Parte 34

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Serena se dio la vuelta cuando la puerta de la sala de tejer se abrió y se cerró de golpe. Darien se acercó y miró a las tres mujeres del clan Tsukino. Dos estaban sentadas en las ruedas que giraban. La tercera estaba sentada junto al telar.

—Déjennos —les ordenó. Ellas vieron el fuego en sus ojos, se levantaron de sus sillas, y salieron corriendo de la habitación, mientras que las ruedas todavía estaban girando.

—¿Qué está pasando? —preguntó Serena. Cruzó hacia ella, escrutando su rostro y cada centímetro de su cuerpo, de pies a cabeza.

—¿Vas a traicionarme?

—¿Perdón? —Su temperamento ardió— ¡Por supuesto que no!

—Júralo por tu vida —dijo.

—¡Por supuesto, te lo juro! — Las ruedas dejaron de girar, finalmente, y la fulminó con la mirada en la quietud de la habitación. —No entiendo —dijo, mientras él comenzaba a caminar—. ¿Por qué me preguntas esto? Te hice una promesa antes de nuestra boda. Comprometí mi lealtad. ¿Qué te hace dudar de ella? —Tomó una pelota de hilo de lana y la tiró en el aire.

—Tengo razones para creer que me quieres muerto, y que serás responsable que mi cabeza cuelgue en la soga, aquí mismo, en Kinloch. ¿Estás conspirando con el mayordomo? ¿Fuiste tú quien le dijo dónde estaba la llave?

No podía creer lo que estaba escuchando, pero su sorpresa fue de corta duración cuando la furia tomó su lugar. —Estás loco. ¿Quién te dijo eso?

—No importa quién me lo dijo. Responde la pregunta.

Ella se movió alrededor de una rueda girando y se acercó a él. —No estoy conspirando con nadie. ¿Cómo podría ser, Yo soy leal a ti. No quiero que te mueras. Yo quiero que vivas. Sobre todo ahora que... Ella se detuvo. No se lo podía decir. Ahora no. No era así como ella lo había imaginado.

—Sobre todo ahora que, ¿qué? —preguntó él. Ella sacudió la cabeza y esquivó la pregunta.

—No te entiendo. ¿Es por lo que ocurrió hace quince días, cuando ese hombre trató de matarte?

—No.

—¿Entonces qué es? Tú sabes que tienes mi lealtad, Darien. ¿No? ¿No lo sientes? Él la observaba con oscura y amenazadora desconfianza mientras ella se le acercaba.

—¿Eres como tu madre? —preguntó—. ¿Eres una maestra de las marionetas que usa el sexo para convertir a un hombre en un idiota balbuceante? El pánico surgió en su interior.

—¡No! Y no entiendo de donde viene esto. ¿Por qué soy sospechosa de estas cosas? Si alguien ha dicho algo para ensuciar mi nombre, entonces están tratando de sabotear este matrimonio y la unión de nuestros clanes. ¿No ves eso? —Le tomó la cara entre las manos—. He llegado a quererte, Darien, y hemos compartido muchos placeres juntos. Todo lo que quiero es vivir una vida larga y feliz contigo, aquí mismo, en Kinloch. Tienes que creerme. Yo nunca te traicionará. La miró a los ojos con helada amargura. —No me crees. —Ella retrocedió— Alguien te ha vuelto contra mí. ¿Quién ha hecho estas acusaciones? Me debes la verdad, al menos, si tienes la intención de tildarme de traidora.

Un músculo se tensó en su mandíbula, y luego caminó hacia la ventana.

—Rei está aquí. Su vientre empezó a agitarse.

—¿La oráculo? ¿La mujer que compartió tu cama, en las Hébridas? — ¿Qué diablos le había dicho? Y ¿por qué había venido aquí? ¿Qué es lo que esperaba lograr?

—Si —respondió— pero ella compartía más que mi cama. Ella compartía sus visiones, y vi que eran reales. Ella predijo la muerte de mi padre, y la llegada de Nicolas, y mi triunfo aquí en Kinloch. Cuando la dejé, le hice prometer que si alguna vez veía mi muerte, vendría a mí y me advertiría de ello. —La miró de frente—Ella la ha visto, y se ha mantenido fiel a su palabra. Es por eso que está aquí. —

Aún no está lista para creer esto, Serena se movió para quedar delante de él. —¿Qué fue exactamente lo que vio?

