19. Rompecorazones

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Octubre transcurría más rápido que el mes pasado. Quizá el ser amiga de Chlöe me ha ayudado muchísimo a sobrellevar todo este tiempo de la mejor manera. Un plus también era el poder movilizarme por mí misma y así recuperar parte de mi independencia perdida a causa del accidente. Mis días dejaron de ser interminables rutinas para convertirse en bonitas experiencias compartida con mi alemana favorita. Las constantes de asistir al trabajo, la recuperación en la clínica y las extenuantes sesiones de entrenamiento semanal eran inamovibles, pero luego de todo ello mi día se teñía de los colores más vivos.

Chlöe siempre tenía una inesperada propuesta para pasar una divertida tarde o noche. Íbamos al cine dos o tres veces a la semana para ver los estrenos, luego de ello nos dábamos una vuelta por los resplandecientes alrededores de Capitol Hill. Nos encanta visitar National Mall, aquel parque donde se alza el inmaculado monumento a Washington, y recostarnos en el aromático césped recién cortado cuando el cielo nocturno estaba despejado de horrendas nubes oscuras y así perdernos en la inmensidad de las pequeñitas estrellas que brillaban sobre nosotras. Quizá ellas eran las únicas testigos de la felicidad que refulgía de mi ser cuando estoy cerca de Chlöe. Las visitas a Chinatown se producían cuando ninguna de las dos tenía muchas ganas de cocinar la cena y un cambio de sabores en nuestros paladares resultaba ser una buena opción para elegir. La comida agridulce oriental nos derretía las papilas gustativas de goce, y ni qué decir de las galletas de la fortuna que jamás abríamos al terminar de comer. Ninguna necesitaba de la suerte para encontrar la felicidad como en estas últimas semanas que hemos aprendido a ser amigas.

No sé si para mi mala o buena suerte jamás volvió a repetirse el imaginario beso que no nos dimos esa noche. Mi amiga Raphaela tenía toda la razón con que hubiese sido muy apresurado y arriesgado si me decidía en fundir mis sentimientos con los de Chlöe. Aún creo que ella está haciendo todo esto porque somos amigas, y jamás me verá con otros ojos. ¡Lo sé! Es doloroso admitirlo, pero negarlo sería engañarme y crear falsas esperanzas alrededor de una quimera.

¡Sí! Mis ánimos se han vuelto muy bipolares con el pasar de los días. Sonreía con sinceridad cada vez que podía pasar unas horas con Chlöe, pero luego, al volver a casa y encerrarme en mi habitación, me quedaba reflexionando sobre el sinsentido de seguir enamorándome de ella. ¿Y si se lo decía? ¿Confesarle mis sentimientos? ¿Cómo se lo tomaría? ¿Renunciaría de inmediato? La posibilidad de que ella siguiese compartiendo la misma casa era un hecho más que claro: se iría de inmediato. Había más contras que pro ante una pronta confesión del amor que le profeso en secreto. No existía señal alguna que me alentase a creer que en su corazón hay espacio para mi cariño. Y, tal vez, el conformarme con ser su amiga me está haciendo más daño que bien. Ilusionarse es muy bonito, sentir revolotear mariposas en tu interior, querer reírte de todo, pero cuando la verdad aparece como una pared de acero infranqueable, el resultado es demasiado atroz e imposible de superar.

Ahora que lo pienso, quizá ello explicaría muchas cosas en torno al gran problema que me persigue desde el mismo día en que empecé a saborear los placeres de estar enamorándome por segunda vez en mi vida. Papá diría que no fue una mala decisión lo que me condujo hasta este escenario, solo una consecuencia de mis decisiones.

¿Acaso alguien me obligó a arriesgarme durante cinco años por estar con ella? Ambas éramos conscientes de que en algún momento lo nuestro se sabría. María Grazia de Las Casas aceptó el riesgo al igual que yo y aceptamos tener una larguísima aventura que debió terminar más de una vez. ¿Quizá este sí es el momento de cortar todo para siempre?

El único problema es que hasta ahora ella no lo sabe. ¿Cómo le digo que su hija de 17 años quiere "algo" conmigo? Pero lo peor de todo es que Cristina sí está al tanto de la relación que llevamos su mamá y yo. ¿Desde cuándo? No lo sé, ya no interesa. Si aún no ha decidido encarar a su madre es porque piensa utilizar ese hecho como chantaje para que yo le "haga caso" en algún inhóspito escenario del futuro. Sin embargo, esa chiquilla está muy equivocada si piensa que puede controlarme a su antojo. Debí haberle hecho un escándalo esa noche de la cena, pero por el cariño y respeto que le tengo a su mamá evité cualquier incidente que desatase una discusión entre las dos al restar rodeadas de infinidad de periodistas. La próxima vez, Cristina no tendrá tanta suerte para escaparse de mí.

No seré tu PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora