Parte 18

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El suave aroma de su cuerpo llegó hasta su nariz y despertó sus sentidos, justo en el momento en que ella abrió los ojos y parpadeó mirándole inocentemente. Un deseo peligroso y turbulento atravesó su cuerpo. No era igual que nada que hubiera sentido antes por una mujer. Era más que sexual. Se sentía aturdido, inquieto y hambriento. En ese momento, no estaba seguro de tener la fuerza para mantener la promesa que le había hecho, ya que nunca había sido un hombre paciente y tranquilo. Era un guerrero de corazón, y cuando quería algo, lo quería violentamente, ciego de furia. Y esa noche, con trato o sin trato, la quería.

Serena había soñado con el león otra vez, y cuando abrió los ojos y vio a Darien al lado de su cama, como una bella criatura salvaje, no estaba segura de estar despierta o si aún estaba en medio de su sueño. Una vela parpadeaba en el dormitorio, y su enorme sombra se cernía en la pared tras él. Olía a almizcle y a cuero. Su cabello azulado caía con enmarañadas hondas sobre sus anchos hombros, justo como la melena del león de sus sueños, y su piel hormigueó mientras él recorría su cuerpo con la mirada.

"¿Estaría aún soñando?" Su cuerpo estaba caliente y lánguido, extraordinariamente quieto, mientras su útero se retorcía con lascivia. Se arrastró hacia la cama y se puso sobre ella a cuatro patas. Su cabello le acarició la mejilla, como el suave toque de una pluma, y ella respiró profundamente, cuando se dio cuenta de que no era producto de su imaginación.

Era real, de carne y hueso, y había vuelto a su dormitorio otra vez, quizá para romper la promesa que le había hecho. O quizá solo estaba allí para comprobar los límites de su resistencia. Sin una palabra, él buscó su boca en el silencio y la calma que se había instalado entre ellos, y sus temblorosos labios se abrieron por instinto. Su lengua, se movía constantemente en círculos sobre la de ella, como oleadas de calor húmedo. Serena sintió su sangre pulsando a través de su cuerpo en un sofocante torrente de sensaciones.

Las manos de Darien llegaron a sus pechos y ella jadeó ligeramente cuando sintió sus pulgares acariciar los endurecidos pezones. La sorprendió su propia reacción, ya que no estaba luchando contra él, pero la había despertado en el peor momento, cuando ella ya estaba excitada por el sueño y no se sentía tan inocente. Darien hizo descender su cuerpo sobre el de ella. Su camisón estaba arrugado por encima de las caderas, y podía sentir la suave lana de su tartán contra los muslos desnudos. Sus manos fueron al encuentro de sus caderas, mientras su lengua continuaba bailando eróticamente con la suya. Él no había hablado desde que había entrado en la habitación, y sospechaba que si ella vocalizaba la mínima nota de resistencia, pararía, y por esta vez, eso era algo que ella no quería que sucediera. Al menos, no todavía. Las manos de Darien exploraron su cuerpo con suaves y coordinados movimientos, y ella se sintió lo suficientemente audaz como para acariciar la cordillera de músculos de su espalda a través de la tela de su camisa. Ella arrugó el tartán entre los puños desesperada por quitarle la ropa. Un momento después, él apartó los labios de su boca y besó su cuello, gimiendo suavemente, como si ella fuera algo suculento para devorar. Ella gimió en respuesta, y las manos masculinas se deslizaron bajo su camisón y encontraron el palpitante dolor entre sus piernas. Su boca descendió rápidamente a sus pechos, mientras retiraba el cuello del camisón para tener mejor acceso. Serena se retorcía por el placer que le proporcionaban las dos caricias simultáneamente. Sus dedos acariciando su feminidad y su lengua acariciando su sensible y duro pezón. Su erección presionaba su muslo, y la habitación pareció girar en círculos. Él podría tenerla, ella lo sabía, pero de alguna manera, el pleno conocimiento de su virilidad en ese momento parecía no tener importancia comparado con la abrumadora intensidad de lo que quería y deseaba cada vez más. Estaba llegando a alguna parte. No podía pararle. No quería pararle todavía. Usando el talón de su palma, continuó acariciándola entre las piernas hasta que casi no pudo soportar el placer. Luego, deslizó un largo y hábil dedo dentro de ella. Tembló y jadeó ligeramente ante la invasión. Él se detuvo, alzando la cabeza para mirarla.