—Mi cabeza en una horca. También me dijo que una mujer me traicionaría. —Él escrutó su expresión muy detenidamente—Esa mujer serás tú.

Serena digirió esta información. La horca. Una mujer lo traicionaría... —¿Cuándo vio esto?

—Semanas atrás, en Calanais. — Trabajó sobre los detalles en su mente y se aferró a la certeza absoluta de que nunca traicionaría a su marido. Rei estaba equivocada.

—Tal vez estaba viendo el despacho que envié al coronel Worthington en el Fuerte William — sugirió Serena— Allí yo le escribí que quería que él viniera por ti y te llevara por la fuerza, y te colgara en la horca. Lo deseaba desesperadamente en ese momento. No tengo ninguna excusa, pero eso ya lo sabes porque leíste la carta tú mismo. La quemaste, ¿recuerdas? " Él la miró con recelo. —Confieso que cuando la escribí —continuó Serena—era sincera en mi deseo de verte en la horca, pero después, me encontré con tu ira y me arrepentí de mis acciones. Lo dije en serio cuando te comprometí mi lealtad.

—Se acercó a él y puso sus manos sobre su pecho, rogándole que le creyera— Desde entonces, dijimos nuestros votos ante Dios, que nos unía como marido y mujer. Te he entregado mi cuerpo voluntariamente. —Hizo una pausa—. Seguramente lo que Rei vio fue un momento del pasado. Eso es todo. No la culpo por su presencia aquí. Yo habría hecho lo mismo, pero el coronel Worthington vino aquí y se reunió contigo, y él no hizo lo que le pedí que hiciera, y gracias a Dios por eso, porque no te quiero muerto. Yo quiero que vivas. Te necesito para vivir. Él tomó sus manos y las mantuvo lejos de él.

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti? Me traicionaste una vez, después de que me diste tu palabra de que serías leal.

—Las cosas eran diferentes entonces. —Él no parecía convencido, así que ella hizo otro intento desesperado por demostrar que era digna de confianza— Y hoy, son más diferentes aún.

—¿Cómo es eso? —Ella puso una mano sobre su vientre, y sintió una extraña mezcla de alegría y de angustia.

—Porque yo me he sentido mal las últimas tres mañanas. No he tenido ningún flujo. Durante días, había estado esperando este momento. — Había esperado contarle a Darien las noticias en el Gran Hall en frente de los clanes. Ella sabía lo complacido que estaría, y lo imaginaba tomándola en sus brazos, tal vez levantándola en el aire. Él no hizo ninguna de esas cosas ahora. El hielo en sus ojos se hizo más frío que nunca.

—¿Cómo sé que este no es un truco con la intención de distraerme de alguna otra traición?

—¿Es eso lo que piensas? —Repentinas lágrimas de rabia se acumularon en sus ojos— ¿Realmente crees que yo mentiría sobre algo así?

—No sé qué creer. Rei nunca se ha equivocado antes.

—¿Y tú le crees a ella por sobre mí? — Quería golpearlo, gritarle, pegarle, y exigirle que estuviera de su lado. Ella era su esposa, ¡y esa mujer era conocida en toda Escocia como una bruja loca!

La tomó del brazo y la arrastró fuera de la habitación. —Ven conmigo.

—¿A dónde vamos?

—Volveremos a la recámara, y enviaré por una partera para que te examine. Quiero saber si me estás diciendo la verdad.

—¿Darien, cómo te atreves? —Asediada por la ira y la incredulidad, se esforzaba para arrancarse esos dedos de su brazo, pero él poseía una mano de hierro.

—Necesito saber. No puede haber mentiras entre nosotros.

—¡No miento! —Gritó—. ¡Y nunca te perdonaré por esto! —Él la arrastró por las escaleras y a través de los pasillos de piedra del castillo.

—Te voy a creer sobre ese niño cuando la partera me diga que es así.

—¿Supongo que va a ser una partera MacDonald —replicó ella—, y no una Tsukino?

—Sí, y voy a hacer la elección de la mujer yo mismo. Al menos de esa manera, sé que no estoy siendo engañado otra vez.

Él la empujó a la habitación y la miró con severidad, antes de cerrarle la puerta en la cara y encerrarla. 

Reclamada por elDonde viven las historias. Descúbrelo ahora