Parte 46

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Era un destino peor que la muerte. Serena golpeaba la puerta con ambos puños, gritando, primero a su hermano, que había dado la orden de encerrarla en el aposento de Darien, y en seguida, a cualquiera que pudiese oírla y venir en su ayuda. Cuando nadie vino y tuvo que confrontar la posibilidad que Darien estaba siendo ejecutado en ese momento, se puso a estrellar los muebles contra la puerta, y quebró la ventana. Estaba demasiado arriba en la torre para saltar, pero gritó a todo pulmón, esperando que alguien, cualquiera, la oyese. Pero agonizantes minutos tras minutos fueron pasando, y la dejaron sola e impotente de poder salvar a su esposo, culpándose de su muerte prematura.

Había sido ella la que lo había envenenado. Porque había confiado que no lo traicionaría. Cayó colapsada, de rodillas, en la alfombra trenzada. ¿Y si estaba muriendo en este preciso instante? ¿Y si Sammy y su ejército de jacobinos rebeldes estaban vitoreando y aplaudiendo, mientras se iba la vida del cuerpo de su esposo? Nunca odió tanto a su hermano. Hervía con una rabia del infierno que no sabía que fuese capaz de sentir. Ahora podía entender el odio de Darien contra los ingleses después de las muertes violentas de su madre y hermana. Sintió esa misma oscuridad en su alma, y una necesidad poderosa de luchar y proteger. Recordó cómo sintió su espada en sus manos y deseó tenerla ahora, para poder usarla contra los verdugos de su esposo.

En realidad, Sammy iba a tener que matarla si esperaba ser el siguiente Jefe de Kinloch, porque cuando la dejaran salir de esta pieza, se vengaría. Nunca lo perdonaría por esto, la destrucción total y completa de su felicidad. Y todo por el sueño improbable de un ducado. Una llave giró en el cerrojo, y Serena se levantó. Su madre entró, cerrando con llave la puerta. Apenas pudo volverse, y Serena ya estaba encima, luchando para conseguir la llave.

—¡Dámela! —exigió— ¡Tengo que salvarlo! Tenía que hacer algo. — No sabía qué. Lo único que sabía, era que sentía una desesperación salvaje que la invadía como un demonio. No podía perderlo. No podía morir.

—¡Espera! Escúchame, Serena. Escapó. Se libró —dijo Ikuko. Cada nervio en su cuerpo quedó inmóvil. En seguida saltó como una chispa, con esperanza. Sin embargo, temía creerlo. ¿Y si era una mentira?

—¿Estás segura?

—Sí. Trataron de colgarlo de las almenas, pero Artemis ató dos cuerdas, y el nudo no resistió. Darien cayó al foso y escapó a caballo. Por supuesto que fueron tras él. Pero pensé que deberías saberlo.

Serena se volvió, alejándose de su madre, y se cubrió la cara con las manos. —Gracias, Dios mío.

Ikuko esperó en silencio, mientras Serena se esforzaba para calmarse y pensar con claridad. Tenía que decidir cómo proseguir ahora y no sacaba nada con destruir los muebles. Tendría que estar calmada de ahora en adelante. Tragándose la rabia, enfrentó a su madre.

—¿Dónde está Nicolas?

Ikuko se puso pálida. Se puso una mano en la cadera, y la otra, en la frente. —Está en prisión, además soltaron a Gordon. Nicolas apenas está vivo.

—¿Por qué? ¿Qué le hicieron? —Artemis lo golpeó con un palo en la cabeza, y yo tuve toda la culpa. Lo conduje a su desgracia, y nunca me lo perdonaré. Acaban de abrir las puertas, y el ejército de Sammy ha tomado el control. Lo siento, Serena. Creí que esto era lo que quería. Pero ahora estoy llena de remordimientos y no lo puedo soportar.

