Parte 45

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 Darien despertó con una punzante sensación en el cráneo, como un martillo golpeando un yunque, y la leve consciencia de estar atado con los brazos sobre la cabeza mientras le arrastraban sobre el frío y duro suelo. Tenía las muñecas atadas, cosa innecesaria porque su cuerpo no respondía. Apenas sentía los golpes de la piedra en la espalda y ni siquiera estaba seguro de que su corazón y pulmones funcionaran.

—Aquí está bien. —Era la voz de un hombre. El arrastre se detuvo. Los brazos de Darien cayeron al suelo. Lentamente recuperaba la consciencia y se daba cuenta de que lo habían hecho prisionero. Sus ojos se abrieron al instante. Serena. Cristo. ¿Dónde estaría ella?

Él estaba fuera. Mirando las estrellas. ¿Cuánto tiempo llevaba inconsciente? Giró ligeramente la cabeza y descubrió que estaba tendido junto a un muro de piedra. Miró hacia el otro lado. Los pies... Las piernas de un hombre que caminaba al lado de su cabeza... Los pies se detuvieron.

—¡Mierda! ¡Está despierto!

—Relájate Artemis. Está atado. Y, recuerda que eres más grande que él. Solo ponle la soga al cuello. — Y así lo hicieron, deslizaron la soga sobre su cabeza, apretando el nudo. Darien reunió la fuerza necesaria para dar un tirón, pero fue todo cuanto pudo hacer. No podía mover las piernas. Entonces, de repente la soga apretó su cuello y empezaron a arrastrarle por el suelo, esta vez por la garganta. ¡No podía respirar! La soga estaba estrangulándolo, y no podía hacer nada ya que sus muñecas estaban atadas. Estaba en la azotea. Es todo lo que sabía. El más bajo de los hombres, el que habló primero, le agarró por el cuello de la camisa y le empujó hasta dejarlo sentado. Darien se quedó mirando un par de intensos ojos marrones.

—Te vamos a colgar —le dijo el hombre— Te arrojaremos por las almenas y dejaremos tu cuerpo balanceándose aquí para que los Tsukinos lo vean. Soy Sammy Tsukino, por cierto y este es mi castillo, no tuyo.

—Serena... —fue todo lo que consiguió decir con áspera voz. Los ojos de Sammy se oscurecieron con maldad.

—Si, esa debe ser mi hermana. La que tomaste por la fuerza, como hiciste con Kinloch. No me sentó muy bien cuando me enteré. No podíamos haberlo hecho sin ella. Ella fue quien te envenenó Darien. Pensé que debías saberlo. — Darien negó con la cabeza, y la siguiente cosa que supo, es que le estaban elevándolo hasta los hombros del otro hombre. Se dio vagamente cuenta del terrible olor, y el mundo empezó a girar mientras Sammy aseguraba el extremo de la soga alrededor de las piedras. Darien quería luchar. Gritaba de rabia en su mente. ¿Dónde estaba su espada? ¡Necesitaba su espada para cortar a este hombre en dos! Recordó a Serena, desarmándolo y dejándolo todo en el banco de la ventana. Estaba desnudo con ella... en la cama, en sus brazos... pero ahora estaba vestido con su kilt. Alguien se lo había puesto. ¿Dónde estaba su espada? Oh sí... Un momento después, fue empujado desde las almenas. Rodó limpiamente de costado, cayendo, cayendo... La soga pronto se tensaría en torno a su cuello, quizá le rompería la columna. Su corazón explotó de miedo, y entonces, finalmente su cerebro se despertó.

La cuerda se tensó. La caída se detuvo abruptamente y Darien rebotó rígidamente en el lazo. Osciló de un lado a otro contra el muro exterior de piedra, pateando y luchando, mientras el aire se le acababa. Podía oír el ruido de la cuerda mientras se retorcía contra la fuerza que lo tiraba hacia abajo. Las venas de la frente sobresalían. Sintió que los ojos se le salían. La cuerda le raspaba y quemaba la piel mientras lo estrangulaba, pero no dejaba de patalear y sacudirse, hasta que de repente hubo un fuerte ¡chasquido! La presión cesó, respiró profundamente mientras salpicaba en la oscuridad. El agua le llenó la nariz y los oídos, fría y ensordecedora. Pataleó mientras la adrenalina circulaba feroz por todo su cuerpo, destruyendo los efectos del veneno. Le volvieron la conciencia de su existencia y la realidad, y el deseo de vivir lo llenó de fuerza.

Reclamada por elDonde viven las historias. Descúbrelo ahora