Parte 36

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¿Cómo era posible que las emociones de una persona pudieran pasar de un extremo a otro en el corto espacio de un latido de corazón? se preguntó Serena miserablemente al pasar por los pasillos del castillo hacia la torre sur. Temprano esa mañana, había estado a la deriva a lo largo de una nube alegre de felicidad, mientras que supervisaba a las tejedoras en la sala de costura y anticipaba el momento en que le diría a su marido, acerca del niño que llevaba en su vientre. Lo siguiente que supo, fue que estaba reventando la puerta y anunciando que el oráculo, una mujer que había compartido su cama hacía muy poco, había imaginado su muerte en la horca. Y que Serena sería la causa de la misma.

Llegó hasta la puerta de la habitación de invitados del oráculo y una repugnante ola de aprehensión se retorcía en su vientre. Nunca había conocido a esa mujer, pero ya la despreciaba, por plantar falsas semillas de duda y desconfianza en la mente de su marido. Al mismo tiempo, sin embargo, sabía que no podía ser demasiado apresurada con su ira. Esa mujer había previsto la muerte de su marido, y tal vez el conocimiento de tal suceso podría proporcionar una defensa contra ella. A pesar de lo furiosa que se sentía, no quería perder a Darien. Por lo tanto, tendría que estar tranquila y presionar a Rei para obtener más información acerca de sus visiones, y averiguar si estaba, de hecho, en lo correcto o simplemente quería corromper y atraer a Darien de vuelta a su cama.

Luchando por mantener un firme control sobre sus emociones, Serena llamó a la puerta. Nadie respondió, por lo que llamó de nuevo, por segunda vez. Por fin, la puerta se abrió y se tragó con resignación la inquietante imagen de la mujer que tenía frente a ella.

Rei, el famoso oráculo. Loca como el mismísimo demonio. Astuta como un zorro. Y la mujer más hermosa que jamás había visto. Era alta y voluptuosa. Su cabello era del color del infierno, su tez de color blanco puro, como el marfil pulido. Pero eran sus ojos lo que hizo que la angustia se apoderara de Serena, porque eran de un tono espectacular, despiadadamente calculadores.

—Sabía que vendrías —dijo el oráculo, pareciendo más que un poco satisfecha con ella misma, cuando le dio la espalda a Serena, camino con un sensual pavoneo a través de la habitación, y dejo la puerta abierta detrás de ella. Serena entro y miro alrededor de la tranquila recamara. Un cálido fuego estaba encendido en la chimenea. La licorera de whisky había sido vaciada casi completamente, y la ropa de cama fue arrancada del colchón y arrojada al suelo en un enorme montón de seda y ropa blanca.

Serena asimiló el aspecto en general de Rei... su andrajosa falda y corpiño sencillo, su diminuta cintura y abundantes pechos, y la extraña cuerda de huesos atada alrededor de su cuello. Odió admitirlo, pero había una majestuosidad natural sobre la antigua amante de su esposo, especialmente en la forma que se comportaba, con tal orgullo y dignidad. Cualquier tonto podía ver que personificaba todo lo que un hombre encontraría atractivo en una mujer, y exudaba un aire de sexualidad también.

Serena tuvo que luchar contra la repentina punzada de celos que pincho a su confianza.

—¿Estás disfrutando con el gran León? —pregunto Rei, dando de nuevo un sorbo de whisky— Pasando mucho tiempo sobre tu espalda, espero. Apuesto que te enseñó todo tipo de cosas interesantes que nunca imaginaste.

Serena elevó su barbilla. —Que amable de tu parte preguntar. De hecho, lo estoy disfrutando enormemente. Él es un excelente amante y me siento borracha de lujuria la mayor parte del tiempo, pero por supuesto, ya sabrías eso. Recordarás como se sintió una vez.

Rei frunció el ceño y habló con maldad. —Sé todo tipo de cosas sobre él, muchacha. Cosas que tú nunca sabrás.

—Dudo eso. Serena estaba de pie justo detrás de la puerta, manteniendo su lugar en la alfombra trenzada, mientras el oráculo caminaba una y otra vez en frente de la chimenea. Parecía como si estuviera a punto de saltar y rasgar la garganta de Serena.

—No he venido todo este camino a verte —dijo Rei— vine a ver a Darien.

—En caso de que no lo hayas oído, soy la señora de Kinloch, por lo tanto tú eres mi invitada tanto como lo eres de él.

