Veintinueve

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Las gotas de lluvia caen sobre el cristal del auto generando ese ruido hipnótico que lo sumerge casi en un sueño del que ni la música de la radio lo puede sacar. Andrei bosteza provocando que el cristal del auto se empañe ligeramente y se abraza al cuerpo acomodándose en el asiento del copiloto. Llevan en ese taco de mierda más de media hora y nunca antes había odiado cruzar la ciudad en hora punta tanto como en ese momento. Ya se ha hecho de noche, las luces de las calles y los autos se reflejan en el agua que cae y parece que toda la población de Viña del Mar tiene el mismo pensamiento. Ni un alma camina por las calles.

Está cansado, ha sido un domingo largo en la casa de su padre. Él y Bárbara le prepararon una gran fiesta de cumpleaños con amigos y familia a la que no podría decir que no. Pero lo único que él quería cuando se despertó esa mañana era quedarse dentro de la cama abrazando a Hernán y no salir de ella en todo el día. Un gruñido bajito sale de su boca ante la frustración de la cantidad de autos que no parecen moverse más de un milímetro por minuto.

-¿Sigues de mal humor?

Hernán habla a su lado y él solo vuelve a gruñir en respuesta.

-Andrei...

Su novio le obliga a sacar una de sus manos del calor y dársela, apretándola entre la suya. Cuando Hernán lo llama por su nombre y no le dice "pendejo" sabe que le está hablando en serio. Ese apodo que le dio hace ya siete años se ha convertido en una palabra con tanto significado para ellos como lo son "detalles" o "volver a jugar"

-¿Qué?

Intenta no sonar serio pero no lo consigue y puede ver por el rabillo del ojo como Hernán pone los ojos en blanco.

-Mi vida, no puedes deprimirte sólo porque...

-¿Sólo porque soy un fracaso?

-Qué dices...

Hernán niega con convicción y le obliga a mirarlo a esos ojos negros que siempre fueron y serán su perdición, la clave que le desnuda el alma.

-Lo soy shasho...- Repite cada vez más bajito y deprimido.

-Que Alex no sepa apreciar tu arte no quiere decir que...

-Es el promotor de la galería, Hernán-. Le corta sabiendo perfectamente lo que va a decir, lo mismo que lleva diciéndole una semana-. Si a él no le gustó, no me expone, fin de la historia.

-Fin de la historia, te lo dije, encontraremos otra galería que quiera tus obras.

-No es tan fácil.

-¿Por qué no le contaste nada hoy a tu papá? Él podría ayudarte.

-No-. Dice rápido incorporándose en el asiento. No quiero que mi viejo sepa nada. ¿Sí? No quiero decepcionarlo...

Su voz vuelve a hacerse chiquita. Todo artista tiene ese sentimiento de protección hacia su obra, de sentir que esa pequeña creación es lo más maravilloso del mundo. Y cuando viene alguien y lo pisotea sin importarle nada todo se vuelve negro y tus piernas tambalean. Porque no le critican a uno, critican eso que creaste con tanto amor. Y Andrei en ese momento se siente el artista con menos talento del mundo. Por mucho que Hernán no deje de repetirle que no es así, por mucho que su padre tenga veinte cuadros colgados por toda la casa o que sus amigos no dejen de calificarlo como "el mejor artista de Chile". En esos momentos él no puede dejar de sentirse un auténtico fracasado.

-No quiero que pases tu cumpleaños así.

-¿Así, cómo?

-Así, triste.

Sonríe porque nada en el mundo excepto Hernán puede provocar que el mayor de los pozos vea la luz y quiera seguir existiendo solo por estar a su lado.

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