Parte 20

566 71 2
                                    

Serena estaba sentada en su habitación privada, sintiendo como si estuviera esperando para que la llevaran al bloque del verdugo. Cada ruido que escuchaba fuera de la puerta la hacía saltar, como si se acercara el siniestro encapuchado del hacha. Cuando realmente, alguien subió la escalera y golpeó la puerta, estaba en tal estado de ansiedad, que dio vuelta un taburete al apresurarse a abrir. En el pasillo estaba... como lo había anticipado... el vencedor de su clan, con su severo aspecto.

No había venido a su cámara desde la vez que había ido con una vela, despertándola y acostándose con ella. Súbitamente tuvo un recuerdo como un rayo... su cuerpo apretado contra el de ella, su boca en su cuello, ella envolviéndolo con las piernas, las caderas cubiertas con el kilt... y se estremeció con una especie de excitación sexual y miedo. Qué extraño que pensara en esas cosas ahora, cuando había cosas mucho más urgentes de las que preocuparse... como la carta que sostenía en una mano, y que ella había mandado al coronel inglés del Fuerte Williams.

Los ojos de Darien eran fríos y desconfiados. No sabiendo que esperar, y sintiéndose culpable y acusada antes de que el dijera una palabra, Serena lo invitó a entrar, mientras el estómago se le retorcía de pavor. Entró y dio una mirada alrededor, como buscando más evidencias de traición, en seguida la miró directamente. Que Dios la ayudara. Sabía que ella había enviado la carta, rompiendo su promesa, y eso podía costarle su último triunfo.

—Tienes algo que decirme —dijo, decidiendo que era mejor enfrentar el asunto directamente. Él bajó la vista al pequeño pergamino enrollado en sus manos llenas de cicatrices de batalla, atado con una cinta negra que procedía de su propio vestidor, y se quedó paralizada ante la visión de esos largos dedos. Pasó un pulgar magullado a lo largo del documento.

—¿Escribiste esto? Sabía que tenía que decir algo, pero no era capaz de encontrar su propia voz. Levantó los ojos, y un pequeño músculo se sacudía en su mandíbula.

—¿Fuiste tú? —repitió, haciéndola dar un salto. Serena luchó por mantener la calma. Lo miró a los ojos y asintió, pues no podía dejar que le echaran la culpa a Mina. La pobre muchacha ni siquiera sabía leer. Lo había hecho ella, y tenía que aceptar toda la responsabilidad. Preparándose para la ira del León, se preguntó si la golpearía, o la arrastraría a la prisión.

Volvió a mirar el mensaje, y se vio obligada a permanecer de pie, esperando a que se decidiera qué hacer con ella. Lentamente fue a la ventana, dándole la espalda, sin decir nada por largo rato. Serena se sintió desesperada por explicarse. Deseaba disculparse, porque en realidad había roto su palabra, mientras él había mantenido su parte del acuerdo. No la había herido ni maltratado, ni le había quitado su virginidad antes del matrimonio. También había tratado a su madre con respeto, y le había permitido quedarse con las joyas que años atrás, habían sido de su propia madre. Por mucho que la sorprendiera y le doliera, Serena tenía que admitir que Darien el León, guerrero salvaje, enemigo jurado de los Tsukino, había sido compasivo.

—Me mentiste —dijo en voz baja, haciéndola preguntarse si esos días de piedad y amabilidad habrían llegado a su fin.

—Si. Pero si me dejas explicar...

—¿Crees merecer esa oportunidad?

—Por favor, Darien... La enfrentó, y se tomó el tiempo considerando su apelación.

—Está bien —dijo al fin—. Escucho. Logró hablar con voz firme.

—La mandé la mañana siguiente a cuando invadiste Kinloch y me proclamaste tu esposa. Las cejas se le juntaron al fruncir el ceño, pero ella se forzó a continuar.

—Por favor, entiende que tenía miedo de ti, y sentía la responsabilidad de mi clan. Kinloch le pertenecía a los Tsukino. Mi padre había muerto hacía solo un mes, y ya lo habíamos perdido. No sabía que esperar de ti. Todo lo que sabía era que eras un despiadado guerrero, y me reclamaste para tu ganancia política y todavía no estoy contenta con tus métodos tiránicos y la vida a la que me has forzado, sin siquiera preguntar. La miró con la amenaza habitual, y ella habló más apasionadamente, mientras avanzaba.

