Parte 52

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Deseaba sentir algo diferente; sin embargo, aún era demasiado cauteloso para arriesgarse de esa forma. Había sido agraviado y herido en tantas ocasiones a lo largo de su vida... Había sido traicionado incluso por su amigo más cercano, por lo que sabía lo fácil que era ser engañado por alguien. No, no podía confiar en que no pasaría nuevamente. Sencillamente, no podía.

Se volvió para irse, pero ella lo detuvo. —Espera. ¿Qué vas a hacer con mi hermano?

Él se detuvo. —No lo he decidido aún.

—¿Lo ejecutarás?

Darien inclinó su cabeza y estudió detenidamente la expresión de ella —Tal vez siga tu ejemplo y se lo entregue al inglés. Ella relajó sus hombros levemente.

—Sé que lo que te hizo estuvo mal, pero como dije antes, es mi hermano y no quiero que muera. Por esa razón, he escrito un ruego especial al Coronel Worthington, para que sea indulgente con su sentencia, a cambio de mi testimonio contra él. He prometido pruebas escritas de las actividades de Sammy en España.

—¿Y confías en que el Inglés le permita vivir, una vez que le condenen por traición?

Los hombros de Serena se alzaron para luego bajar con un pesado suspiro. —Quizás estoy más que dispuesta a confiar en la palabra de una persona, una vez dada. Me lo enseñaste una vez. ¿Recuerdas?

Darien sacudió su cabeza con incredulidad. —¿Incluso después de lo que tu hermano, ¡y tu propia madre!, te han hecho? ¿Después de cómo te usaron, Serena?

Ella contestó sin la menor vacilación. —Si, porque ¿cuál es la alternativa? ¿No volver a confiar nunca en nadie? Las personas a veces cometen errores, pero si nos preocupamos por alguien y él o ella está verdaderamente arrepentida, entonces debemos perdonar. A veces, todo lo que se requiere para la redención es una segunda oportunidad. Tú deberías saberlo.

Él inhaló bruscamente. —¿Tu hermano no merece una segunda oportunidad? ¿O es que ofreces tu perdón selectivamente?

—Trató de matarte, Darien, y creo que si se le da la oportunidad, lo haría de nuevo. Así que hay límites a mi naturaleza indulgente. Mi hermano no siente ningún remordimiento. Así es como sé que estoy haciendo lo correcto. Él no es el hombre que una vez pensé que era.

Permanecieron fuera de la celda durante un largo tiempo, sin decir nada. Después de un rato, Darien se dio cuenta que la furiosa rabia que había experimentando antes se había ido, y sintió una gran admiración por su esposa. Ahora estaba seguro de que la creía sobre el vino y todo lo demás, pero no estaba seguro porque había sido tan bendecido al haber reclamado a esa mujer como esposa. No se sentía digno de ella. Quizás fuera eso lo que le estaba frenando. ¿O era algo más? Tal vez simplemente era incapaz de dar su corazón a otra persona. Quizá fueran las profundas cicatrices, y no había ninguna esperanza de un amor incondicional, sin miedos. Jamás. Quizás esto era lo mejor que podía hacer, amar con cautela. En ese momento pensó en su madre y recordó por un instante la visión de su rostro cuando yacía muerta en la nieve. Él tenía solo cuatro años cuando ella le fue arrebatada. Sus ojos bajaron al vientre de Serena, donde su propio hijo crecía en su vientre. De alguna manera sabía que aquel niño sería sensato, fuerte y valiente. ¿Cómo podría ser él, o ella, ser otra cosa sino, con esta mujer por madre?

Miró serenamente a Serena a través de la distancia de la sala. —Eres libre para irte —dijo— No voy a mantenerte bajo llave.

—Gracias, supongo.

Darien salió de la celda y ordenó al guardia no cerrar la puerta tras él, ya que su esposa pronto regresaría a sus aposentos privados. A continuación, bajó las escaleras y se dirigió a la tesorería. Necesitaba hablar con Gordon Tsukino y enviar una importante misiva. Una hora más tarde, después de que el ariete se hubiera quitado del puente levadizo y los escombros de la puerta rota hubieran sido apartados, Darien subió a lo alto de las almenas para ver cómo su misiva abandonaba el castillo. El joven mensajero trotó sobre el puente y comenzó a galopar hacia el Este al llegar a campo abierto, en dirección a Fort William. Darien caminó a lo largo de las almenas de piedra, observando cómo desaparecía el mensajero en el horizonte y sintiéndose impaciente por su regreso.

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