—¿Te hago daño? Esas fueron sus primeras palabras desde que entró en su dormitorio. Ella negó con la cabeza, casi frenética. —Con un dedo no pasa nada ―murmuró él— Seguirás siendo virgen por la mañana. Él besó su cuello y sus pechos mientras ella yacía jadeante, con el pecho agitado.

—Debes pensar que soy una niña ―dijo ella. —No, no pienso eso. ―Seguía deslizando su dedo dentro y fuera por el mojado canal que le provocaba escalofríos de placer—Eres toda una mujer, y me sorprende que seas mía. —Todavía no lo soy, ―le recordó, sintiéndose abrumada de placer. La hacía sentirse salvaje y fuera de control— Aún puedo cambiar de opinión. Él la miró atentamente, luego rodó sobre su costado y apoyó una mejilla en la mano, mientras la otra seguía acariciándola. —¿Por qué dices eso ahora, cuando te estoy dando tanto placer?

—Porque invadiste mi casa ―replicó, sintiendo que le faltaba la respiración, apenas capaz de pensar bajo la violenta carga de sensaciones. —Por lo que he oído ―dijo él inclinándose hasta su oreja y acariciándola con su voz— tú casi me metes una bala en la cabeza. ¿Qué te detuvo? —No tenía un tiro claro. ―Ella mordió su labio inferior y arqueó la espalda, mientras él seguía estudiando su rostro. —¿Quieres que deje de hablar? ―preguntó él.

Solo pudo asentir, agradecida por la oportunidad de poder concentrarse en el placer que atravesaba su cuerpo. Él yacía a su lado, con la mejilla apoyada en su mano, mientras su dedo seguía dentro y fuera de sus pulsantes y abrasadoras profundidades. Estaba increíblemente húmeda ahí abajo, y la tensión cada vez más fuerte rogaba por la liberación. Necesitando agarrarse a algo, lo hizo de su antebrazo, cerrando su mano en torno al firme músculo y elevó sus caderas para encontrarse con cada profunda y húmeda penetración. Al final, la tensión parecía quemarla. El placer se acumuló en su cerebro y hundió la cabeza en la almohada, sintiéndose salvaje como un animal. Un momento después, su corazón ralentizó su errático latido y se estremeció con cada vibración que la recorría. Él se acercó para besar su cuello, apartando su camisón y luego su kilt y rodó sobre ella. Sus piernas se abrieron para acomodarlo. Sus caderas ondularon y sintió la sedosa punta de su erección en el lugar donde su mano había estado. El contacto la hizo arder. Enredó sus piernas en sus caderas preguntándose si la reclamaría ahora.

—¿Por qué no te resistes esta noche? ―preguntó él, elevándose sobre los brazos para mirarla bajo la luz de la vela. —No lo sé. Era la pura verdad. Aunque a lo mejor, tenía algo que ver con el sueño. —Necesito que estés dispuesta cuando haga el amor contigo. —¿No vas a hacerlo ahora? —No. —¿Por qué no? —Porque te di mi palabra. Y no podré esperar que cumplas tu parte si yo no cumplo la mía. —Ya veo.

Él quería su lealtad. Especialmente cuando su hermano regresara. Si regresaba.

Darien se apartó y se sentó sobre sus talones a los pies de la cama, mirándola. Ella se elevó apoyándose en los codos. —Deberías saber ―dijo ella― que comprendo por qué es tan importante para ti que esté dispuesta. Sé lo que le pasó a tu hermana.

Él permaneció sentado por un tiempo, con los ojos bajos, luego, se pasó una mano por el pelo. Se levantó de la cama y acarició, con la punta de un dedo, el broche que sujetaba su tartán. Serena se arrastró por el colchón y se apoyó en uno de los postes. —Lamento mucho lo que le pasó. Él se giró ligeramente para arreglarse el cinturón en la espalda. —No quiero hablar de ello. —¿Nunca? —No ―dijo negando con la cabeza—. Debo irme. La vela tembló cuando la cogió y se dirigió hacia la puerta. —Buenas noches Serena. —Buenas noches ―replicó ella, sintiéndose desconcertada por su rápida, aunque extrañamente educada, huída. 

Reclamada por elDonde viven las historias. Descúbrelo ahora