—Darien, tú eres un guerrero. Seguro que no puedes culparme por pelear por mi libertad y lo que pertenecía a mí familia. Fue el logro más grande de mi padre. Y ahora que se fue... porque ya no está... Kinloch es todo para mí. Solo estaba tratando de salvar a mí clan de tu crueldad. Se detuvo al darse cuenta que acababa de insultarlo. Pero no había otra forma de decirlo. Era la verdad.

—¿Crees que vine para ser cruel?

—Así eres visto. Tomaste nuestro hogar a la fuerza. Nos aplastaste, rápida y brutalmente. No me quedó más que rebelarme. Su mirada era ardiente y apasionada.

—¿Supuestamente, esta explicación es para que pase por alto tu traición? Consideró la respuesta cuidadosamente, y en seguida levantó la barbilla.

—Si, lo es. Admito que violé nuestro acuerdo, pero estaba asustada, y difícilmente puedes culparme por eso. Eres un hombre intimidante. Me pareció la única opción, en ese momento. Avanzó con los ojos entrecerrados.

—En ese momento... —Si. —Estabas asustada...

—Si. —¿Estás asustada ahora? —sus ojos eran amenazadores, su voz, ronca, mientras le pasaba sus ásperos nudillos por la mejilla. Serena retrocedió y chocó contra la cama.

—Mucho. —¿Así que lo harías otra vez si tuviese oportunidad? ¿Llamarías a otro ejército para que me sacaran a la fuerza? ¿O me mataran? Su cuerpo tembló mientras trataba de respirar.

—Depende.

—¿De qué? —De los ejércitos. No llamaría a los franceses. Probablemente se pondrían de tu lado. Darien puso el pequeño rollo frente a su cara.

—Debería golpearte por esta traición, y para enseñarte una lección que no olvidarías muy pronto. Quedó esperando su respuesta.

—Lo siento. Darien sentía el pecho a punto de explotar. Se mojó los labios.

—¿Me dirás, al menos, lo que dijo el coronel Worthington? —¿Qué esperas oír? ¿Qué me amenazó y me ordenó que me fuera de Kinloch? ¿Qué si no obedezco, el Rey George vendrá con un ejército de chaquetas rojas y me tirará un yunque en la cabeza?

—Ahora te estás burlando de mí. Él retrocedió.

—No tuvo sentido mandar esto. Los ingleses tienes cosas más importantes con las que lidiar, que un desacuerdo entre dos clanes. Eso dijo el Coronel Worthington. No quiere involucrarse. ¿En qué estabas pensando? ¿Qué vendrían a defender el derecho de tu padre por estos territorios? Se alejó de la cama.

—No sé. Creí que nuestra lealtad significaría algo para él. Somos partidarios de los Hannovers, y vencimos a un ejército de jacobinos hace dos años. Creí que el Rey defendería nuestra posesión legal de estas tierras, que ganamos defendiendo su corona.

Darien tomó la empuñadura de su espada. —No sabes nada, ni de política, ni guerra. Los Whigs querían a mi padre muerto, y tu padre se hizo cargo de eso por ganancia personal. Le ofrecieron Kinloch en premio, y por eso lo invadió. No tuvo nada que ver con el honor ni la lealtad a alguna corona. Se trató de tierra y poder, nada más. Siempre se trata de eso cuando un hombre trata de tomarse el hogar de otro. — Arrugó el documento con el puño, y fue a la ventana. Por largo rato observó el campo circundante

— He recuperado lo que me pertenece, y el Coronel Worthington no tiene el menor interés en desafiar mi mandato aquí. Dejó bien en claro que se trata nada más de un asunto del clan.

—¿No le preocupa que trates de levantar otra rebelión? —Le di mi palabra que iba a vivir en paz aquí.

—¿Y te creyó? Darien se giró. —Tú pareces tomar las promesas con mucha ligereza. ¿Es que la palabra de un hombre significa tan poco para ti? ¿Y te importa tan poco la tuya? Súbitamente se sumió en la vergüenza. Fue a una silla y se sentó.

—Mi honor es todo para mí.

—Pero rompiste la promesa que me hiciste cuando te rendiste. Prometiste ser leal. Bajó la cabeza.

—¿Significa que nuestro acuerdo se anula? 

Reclamada por elDonde viven las historias. Descúbrelo ahora