Lo último que deseaba este día era subirme de nuevo a un avión así sean solo sesenta rápidos minutos de vuelo. Sin embargo, la otra posibilidad tampoco era muy alentadora para mi paz interior: mi mamá. Sé muy bien que cuando a Silvia Córdova se le mete una idea en la cabeza no existe fuerza alguna -en este mundo- que lograse cambiarle de parecer. Y lo que ella quiere hacer hoy mismo es <<ver a mi bebé. ¿Cómo que Ana Paula está en San Francisco? ¡¿Cómo se te ocurrió dejarla sola?!>>. Ese fue el mal rollo que mi hermano tuvo que afrontar con heroico estoicismo apenas mamá llegó a Santa Bárbara y no me encontró por ninguna parte. Definitivamente, no hay manera de extender mi estadía en la suite de mi prinkípissa -Kassandra me lo tradujo a su idioma- por más tiempo antes de que a mamá se le acabase la paciencia y viniese a buscarme. ¡A volar de nuevo! ¡Qué alegría!
Sin embargo, no tendría que sufrir en solitario este regreso: ¡La guapa griega venía conmigo! Estuvimos poco más de una hora en el salón VIP del aeropuerto hasta entrada la noche, ya que quedarnos en el hotel resultaba demasiado tentador para ambas. Para mantener en equilibrio mi vida privada con la pública he aprendido a separar las cosas que pueden ser vistas por el mundo. Es decir, mis princesas son un asunto que me concierne solo a mí. Así que debía de pasar desapercibida entre los ojos mortales. No soy una celebridad de Hollywood para vestir con gorra y lentes oscuros, además, mis gustos siempre han sido sencillos: un sweater gris con capucha -cortesía de Kassandra- fue suficiente para que nadie me reconociese por casualidad mientras esperábamos la partida. Mi princesa seguía con la melena morenita completamente suelta y apenas cepillada luego de que me deshice de esa sensual trenza por la cual fui hipnotizada hace unas horas atrás. Ahora sus cabellos danzaban por encima de su hombro derecho mientras que esa risita me hacía chirriar los nervios de delicia. Más de una vez su boquita cincelada en dulce caramelo de manzana bajaba hasta mis labios y me robaba un pícaro beso, las risitas regresaban, otro halago y de nuevo los besos. Quizá me acababa de enganchar más de la cuenta con la griega, pero ¡qué más da! Mi vida sigue igual o mejor que antes. Incluso, creo que mi irresponsabilidad en los acantilados resultó ser buena: más fama, nuevo auspiciador y una princesa exótica.
¡Pero claro! Chlöe Müller desdibuja mis buenos pensamientos con un solo pincelazo. Dentro de tres días conoceré el verdadero infierno... o quizá nuestra convivencia resulte como la leyenda de Shangri-La: un paraíso terrenal donde la felicidad es la única ley. Una utopía como tantas otras, pero yo creo que sí existe ese valle oculto entre las montañas tibetanas. Claro que no físicamente, pero sí su credo o esencia. Mis padres dan fe de que viven en un Shangri-La y se tienen muy merecido el disfrutar de ello, aunque yo tenía que desequilibrar sus vidas con mi pequeño accidente. Supongo que, si sobrevivo a la primera semana con Chlöe, encerradas entre cuatro paredes, viéndonos todos los días y afrontando cada cambio de humor que el cielo quiera dejar caer sobre nuestros corazones, el resto de los problemas se harán cuesta abajo y sin darme cuenta llegará junio de 2020. ¡Creo que la invoqué!
- Ana Paula, ¿y esa carita tan feliz que tienes? Creo que me pondré muy celosa.
La expresión curiosa de Kassandra me provocó más risas que el mensaje de WhatsApp de Chlöe para recordarme que debo de tomar la medicación a tiempo. ¿Acaso está de buen humor? O ¿el hecho de ser futuras compañeras de piso la ha relajado lo suficiente?
- Era mi fisioterapeuta con sus puntuales avisos para tomarme las pastillas.
- Es una francesita, ¿no? Casi había olvidado que tenemos que hablar sobre cien mil cosas importantes para que estos meses te sepan lo menos agrio posible.
- ¿Agrio? Pero si con tus besos de algodón de azúcar todo se solución -le susurré, risueña, pegada a sus labios y apagando de a pocos sus risas de princesa-. No, no... la señorita Müller es de Alemania.
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No seré tu Princesa
RomanceBelleza, fama y una vida libre de ataduras definen perfectamente a Ana Paula Córdova. Sus relaciones no son más que "travesuras de una noche", y su única regla es jamás recordar el nombre de sus "princesas" por las mañanas. Sin embargo, su estilo de...