Serena la miró con desdén. —Mereces tu dolor, madre, y no te molestes en venir a mí buscando consuelo y perdón, porque no lo encontrarás. Tendrás que vivir sola con lo que hiciste. —Se llevó una mano a la barriga, y luchó contra las lágrimas, que no había podido derramar a través del muro de su ira, pero ahora en su interior, todo parecía derrumbarse en una avalancha de emoción— Es el padre de mi hijo. Tu propio nieto. ¿Cómo pudiste?

Ikuko se hundió en una silla. —Estuve de acuerdo con el plan, antes de todo eso. Tu misma resististe a Darien, al principio. Lo despreciabas. Solo traté de ayudarte y protegerte. Le dije a Sammy que lo ayudaría en todo lo que pudiera. Pero no esperaba que ambas llegásemos a querer a nuestros enemigos.

—¿Te estás refiriendo a Nicolas? ¿Crees que lo amas? Tú no sabes lo que es el amor. — Serena se fue a la ventana y miró por el vidrio quebrado—. ¿Por qué no me dijiste, al menos, lo que estaba pasando? Me hiciste creer que mi hermano estaba muerto. Me dejaste en la oscuridad todo el tiempo.

—Sabía que nunca serías capaz de guardar el secreto. No eres como yo, Serena, no eres capaz de mentir ni manipular. La verdad siempre brilla en tus ojos, y Darien habría reconocido tu traición. Es muy cuidadoso con esas cosas. Sammy sugirió que ambas distrajésemos a Darien y Nicolas de la defensa de Kinloch, mientras reunía un ejército. Sabía que yo podía hacerlo fácilmente, pero tú tenías que hacerlo... genuinamente.

Serena giró. —Y por cierto que lo hice. —Se odió por ser tan ingenua y crédula, por haber sido usada como un peón por aquellos en quienes más confiaba—. Qué estúpida soy. — Su madre se puso en pie.

—No, no lo eres. Tu corazón es puro y confías en los que amas. Ves lo bueno en la gente.

—Pero usaste eso contra mí.

—Sí, lo que hace que yo sea la tonta, no tú, porque perdí la única oportunidad de ser feliz. Nicolas ha sido testigo de mi engaño con sus propios ojos. Después de esto, nunca más me volverá a mirar. Me despreciará.

Serena consideró todo esto. —Como Darien lo hará conmigo. —Volvió a la ventana quebrada, y miró la luz de la mañana brumosa— Fui yo quién lo envenenó. Nunca creerá que no fue deliberado. No, después de todo lo que ha pasado. Las predicciones de Rei han resultado ser verdaderas, y fui yo la que lo empujé a ignorarlas y a mandarla lejos.

Ikuko cruzó la pieza hacia ella. —Sí, pero fue ella la que hizo que todo fuese realidad, fue ella la que le dijo a Sammy cómo moriría Darien, y Sammy le creyó. Actuó para que la profecía se cumpliera, mientras lo apoyaba y animaba, para poder llevar a cabo su venganza, y mostrar que ella tenía razón.

—Pero no funcionó. Darien todavía está vivo.

Se sentó en la cama y dijo una plegaria silenciosa de gracias. —Todos escogemos nuestros destinos —dijo Ikuko, avanzando— Ahora me doy cuenta de eso. Todos tenemos el poder de cambiar el futuro. Lo hacemos como queremos. Darien no quiso morir. Peleó contra Artemis, y escapó.

Serena le dijo —¿Y qué quieres tú del futuro, madre?

—Quiero ser feliz. Quiero que mi nieto tenga un padre, y quiero que Nicolas y el resto de los MacDonalds, me perdonen. —Bajó la vista— Pero no es tan simple. No quiero que mi hijo muera, o sufra. —A veces todos tenemos que hacer elecciones difíciles. —¿Pero cómo elegimos? —los ojos se le llenaron de lagrimas

Serena avanzó. —Muy fácil, madre. A veces tenemos que dejar de lado lo que queremos, para hacer lo correcto. 

Reclamada por elDonde viven las historias. Descúbrelo ahora