La Paz, lo más importante. Después de todo, había sacrificado a su hermano para que fuera posible.

—Lo tengo ahora —dijo entonces una voz detrás de ella.

Asustada, se dio la vuelta para encontrarse a sí misma mirando a su esposo, el gran León escocés. Su pelo estaba atado en una ordenada coleta. Vestía una camisa blanca limpia, y el broche que llevaba fijado a su tartán estaba pulido hasta hacer que brillara.

—¿Qué es exactamente lo que tienes? —preguntó, determinada a desafiarlo. porque él la había cuestionado en los últimos días.

—La prueba. La prueba de tu lealtad a Kinloch. Y a mí.

Se acercó lentamente al tiempo que una cálida brisa levantaba el mechón de su cabello que había caído sobre su frente.

—Qué maravilloso para ti —respondido Serena con frialdad— Ahora puedes estar tranquilo por la noche, sabiendo que tu esposa no va a envenenarte o asesinarte mientras duermes.

Tras decir aquello, ella vio una chispa de diversión atravesar los ojos de él. No era algo que esperara, ni que hubiera visto a menudo en el pasado. Darien era un hombre amenazante la mayor parte del tiempo. —A menos que tome a Rei, o alguna otra mujer —añadió él, pareciendo muy determinado a corregirla en ese punto— Me amenazaste una vez con eso, si recuerdo, y lo tomé en serie, Serena.

Ella se acercó a él. —Ah sí, lo recuerdo. Fue después de que me subieras las faldas y me tomaras sobre tu mesa. No fue nuestro mejor momento, Darien. Me acababas de acusar de mentir sobre mi embarazo y de planear tu muerte.

—Pero disfrutaste con lo que hicimos, ¿no? —preguntó, ignorando el resto— Sé que lo hiciste.

Estaban cara a cara en las almenas, apenas a un metro de distancia y Serena se preguntaba si era posible que una mujer se desplomara a causa de las contradictorias emociones que la atravesaban, porque a pesar de todo, su marido era un magnífico ejemplar masculino, un hombre fascinante, y ella hubiera hecho cualquier cosa en ese momento solo por tocarle.

Reclamada por elDonde viven las historias. Descúbrelo ahora