Parte 43

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A la mañana siguiente, cuando llegó el momento de que Rei dejara el castillo, Nicolas estaba en el puente, para asegurarse de que ella partía sin incidentes.

—Su sucia esposa Tsukino le traicionará —dijo Rei, deslizando la cesta con los huesos y las pociones sobre su hombro, mientras montaba en el caballo que le habían dado— y cuando lo haga, desearéis no haberme echado.

—No creo que eso ocurra —respondió Nicolas, mientras la escoltaba para que cruzara el puente.

—Hubieras podido tenerme para ti mismo, lo sabes, si hubieses sido inteligente. En lugar de eso, lo volviste contra mí. Te culpo por eso, Nicolas MacDonald. Fuiste el que lo alejó de mí y por tu culpa me echan. Sé lo que le dijiste, que era una loca.

La acompañó fuera del puente y palmeó el flanco del caballo, mandándolo a galope por el prado.

—Buen viaje y trata de no cabalgar cerca de los acantilados. Ella refrenó su montura y lo miró entrar en el patio, hasta que el puente se cerró.

—¡Pronto estarás muerto! —gritó—. Y cuando eso pase, será por tu culpa. ¡Te maldigo! ¡Te cazaré y haré que te arrepientas del día que pusiste un pie en mi isla! Hundió los talones en su montura y galopó hacia el bosque. Nicolas la miró hasta que el puente se cerró frente a él.

—No lamento verla partir —dijo el joven centinela mientras cerraba las puertas— Es atractiva, no hay duda. Nunca he visto un pecho así en una mujer, pero hay algo malvado en ella. Esa muchacha me da escalofríos.

—No puedo decir que no estoy de acuerdo —replicó Nicolas—No he dormido un minuto desde que llegó. Pero se ha ido, y eso es lo que importa. —Se dio la vuelta y se dirigió hacia la sala, con una expresión cargada de preocupación.

Esa misma noche, Darien llamó suavemente a la puerta de Serena y entró. Un cálido fuego ardía en el hogar y las ropas de la cama estaban revueltas, como si acabara de despertar de su siesta. Sin embargo sus ojos estaban rojos e hinchados.

—Lloras la muerte de tu hermano —dijo. — Se dirigió a la mesa junto al fuego y le ofreció unas uvas. Él extendió la mano y tomó un racimo, luego se paseó alrededor de la mesa comiéndoselas mientras ella le servía una copa de vino y se la ofrecía. La aceptó, girando la copa y acercándosela a los labios. Era un vino soberbio, con cuerpo y una mezcla especiada de sabores. Le pereció saborear canela y cereza.

—Esto está muy bueno. ¿Tú no tomas? Ella se sonó la nariz con un pañuelo y sacudió negativamente la cabeza.

—Estoy bebiendo té de jengibre. Mi madre dice que el vino hace que las náuseas matinales sean peores. Además, esa botella es para ti, especialmente.

—¿Por qué? —preguntó él volviendo a mirar el vino.

—Porque era de tu padre. Uno de sus sirvientes dijo que él aseguraba que era el mejor vino que jamás había probado, y pensé que la ocasión lo merecía. Todavía no hemos celebrado mi embarazo.

Darien estaba encantado de celebrar tan feliz acontecimiento, incluso cuando odiaba no saber nada de este vino que su padre atesoraba. Creía que su corazón había olvidado la brecha que hubo entre ellos, pero nunca se cerró. Serena miró por la ventana el atardecer.

—Cuando mi padre tomó Kinloch —dijo ella— mantuvo esa botella durante mucho tiempo como un trofeo. Pretendía abrirla cuando Sammy volviera, pero a la luz de los recientes acontecimientos... —se detuvo para enfrentarle— Debes beberla y disfrutarla. Kinloch es tuyo. No hay nadie que te lo dispute y ahora, el trofeo es nuestro primer hijo. —Por su mejilla rodaba una lágrima, así que se aproximó y la limpió.

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