3. Pendejo insufrible

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- Te prometo que está todo bien. - Hernán hablaba por teléfono mientras removía la cucharita en el  café. - En serio, Camilo, es esta porquería de celular que muchas veces me deja tirado.

Le estaba mintiendo a su hermano. Su teléfono funcionaba perfectamente, lo que no debía estar nada bien era su cabeza. Todavía no entendía cómo hace una semana había hecho lo que hizo en aquel baño. En aquel baño y con aquel pendejo insufrible del que no sabía ni el nombre.

- Sí, salí un rato con mis colegas, pero todo bien. - Volvió a mentir. - ¿Nos vemos el domingo en casa de los viejos?

Le dio un sorbo al café y casi se quema la lengua. Hoy le salía todo mal.

-Dale, sí. - Comenzó a despedirse. - Saluda a mi cuñadita y cuida esa panza hermosa, quiero que mi ahijado salga perfecto de ahí adentro. - Sonrió pensando en el próximo nuevo integrante de su familia. - Un abrazo chau.

Terminó la llamada y se frotó los ojos con las manos. Estaba cansado, muy cansado. Desde hace una semana que no dormía bien. Específicamente desde aquella noche. Todavía no entendía qué había pasado por su cabeza para hacer lo que hizo. Él no era así. No hacía esas locuras en baños públicos con chicos que acababa de conocer. O quizás conocer era decir demasiado... No sabía quién era, cómo se llamaba... nada. Sólo sabía que era un vándalo callejero al que le gustaba hacer grafitis y tenía una lengua rápida y mordaz para enfrentar a la policía. Una lengua rápida que lo volvió loco en aquel baño...

Suspiró mientras se recostaba en la silla de su escritorio. Sí, tenía que reconocerlo. Ese pendejo lo había vuelto loco y le había hecho gemir de placer como hace mucho no lo hacía nadie. O si tenía que ser sincero nunca lo había disfrutado tanto como aquella noche.

Tenía que volver a verlo. No sabía por qué ni para qué. Ni siquiera entendía la necesidad que sentía de volver a hablar con él. Pero necesitaba encontrarlo. Aunque no supiera qué iba a hacer cuando lo tuviese delante.

Volvió la atención a su computadora y siguió navegando por los archivos de la policía. Durante siete días lo único que había hecho en su tiempo libre era buscar cualquier pista sobre él, cualquier registro o señal de detención que pudiera decirle quién era. Pero nada. No encontraba nada. Había mil chicos que podían ser él, pero ninguno lo era realmente. Se estaba volviendo loco por alguien que ni si quiera conocía. Era de locos...

Volvió a darle un sorbo a su café amargo. ¿Habría vuelto el pendejo a pensar en él? ¿O sólo era él el único obsesionado con lo que pasó esa noche?

- ¿Qué haces, Hernán?

Cerró todas las pestañas de tenía abiertas en pantalla y vio cómo su amigo entraba a aquel salón de mesas y archivos policiales.

- Hola, Mati. - Saludó terminando su café de un trago.

- ¿Por qué bebes café si no te gusta?

- Porque tiene cafeína y necesito despejarme.

- ¿Qué te pasa? - Preguntó apoyándose en su mesa. - Llevas una semana en las nubes.

- Nada...

- ¿Seguro? puedes confiar en mí, ya lo sabes.

- Lo sé, pero de verdad que no me pasa nada, estaré agarrándome un resfriado o algo... no es nada.

Matías lo miró con el ceño fruncido, pero no dijo nada. No le gustaba mentirle a su amigo y compañero de trabajo. La primera regla si quieres que el compañerismo y la camaradería con la persona que trabajas todos los días funcione es la confianza, no mentirse.

- ¡Falcón! - Le llamó su superior. - Ven acá.

Matías se fue y lo dejó allí, sumido en sus pensamientos mirando a ningún sitio en particular. Si tenía que ser sincero, los secretos con su amigo venían de hace tiempo. Nadie en el trabajo sabía que era gay. No quería ni imaginar qué pasaría si se enterara alguien... Un policía de investigación gay que le gusta cogerse a chicos en baños públicos. No. Nadie podía saberlo.

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