Rei se extendió por el atizador de hierro y removió el fuego. —¿Qué quieres de mi, gran señora de Kinloch?

—Creí que habías dicho que sabias que vendría —respondió Serena—. ¿No sabes por qué? ¿No ves todo? — El oráculo ignoro su pregunta. Terminó de ocuparse del fuego, luego apoyó el atizador contra la chimenea. —Bien —continuó Serena— te diré porque. Tú viste la muerte de mi marido. Quiero saber cómo y por qué sucede.

A medida que giró para mirarla a la cara, los ojos de Rei ardieron de acusación. —Tú de todas las personas ya debería saber eso, zorra manipuladora. Tú eres la que lo lleva a la muerte.

—Eso es ridículo.

—¿Lo es? —El estómago de Serena se removió de temor.

—Quizás no puedes ver la verdad, Rei, porque yo nunca traicionaría a mi esposo... lo cual me hace cuestionar tu supuesto don de visión. Yo no quiero que muera. Lo amo. Quiero que viva. Dios Mío, acababa de declarar su amor por su esposo. Nunca había dicho esas palabras en voz alta antes, a nadie, ni siquiera a Darien. Especialmente no a él.

Se pregunto cómo reaccionaría si supiera que estaba ahí en el dormitorio de su antigua amante, revelando su corazón de esa manera. ¿Rei le diría lo que ella había dicho? Si lo hacía, el probablemente lo tomaría como otra evidencia de que su esposa era una mentirosa. No hace mucho, ellos eran enemigos, y ella había querido pegarle un tiro a través del corazón. Tomó una respiración profunda y luchó para mantener la calma.

—Darien me dijo que tú viste su cabeza en una horca. ¿Qué más ves?

—¿Qué importa? —respondió Rei— Él va a ser colgado, aquí mismo en Kinloch. ¿Qué más hay que saber?

—¿Pero porque es colgado? —preguntó— Eso no tiene sentido. El Inglés ya le ha concedido la total custodia de Kinloch. Él tiene un poderoso ejército aquí para protegerlo, y los miembros de mi clan lo han aceptado. Ha sido un jefe justo y generoso.

—Pero hay otra persona que estas olvidando —dijo con burla diabólica—. Tu hermano que no has visto, quien podría regresar cualquier día con un ejército propio. Sin duda no ha aceptado la pérdida de su derecho de nacimiento. Serena empujó un mechón de cabello detrás de su oreja y notó con inquietud que sus dedos estaban temblorosos.

—Eso puede ser cierto, pero estoy comprometida a mi marido ahora. Le he dado mi solemne promesa que no lo voy a traicionar. Si Sammy regresa, no va a encontrar un aliado en mí. No si eso significa derrocar a mi marido. —Se le ocurrió de repente que le había dado últimamente muy poco pensamiento a la posibilidad del regreso de Sammy. Ella se había vuelto tan inmersa en los placeres de la vida matrimonial, casi lo había expulsado de su mente.

Los ojos de Rei se estrecharon. Se sentó en una silla tapizada y se reclinó cómodamente. —Las palabras que dices te hacen sonar muy segura de ti misma, muchacha, pero tus ojos dicen otra historia.

—Tú ves solo lo que quieres ver.

—Eso puede ser cierto... pero ¿qué es eso, exactamente, que piensas que yo quiero ver? ilumíname.

Serena escogió sus palabras cuidadosamente. —Quieres que yo sea desleal a mi marido, de modo que el irá de nuevo a ti.

El oráculo echó su cabeza atrás y rio. —No me podría importar menos si yo nunca veo a ese hombre de nuevo.

El enojo de Serena estaba empezando a estallar. —Entonces, ¿por qué viniste aquí, si te preocupas tan poco por él?

—Porque le di mi palabra. Tú puedes decir y pensar lo que quieras de mí, y la mayoría de eso será verdad... pero una cosa que no puedes llamarme es una mentirosa. Digo lo que pienso y mantengo mis promesas. Es por eso que le dije la verdad... la verdad que veo en tus ojos ahora.

—¿Y cuál verdad es esa? —preguntó Serena con incredulidad.

Rei se inclino hacia delante. —Cuando tu hermano regrese, tú lo apoyarás a él, no a Darien, porque él es el hijo de tu madre. 

Reclamada por elDonde viven las historias. Descúbrelo ahora